Periodistas en el cine: las mejores películas y los reporteros más memorables para descubrir en la pantalla grande
Con muchos puntos de contacto con el investigador privado, la pantalla grande supo consagrar desde sus inicios la iconografía y la vocación de hallar la verdad del oficio;
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El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante definió su primera vocación -la crítica de cine- como “Un oficio del siglo XX”. En realidad el oficio del siglo XX es el periodismo. Es cierto: desde por lo menos el Siglo de las Luces es posible hablar de periodistas y de periódicos, pero dado que el periodismo se nutre de los hechos al mismo tiempo que ocurren, o poco después, fue la velocidad producto de la Segunda Revolución Industrial la que puso tal (nuestro, disculpe el lector que el escriba se involucre) en verdadero movimiento. Y en el cine, antes que el detective privado -con el que la iconografía lo hace compartir el husmeo por los fondos y arrabales de la sociedad- fue el héroe contemporáneo con todas las letras. Incluso hoy lo es, y mucho de lo que es iconográfico en él (desde las camisas arremangadas hasta el uso patológico del teléfono, de línea, ayer; celular, hoy) es producto de lo que el cine hizo con ellos.
Por eso es para aplaudir la iniciativa de dos colegas argentinos, Manuel Barrientos y Federico Poore, de llevar adelante Periodistas en el cine, un sitio que ha creado un ranking de 200 películas que es al mismo tiempo orientativo, discutible, divertido y didáctico en base a una votación (el firmante incluido) por los films que mejor representan el periodismo como profesión, el periodista como personaje, y a los editores. El sitio no tiene solo esto: es una muy buena base de datos, incluye textos respecto de la intersección periodismo-cinematógrafo, y se recorre con placer. Lo que no implica que se esté en un todo de acuerdo con el ranking, ni siquiera con los estos, los primeros diez títulos de la lista.
- El ciudadano (Orson Welles, 1941)
- Todos los hombres del presidente (Alan Pakula, 1976)
- En primera plana (Tom McCarthy, 2015)
- The Post: los oscuros secretos del Pentágono (Steven Spielberg, 2017)
- La dolce vita (Federico Fellini, 1961)
- Network-Poder que mata (Sidney Lumet, 1976)
- Zodíaco (David Fincher, 2007)
- Buenas noches y buena suerte (George Clooney, 2005)
- Frost/Nixon (Ron Howard, 2008)
- Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002)
Ejerzamos una curaduría estricta: El ciudadano (disponible en Max) podrá ser muy buena, pero es menos sobre el periodismo que sobre el poder ejercido por -para utilizar la categoría más académica y precisa- un chantún con mucha plata. Es cierto que, como explicó la crítica Pauline Kael en su ensayo La creación de Kane, las películas de periodistas eran muy, pero muy famosas en los años 30 y de hecho El ciudadano funciona casi como una comedia más de ese subgénero: todo el público lo entendía. Para ser más precisos, cinco años antes, una comedia con periodista que oculta su profesión y se enamora de una heredera en fuga se había llevado todos los Oscar: Sucedió una noche, de Frank Capra, con Clark Gable y Claudette Colbert.
De hecho, la comedia rápida y picaresca “con periodistas” era la respuesta al cine “de época” de aquel primer Hollywood sonoro, y allí tienen por ejemplo Ayuno de amor, de Howard Hawks, que adaptaba el megaéxito de Broadway (cinco veces llevado al cine, dicho sea de paso) Primera plana, con Cary Grant como un editor inescrupuloso y Rosalind Russell como su mejor periodista y exesposa.
La lista es infinita y, como dijimos, son esas comedias las que definieron en el imaginario global al periodista. Pero sigamos. Todos los hombres del presidente, En primera plana (Max) y The Post (Netflix y Star+) son casi lo mismo: docudramas con grandes actuaciones donde la parte “cine” (salvo quizás un poco en la de Spielberg, porque, bueno: es Spielberg) queda relegada. Poder que mata es una sátira de la TV y su negocio, con poco o nada de periodismo. También es un accidente el periodismo en Ciudad de Dios, pero no lo son en las otras cuatro. Marcello en La dolce vita (Mubi) es un pícaro, por cierto, y ¿qué periodista real, de los que buscan información en cualquier lado, no lo es? No por nada el fotógrafo que lo acompaña en esa ficción, Paparazzo, dio origen a los ídem. Buenas noches, buena suerte trata de cómo se utiliza o puede utilizar la ética periodística para desenmascarar a un monstruo; Frost/Nixon, de cómo la dimensión espectáculo del oficio puede sacar a la luz, inadvertidamente, una verdad necesaria; y Zodíaco (Max) muestra como pocos la alienación y la obsesión que guía muchas veces al periodista, en este caso al dibujante que interpreta Jake Gyllenhaal y un poco al cronista de Robert Downey Jr. O qué pasa cuando la realidad cruel excede la noticia.
