Poltergeist: Juegos diabólicos, la leyenda de la película maldita en todo su esplendor
Fue un enorme éxito de taquilla, tuvo un rodaje plenamente digitado por su productor, Steven Spielberg, pero quedó marcada para siempre por una sucesión de tragedias que involucró a casi todo su elenco
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Poltergeist es un clásico del cine de terror. Y también un caso singular: pocas películas de la historia del cine han tenido tantos fantasmas de todo tipo sobrevolando a su alrededor durante tantos años como esta cinta de 1982. Por la cantidad de dificultades y sucesos extraños durante su accidentado rodaje, por la sucesión de tragedias que afectó al elenco y por la polémica en torno al verdadero control de la película.
Estrenada en Argentina en octubre de ese año, cuando en el país estaba a punto de terminar otra ominosa película de terror, la de la última dictadura militar, y ya las tijeras de la censura estaban menos afiladas, Poltergeist: Juegos diabólicos cuenta la historia de una familia de clase media norteamericana que se muda a un barrio de aspecto idílico.
El disparador es un clásico del género: un lugar donde reina una tranquilidad cercana a la perfección se altera completamente cuando irrumpe lo inesperado. Y entonces ese matrimonio ilusionado con vivir en un espacio relajado, exento del ruido y la histeria de las grandes ciudades, y sus tres pequeños hijos empiezan a sufrir. La primera que percibe que están pasando cosas raras es la hija más pequeña, Carol-Anne (Heather O’Rourke), que una noche se desvela y se acerca a la pantalla de la televisión que quedó encendida en el cuarto de sus padres. Estaba acostada con ellos, una típica escena familiar, y es la única que siente la presencia de una fuerza misteriosa. Ahí mismo empiezan los problemas... Cada transmisión de estática que vio más de una generación de amantes del terror cinematográfico en aquellos viejos aparatos del blanco y negro remitió inexorablemente a esa célebre escena de la película, que también fue precursora en la alusión a los peligros de la adicción a las pantallas que hoy siguen siendo un fenómeno planetario.
Lo que ocurre después en el desarrollo de la ficción tiene un clima de amenaza que se sostiene en todo el relato y está cargado de hechos y apariciones tan sorprendentes como los sucesos luctuosos que se fueron hilvanando, uno tras otro, en una saga que los fans más acérrimos consideran atravesada por una maldición. En principio, la película fue un buen negocio: costó diez millones de dólares y recaudó más de ciento veinte. Pero es cierto que hoy es tan recordada por su importancia dentro del género y su buen rendimiento comercial, como por las desgracias a las que quedó inevitablemente asociada.
Son famosos los rumores sobre sets de filmación que se quemaron sin explicación y objetos que desaparecieron sin que nadie los tocara durante un rodaje donde, además, quien tomaba las decisiones finales, se dijo también muchas veces, no era el director de la película. Tobe Hooper había asomado la cabeza como una promesa firme del cine de terror con La masacre de Texas (1974), una producción de apenas 140 mil dólares que en Argentina circuló bastante en formato video como El loco de la motosierra y aún hoy sigue siendo venerada. Convocado por Metro Goldwyn Mayer para este proyecto, Hooper, que por entonces tenía 30 años, tuvo una marca muy pegajosa de Steven Spielberg, productor del largometraje, que era todavía más joven (27 años) pero ya había metido dos auténticos golazos: Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) y Tiburón (1975).
Spielberg, un fantasma real
Apurado por las presiones de la industria para que filme una secuela de Encuentros cercanos del tercer tipo, Spielberg escribió muy rápido un relato de terror alienígena al que tituló Night Skies y llamó a Hooper para que se haga cargo de la dirección. La respuesta no fue un no, pero tampoco un sí rotundo: por alguna razón no del todo especificada, Hooper pensaba que podría manejar con más soltura una película de fantasmas que una de marcianos. Night Skies terminó siendo la semilla de otro gran éxito de Spielberg, E. T., el extraterrestre (1982), y Poltergeist tuvo entonces sus fantasmas sedientos de una violenta venganza relacionada con la antigua matanza de indígenas en territorio norteamericano.
Terminado el rodaje de Poltergeist, se multiplicaron las teorías conspirativas sobre la relación entre Hooper y Spielberg durante el proceso de trabajo. Spielberg había firmado un contrato con Universal que le prohibía expresamente trabajar en películas de otra compañía (en este caso, MGM). Y la verdadera razón de la convocatoria a Hooper habría sido esquivar ese impedimento, más que un deslumbramiento por el talento de su inexperto colega.
Hay algunos testimonios que afirman que el dominio del set corrió por cuenta de Spielberg de principio a fin. Y que también sugieren que a Hooper no le importaba demasiado. Había firmado un buen contrato y nunca había sentido el proyecto como completamente propio. Ayudaron a alimentar ese escenario unas declaraciones de Spielberg al periódico Los Angeles Times: “Si alguien hacía una pregunta y Tobe no la respondía de inmediato, yo intervenía para decir lo que se podía o no se podía hacer”, se sinceró una vez estrenado el film, cuya campaña de promoción también ponía el foco en él, y no tanto en Hooper.
