Por qué Argentina, 1985 abre un nuevo capítulo en la manera de contar la historia reciente
El film de Santiago Mitre suma una nueva mirada a la serie de películas que, de alguna manera u otra, tomaron como punto de partida lo ocurrido durante la última dictadura militar
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El año era 1985. Se abrían las puertas de los cines argentinos, un 3 de abril, para el estreno de La historia oficial, una película que había comenzado a filmarse antes de que el gobierno militar abandonara el poder. El alba del retorno de la democracia cobijaba a los espectadores que hacían fila en las calles para ver de qué se trataba esta película. Adentro, en la sala, los esperaba un retrato del “país del nomeacuerdo”, donde los últimos días de la dictadura se veían desde la perspectiva de una mujer (Alicia, una profesora de Historia) y su marido Roberto, un empresario que se había enriquecido durante las horas más oscuras de la nación. Fuera de las salas, lo que siguió al estreno fue la escritura en la Historia de uno de los mayores éxitos de taquilla del cine nacional, acompañado por un aluvión de premios locales e internacionales sin precedentes.
El primer reconocimiento importante llegó un mes después, en Cannes, donde Norma Aleandro ganó como mejor actriz. La película compitió por la Palma de Oro, el premio mayor, pero perdió. Recibió el Premio Ecuménico del Jurado, encabezado por el cineasta checoslovaco Miloš Forman (director de Atrapado sin salida y Amadeus). Casi un año después llega otro hito: el Globo de Oro. Hasta Norma Aleandro se sorprendió cuando La historia oficial venció (entre otras) a la favorita, Ran, la épica japonesa del legendario Akira Kurosawa. Era la segunda vez que la Argentina, en la historia, ganaba el Globo de Oro, pero la posibilidad de ganar (por primera vez) el Oscar parecía lejana.
Cuando se anunciaron las nominaciones para los premios de la Academia de Hollywood, La historia oficial (disponible en Netflix) quedó nominada como película extranjera y en la categoría de guion original. Aída Bortnik y Luis Puenzo perdieron contra Woody Allen por Hannah y sus hermanas, pero la Argentina ganó su primer Oscar de la mano de Aleandro y Jack Valenti, que presentaron y otorgaron la estatuilla a Luis Puenzo. “Mientras estoy aquí, aceptando este honor, no puedo olvidar que en otro 24 de marzo como este día (de la ceremonia), hace 10 años, sufríamos el último golpe militar en mi país. Nunca vamos a olvidar esa pesadilla, pero ahora empezamos a soñar de nuevo”, fue el discurso completo de agradecimiento del director argentino.
En 2010, el escenario era distinto, aunque guardaba algunas similitudes. Ricardo Darín, que había decidido no viajar a Los Ángeles, admitía estar muy nervioso por la competencia en la terna del Oscar. Las favoritas para ganarlo eran Un profeta, drama francés sobre la vida en la cárcel, y La cinta blanca, la película alemana del mítico director austríaco Michael Haneke. La historia sobre los orígenes del nazismo, en blanco y negro, había ganado en Cannes, en los Globo de Oro, y tenía más de una nominación al Oscar; apenas había perdido el BAFTA contra la película francesa. La sorpresa de la noche llegó cuando Quentin Tarantino y Pedro Almodóvar abrieron el sobre para anunciar “El secreto de sus ojos”, ante la alegría del equipo integrado por Juan José Campanella y Guillermo Francella, entre otros, que subieron al escenario para recibir la estatuilla.
El secreto de sus ojos (disponible en Star+) no transcurre en la época de la última dictadura militar sino en la antesala, durante el ocaso del gobierno de María Estela Martínez de Perón y el auge de las organizaciones parapoliciales como la Triple A. Algunos medios de Hollywood (como Variety y The Hollywood Reporter) catalogaban a la película como una representación de la “dirty war” (guerra sucia) en Argentina.
Dramas, documentales y comedias
Si La historia oficial narraba los hechos desde el punto de vista “de los victimarios”, como explicaba Norma Aleandro, hubo películas que reflejaron el punto de vista de las víctimas. Hay unos tipos abajo y Los días de junio fueron otras de las producciones nacionales que llegaron con el retorno de la democracia para mostrar otras realidades.
