Personajes literarios contra el mal
"La liga extraordinaria" ("The League of Extraordinary Gentlemen", EE.UU. /2003, color). Dirección: Stephen Norrington. Con Sean Connery, Shane West, Stuart Townsend, Peta Wilson, Jason Flemyng, Naseeruddin Shah, Tony Curran, Richard Roxburgh. Guión: James Dale Robinson, basado sobre los cómics de Alan Moore y Kevin O´Neill. Fotografía: Dan Laustsen. Música: Trevor Jones. Edición: Paul Rubell. Presentada por Fox. 110 minutos. Sólo apta para mayores de 13 años.
Nuestra opinión: regular
En procura de algún toque original para contar la misma historia de siempre, aquí no hay un solo héroe, sino unos cuantos. Aunque no son estrictamente héroes (y mucho menos caballeros, como anuncia el título original). A éstos no los une la condición de defensores de la ley, sino los comunes antecedentes literarios -como que todos son personajes famosos salidos de la literatura del siglo XIX-, y además actúan respondiendo más a sus inclinaciones personales que a un sincero compromiso con la justicia o con el bien común.
Mezcolanza y anacronismo
La extravagante fantasía, derivada de los cómics de Allan Moore y Kevin O´Neill, autoriza cualquier mezcolanza y cualquier anacronismo. Precisamente la integración del heterogéneo "grupo de elite" proporciona el mayor atractivo del film. Veamos: a la cabeza está Allan Quatermain, el cazador y expedicionario de "Las minas del rey Salomón" y otras aventuras africanas, que aunque ya tiene edad para el retiro conserva astucia y resto físico (además de la gallardía madura de Sean Connery, que es, por otra parte, uno de los productores ejecutivos del film). Al personaje creado por H. Rider Haggard se suman otros de prosapia igualmente distinguida, desde el "inmortal" Dorian Gray, de Oscar Wilde, y el intrépido capitán Nemo, de Julio Verne, hasta los inseparables Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, y cierto hombre invisible llamado Rodney Skinner e inspirado en el de H. G. Wells. Como no puede faltar una mujer, nada mejor que una vampiresa garantizada: Mina, eterna víctima del Drácula de Bram Stoker. Y para no desatender el mercado norteamericano, se recurre a un tal Tom Sawyer, que se supone que es el mismo de Mark Twain, pero adulto y convertido en espía.
Todos estos figurones literarios son convocados por el imperio británico en momentos en que un misterioso supervillano -The Fantom- está utilizando las flamantes maravillas de la tecnología de fines del siglo XIX para instigar a las naciones y desatar una guerra mundial. Claro que con personajes con tantos dobleces como los que integran esta "liga" no pueden descartarse traiciones ni falsedades, de modo que las sorpresas pueden proceder de cualquier flanco.
Todo parece muy prometedor, pero la decepción no tarda en llegar. La dosis de imaginación -que por otra parte deriva del cómic original- se reduce a la elección de los personajes. De éstos -cuya popularidad entre el público más joven, al que está destinado el film, bien puede ponerse en duda- se extrae apenas algún dato superficial que aporta poco al conocimiento de sus rasgos: todo lo que deben hacer es aplicar sus habilidades personales en la misión que les ha sido encomendada. Tampoco es demasiado el provecho que se saca del momento histórico y de la conmoción generada por las revolucionarias invenciones traídas por el progreso científico e industrial. Las sofisticadas armas, el famoso submarino del capitán Nemo o los improbables y asombrosos automóviles son ingredientes aportados por la dirección de arte que sólo añaden alguna curiosidad visual al rutinario entretenimiento.
Así las cosas, la "gótica" aventura se reduce a la repetición de situaciones de acción enhebradas con ritmo vertiginoso, con escasa preocupación por la cohesión y el crecimiento de la trama y con la espectacularidad previsible, pero sin sorpresas. No tienen mucho espacio para lucirse los actores: algunos, entre ellos Connery, deben mostrar constantemente su sentido del humor mediante líneas de diálogo que quieren ser ocurrentes; otros parecen no explicarse por qué están metidos en el enredo, como el Dorian Gray de Stuart Townsend (que no estaba en el original y que aquí, además de no envejecer, se ha vuelto invulnerable). El menos favorecido (por lo menos a la hora de los efectos especiales) es, sin duda, Jason Flemyng, cuyo Mr. Hyde parece una versión paródica (y jorobada) del increíble Hulk.
No hace falta decir que la dosis de entretenimiento que proporciona el film en sus casi dos horas de proyección resulta, a la larga, bastante exigua.