Pero lo que finalmente pareció ratificar cómo fueron las cosas en el proyecto fue una investigación del Sindicato de Directores de Estados Unidos que derivó en un hecho muy significativo: MGM le pagó 15.000 dólares extra a Tobe Hooper en concepto de resarcimiento por haber tenido que tolerar una injerencia tan directa del productor de Poltergeist. Spielberg se hizo cargo de inmediato del contenido de los chismes con la publicación de una carta abierta en The Hollywood Reporter: “Parte de la prensa no entendió del todo bien nuestra singular relación creativa”, decía en una línea que hoy sigue sonando sugestiva.
Años más tarde, algunos participantes de ese rodaje añadieron más datos. En 2007, la actriz Zelda Rubinstein (que interpretó a la médium Tangina) fue bien explícita: “Tobe pensaba los planos, pero Steven hacía los ajustes finales”. Y algo un poco más fuerte: “Hooper parecía estar drogado todo el tiempo”.
Ese mismo año John Leonetti (ayudante de cámara y hermano de Matt Leonetti, director de fotografía de la película) dijo que “Spielberg había desarrollado la película y quería dirigirla, pero sabía que iba a haber una huelga de directores, así que se colocó como productor. Hooper era consciente de la situación, pero de vez en cuando tenía ciertas libertades en el rodaje. Pero realmente fue Spielberg quien dirigió la película”.
En 2012, James Karen, otro de los integrantes del elenco, aseguró que Hooper la había pasado mal en todo el proceso de filmación. Craig Reardon (responsable del maquillaje y futuro artesano del espeluznante aspecto de Sloth en Los Goonies) señaló también ese mismo año que Spielberg vetaba expresa y públicamente algunas de las ideas de Hooper, como se dice que también había hecho en el rodaje de Used Cars (1980), película de Robert Zemeckis en la que también fue productor ejecutivo.
Jerry Goldsmith, autor de la inquietante banda sonora de Poltergeist, siempre dijo que Spielberg ignoraba olímpicamente a su colega. La polémica, sin embargo, no afectó el vínculo de Spielberg con Hooper: tuvieron una relación cordial hasta la muerte del director de La masacre de Texas, en 2017. Y finalmente E. T., el extraterrestre y Poltergeist se estrenaron con una semana de diferencia en junio de 1982 y coparon la taquilla de tal manera que ese momento pasó a la historia como “el verano de Spielberg”.
La maldición sobre el elenco
Al margen de estas disputas, es notable el revuelo que provocó durante años todo el asunto de la mala fortuna de algunos integrantes del elenco de Poltergeist, que decantaron en la fama de ”película maldita” que arrastra desde siempre. Cuatro meses después de terminado el rodaje, la actriz Dominique Dunne -la hermana mayor de la pequeña Carol Anne en la ficción- fue asesinada por su expareja, John Swenney. De hecho, Poltergeist II está dedicada a su memoria y su personaje desaparece sin mayores explicaciones de la historia en esa segunda parte de la saga.
Will Sampson, actor de la etnia creek, una de las que los colonos europeos consideraron “civilizadas” entre las que encontraron cuando desembarcaron en América del Norte, fue requerido para llevar a cabo varios rituales mágicos para eliminar los problemas en el rodaje de Poltergeist II (1986), cuando el mito de la maldición que perseguía a esta historia ya había crecido. Pero de todos modos hubo más inconvenientes: Julian Beck, el actor que se hizo cargo del rol del tenebroso reverendo Kane, falleció durante el rodaje a causa de un cáncer de estómago. Y un tiempo después, en 1987, murió Sampson, víctima de una complicación durante el posoperatorio de un transplante.
La tercera entrega de Poltergeist, estrenada en 1988, quedó profundamente marcada por la muerte de Heather O’́Rourke, la niña que encarnó a la perceptiva Carol Anne, afectada por una estenosis congénita, mal diagnosticada, apenas terminada la filmación. Hubo que recurrir a otra niña que ofició de doble para las retomas de algunas escenas que exigió MGM cuando sus ejecutivos conocieron el primer corte. En esa época también se reafirmó un rumor casi incomprobable que en esta época de viralización digital hubiera hecho las delicias de los fans del cine pop: la utilización de esqueletos en la famosa escena de la piscina, una de las más magnéticas de la primera Poltergeist, sería la razón del embrujo. No se conocen argumentos fiables, pero seguro que han abundado las especulaciones sobre la identidad en vida de esos esqueletos.
En 2015 se estrenó el documental televisivo La maldición de Poltergeist, dedicado a enumerar -y magnificar, de paso- todos los episodios extraños y oscuros sucedidos durante toda la franquicia. Después llegaron una serie y una desteñida remake “actualizada” de la primera película de la saga dirigida por el británico Gil Kenan. Todas las invenciones, los cotilleos y las teorías heterodoxas que generó Poltergeist están íntimamente relacionados con la eficacia para interpretar la naturaleza especulativa del género del terror que evidenció la película. Sus fans detectaron el gesto y, manteniendo ese mismo espíritu, escribieron colectivamente la leyenda.
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