Más adelante en el tiempo se estrenaron películas como Un muro de silencio y La noche de los lápices (disponible en Amazon Prime Video y en Movistar Play), que ilustraban los secuestros y la desaparición de personas por parte del gobierno militar. El director Marco Bechis, que había sido detenido en un centro clandestino durante la dictadura, plasmaba su experiencia en Garage Olimpo, en donde se mostraba cómo los militares arrojaban personas en los “vuelos de la muerte” (con la canción a la bandera, “Aurora”, como música extradiegética de fondo) y a una militante colocando una bomba bajo la cama de un represor.
En el 2002 se estrenó Kamchatka (disponible en Movistar Play), el film que narra los sucesos vividos en la dictadura focalizándolos en la experiencia de un niño y sus padres, interpretados por Ricardo Darín y Cecilia Roth, con dirección de Marcelo Piñeyro. El director Benjamín Ávila, hijo de desaparecidos, optó por focalizar el relato de Infancia clandestina (disponible en Netflix) en los ojos de un menor, en la película estrenada en 2011. Ambos títulos fueron seleccionados por Argentina, en sus respectivos años, para competir por el Oscar, pero no lo consiguieron.
También hubo comedias, como el caso de Más que un hombre, película dirigida y protagonizada por Dady Brieva, que cuenta la historia de un peluquero gay en la dictadura; y documentales, como la secuela de La república perdida y Las madres de la Plaza de Mayo, otra película nacional que estuvo nominada al Oscar en el mismo año que La historia oficial en la categoría documental, pero no consiguió llevarse el galardón.
Hasta algunas películas internacionales se animaron a contar la vida bajo la dictadura, con más pena que gloria. Imaginando Argentina, una coproducción con capitales extranjeros, contaba una historia que involucraba a Antonio Banderas y Emma Thompson en plena dictadura militar en Buenos Aires. El film, estrenado en 2003, fue abucheado en el Festival de Cannes y fue un fracaso de crítica y taquilla.
El turno del drama judicial
Argentina, 1985 no desconoce la historia del cine clásico que popularizó un subgénero tan particular como el de los “dramas en la Corte”. Como ejemplo más reciente de los “dramas judiciales” está El juicio de los 7 de Chicago (de Aaron Sorkin, el guionista de un “drama judicial” atípico como Red social), aunque en la historia de Hollywood abundan ejemplos excelsos. El joven Lincoln, de John Ford, y Lincoln, de Steven Spielberg, prueban que no es necesario que toda la película transcurra en una corte para ser considerada como parte de este grupo selecto de título que centran su atención en momentos históricos relacionados con el Derecho.
Algunos títulos pueden guardar el juicio para los últimos rollos, donde se desencadena todo el drama, como sucede en Pasaje a la India, la épica de David Lean que relee una novela de E.M. Forster sobre la colonización y el racismo inglés con los indios. Aunque algunos expertos en materia judicial podrán notar las libertades creativas que toman algunas películas para ganar densidad dramática (y puedan dar lugar a situaciones más o menos absurdas), muchos títulos se han convertido en clásicos: Filadelfia, con Tom Hanks y Denzel Washington; Cuestión de honor, con Jack Nicholson y Tom Cruise; o Testigo de cargo, con Marlene Dietrich y Tyrone Power. Los juicios de Núremberg, El acusado y el espía, Michael Clayton y La patrulla infernal, también mostraron otras aristas del proceso judicial (o los abogados) en la pantalla grande.
El cine sobre “los juicios” tuvo héroes como Gregory Peck en Matar a un ruiseñor; Henry Fonda en 12 hombres en pugna o Paul Newman en Será justicia, dos clásicos dirigidos por Sidney Lumet que acumularon varias nominaciones al Oscar. Hasta Oliver Stone presentó a Kevin Costner como otro fiscal honorable que enfrenta la investigación (y conspiración) sobre el asesinado del presidente Kennedy, en JFK.
El año es 2022. Bajo la tradición construida por todos estos títulos se ubica Argentina, 1985 en la que Ricardo Darín interpreta al fiscal Julio Strassera y Peter Lanzani encarna al fiscal adjunto, el novato y jovial Luis Moreno Ocampo. Lo novedoso de este relato no solo recae en las decisiones estéticas y narrativas que lo subsumen en un corpus con títulos formidables: el foco, por primera vez en el cine argentino, hace hincapié en las dificultades que enfrenta el equipo de los fiscales (desde la tipificación de los delitos, la recolección de pruebas y hasta el dramatismo necesario en los alegatos de clausura) para acusar a la Junta Militar. La atención y el debido respeto por los procesos de un sistema penal que representa el film de Santiago Mitre es parte esencial que diferencia a la democracia de la dictadura. La historia recién comienza a escribirse.
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