Por qué Green Book debería ganar el Oscar a la mejor película
Una ruta sinuosa le espera Green Book: una amistad sin fronteras para llegar al destino dorado. La historia sobre el viaje entre un negro y un blanco por el sur de Estados Unidos en épocas de segregación racial no es un caso atípico para la Academia. Es una de esas películas para "sentirse bien y elevar el espíritu". Aunque las críticas en los Estados Unidos fueron discretas –aquí se estrenará el 14 de febrero– consiguió victorias fundamentales en los Globo de Oro (se impuso en la categoría mejor comedia) y enlos del sindicato de productores de Hollywood (que en 21 de los últimos 29 años coincidió con el Oscar a la mejor película). Es otra de las candidatas que no escapa a las voces que se oponen con denuedo a su posible triunfo.
La resistencia se explica por varios motivos. Para empezar, Green Book es una "película de parejas disparejas" como Una extraña pareja (la comedia de 1968 con Jack Lemmon) o Mejor solo que mal acompañado (otra road movie, con Steve Martin y John Candy): lo que puede ser interpretado como una acumulación de lugares comunes, pero también puede ser entendido como un homenaje a algunos clásicos del cine de humor.
Es una ficción no del todo sincera frente a los hechos reales que la inspiran, cualidad que comparte con Bohemian Rhapsody, otra de las ocho nominadas al Oscar a la mejor película. Tampoco es casual que, en ambas, los individuos involucrados en la historia real sean los encargados de construir el relato. La familia de uno de los personajes protagónicos, el músico Don Shirley, dijo que la película es una "sinfonía de mentiras". El hijo de Tony Vallelonga, guionista y productor del film, tuvo que cerrar su cuenta de Twitter cuando se descubrió que escribía a favor de Donald Trump. No fue el único que tuvo que pedir disculpas.
El director, Peter Farrelly, lamentó haberle hecho un "chiste" a Cameron Diaz antes de contratarla para Loco por Mary mostrándole sus partes íntimas. "Es cierto, lo hice, y más de una vez, y ahora me siento avergonzado, como un idiota". Ni Viggo Mortensen escapó a la polémica cuando, antes de ser nominado por tercera vez al premio de la Academia como mejor actor por esta película, trató de explicar cómo había evolucionado la sociedad norteamericana desde entonces usando un término racista. El fan de San Lorenzo tuvo que pedir perdón: "Nunca más voy a volver a pronunciar esa palabra", aseguró.
En esta época en la que la Academia de Hollywood busca activamente destacar el trabajo de cineastas históricamente marginalizados por la industria, el hecho de que el director, los productores y los guionistas de Green Book sean hombres blancos cincuentones es un detalle que no pasó desapercibido. Activistas y críticos afirman que premiar a esta película sería repetir el desaire de la Academia con Haz lo correcto, de Spike Lee –cuyo film El infiltrado del KKKlan compite con la película de Farrelly – en favor de Conduciendo a Miss Daisy, en 1990. Si Green Book gana el premio mayor, también compartirá con Miss Daisy (y Argo, de Ben Affleck) el dudoso honor de ser uno de los pocos títulos que logró la estatuilla sin tener una nominación a mejor dirección.
El director (uno de los hermanos Farrelly, realizadores de Tonto y retonto) eligió construir un relato sin virtuosismos: el foco no está en juegos de cámara imposibles, no hay efectos visuales millonarios, saltos temporales o trucos de montaje vanguardistas. La cámara está al servicio del relato y de los personajes. Más allá de algún primer plano que subraya lo obvio, la decisión es coherente. No se trata de imponer una firma autoral sino de borrar las marcas de la enunciación. Como Historias cruzadas y Talentos ocultos, Green Book no oculta su lenguaje apto para todo público ni su afán por centrarse en sus personajes. No es casualidad que, detrás de las tres películas esté la intérprete Octavia Spencer (aquí es productora ejecutiva). Reconocer a esta película con el Oscar sería mucho más que un guiño de la industria hacia estas historias sobre la superación e inclusión social.
En esta comedia conviven Frank Sinatra, Nat King Cole y Aretha Franklin con Frédéric Chopin y Claude Debussy. No es un enfrentamiento del tipo "cultura popular contra alta cultura" porque los personajes disfrutan ambas por igual, ya sea a través de la radio o de un impecable piano Steinway. Lo que se cuestiona allí es cuál es el espacio que legitima a los artistas. Para Tony, nacido y criado en el Bronx neoyorquino, Don toca el piano "como Liberace, pero mejor". Y el doctor Shirley aborrece la idea de tocar música popular con un vaso de whisky sobre el piano, como hacen la mayoría de sus colegas, que luego "quieren ser reconocidos como grandes artistas".
La eterna paradoja de las películas bienintencionadas contra la discriminación es que suelen caer en lugares comunes que reafirman aquello que pretenden combatir. No es este el caso: aquí se revierten los tropos más racistas del cine de Hollywood. Green Book alberga una gran complejidad en su aparente simpleza: hay un proceso de empatía en la transmutación quijotesca entre Don Shirley y Tony Lip que cuestiona la institucionalización del racismo y la discriminación económica. Ambos personajes construyen su identidad cercenados por la geografía y las oportunidades económicas que tuvieron: "¿Tendríamos estas charlas en Nueva York?", espeta Don Shirley durante su viaje sureño.
Don Shirley y Lip están planteados como opuestos (uno es blanco, el otro es negro; uno es culto y refinado, el otro es vulgar y bruto) pero se complementan. Lip le enseña las bondades de comer pollo grasiento frito en un Cadillac y Don lo instruye en el arte y el placer de la expresión creativa: lo que parece banal, no lo es. Los actos que "definen a los personajes" son producto de construcciones sociales, de la educación que (no) recibieron y de sus propios prejuicios. El motivo ulterior del viaje es socavar los lugares comunes: no como prueba de aquel que "lo logró" sino como testamento de los que todavía son víctimas de un sistema de discriminación sistemática. El drama de Shirley es que la construcción de su identidad escapa a los límites simbólicos del lenguaje.
Además de la película, ambos actores merecen ser reconocidos por la Academia. Allí puede encontrarse otro testimonio sobre la capacidad de Viggo Mortensen para encarnar a personajes que solo dejan aflorar su lado violento cuando amenazan a sus seres queridos: ya sea en el futuro apocalíptico de La carretera, en las vengativas calles de Promesas del Este o en la Tierra Media de El señor de los anillos. Con su Tony Lip prueba que también es un gran actor de comedia.
Por la acumulación de premios que está cosechando –el más reciente de los cuales es el SAG –, Mahershala Ali augura un nuevo récord para el actor que más rápido logre su segundo Oscar: ganó en 2017 como actor de reparto por Luz de luna. Que ahora compita –de nuevo– en esa misma categoría es una decisión un poco deshonesta: su papel es tan importante como el de Viggo Mortensen. Es una lástima, porque su trabajo bien merecía un triunfo como actor protagónico.
"That old black magic has me in its spell" canta con denuedo alguien en Copacabana y eso es lo primero que escuchamos en Green Book, una película que nunca mira con nostalgia el pasado. Como el legendario basquetbolista Kareem Abdul-Jabbar ahora dedicado a la escritura televisiva y cinematográfica: "La controversias sobre la veracidad de esta película no importan. El cine siempre toma los hechos de la Historia para iluminar algo más elusivo e importante: la verdad".
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