La lista compilada en el sitio es mucho más amplia y el “top” llega a 200 títulos. Ahí sí hay películas que realmente son grandes (en el sentido cinematográfico del término) y periodísticas (en el sentido periodístico del término). Y que cambian la ecuación que parece dominar en el top ten, de mayor peso periodístico que cinematográfico, configurando un top ten alternativo.
- El informante (Michael Mann, 1999)
- Un tiro en la noche (John Ford, 1962)
- El diario (Ron Howard, 1994)
- Velvet Goldmine (Todd Haynes, 1998)
- El reportero: la leyenda de Ron Burgundy (Alan McKay, 2004)
- Crimen verdadero (Clint Eastwood, 1999)
- La princesa que quería vivir (William Wyler, 1953)
- La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1955)
- Medium Cool (Haxel Wexler, 1969)
- Los secretos del poder (Kevin Macdonald, 2009)
El informante (cada tanto se ve en Netflix y en Max) es la obra maestra del cruce: sobre el hecho real del megajuicio a las tabacaleras y al reportaje en el mítico 60 minutos de Mike Wallace que destapó la mentira de los empresarios, construye un manual de cómo se ejerce el periodismo, cómo se protege una fuente, cómo se investiga una noticia, cómo se desagrega la opinión del hecho y qué es pertinente informar (y cómo). El testigo que interpreta Russell Crowe y el productor noticioso encarnado por Al Pacino (además del magistral Wallace de Plummer) juegan un duelo actoral que es, también, el de la tensión constante de alguien con miedo y alguien que busca dar a conocer una información. Mann cuenta todo como si fuera un gran thriller, y es una hazaña que nos mantenga mirando la pantalla las tres horas que dura. Si en Fuego contra fuego había puesto el trabajo criminal a la manera de una épica urbana, aquí esa épica se traduce en ética.
Para muchísimos críticos, especialistas y espectadores, Un tiro en la noche (o El hombre que mató a Liberty Valance) es la mejor película jamás filmada. Es un western de John Ford que cuenta cómo llega la civilización a un pueblo del Salvaje Oeste y cómo el tiempo “mítico” de matones y duelos queda enterrado con la llegada del ferrocarril, la ley y la escuela. Pero lo que uno olvida es que en realidad lo que vemos durante las dos horas de metraje es un flashback: la nota periodística que Stoddard (James Stewart), senador y alguna vez amigo del caballero de fortuna y protector del pueblo Tom Doniphon (John Wayne) otorga en el funeral de este para contar “la verdad” sobre la fundación mítica de ese pueblo. Es el film que termina con un mandato ético que contradice al periodismo pero tiene su sentido: “Este es el Oeste, señor: cuando la leyenda se transforma en hecho, imprima la leyenda”. Y sí, explica que el periodismo es una de las columnas de la civilización (suele encontrarse en Star+).
El diario, es una pena, quedó olvidada. Pero es el cuento de una noticia sensacional que debe publicarse y, para eso, es necesario retrasar la impresión del medio en cuestión. Lo que genera una vertiginosa lucha de poder entre el jefe de redacción (Michael Keaton) y la dueña del medio (Glenn Close). Pero es eso y mucho más: realmente muestra la dinámica de un medio gráfico, de la urgencia, de la necesidad de chequear lo que se publica, de cómo no hay “ciencia” ni estudio académico en este medio, sino oficio, calle, olfato, instinto y apuesta (a la verdad, siempre a la verdad, moleste a quien moleste, incluso al propio periodista). Ron Howard, que cuando quiere una película en serio sabe cómo entretener al espectador (se le nota cuándo no le interesa nada lo que filma) hizo esta película en 1994 y no se consigue, por ahora, por medios sanctos.
En cambio –albricias– sí se puede ver en Max una de las mejores piruetas del asunto, Velvet Goldmine, de Todd Haynes. Describamos: es la historia (con otro nombre) de David Bowie, del glam rock de los setenta en Gran Bretaña, de Iggy Pop, y del triunfo de la revolución sexual. Pero todo se cuenta copiando/homenajeando/parodiando El ciudadano (incluso con planos muy puntuales): el cantante que interpreta Jonatha Rhys-Meyers (un Bowie transparente) fingió su muerte y desapareció de los escenarios; un periodista (Christian Bale) tiene que reconstruir, diez años más tarde, qué pasó, e incluso encontrarlo. Y entrevista a quienes lo conocieron, desde su mujer (Toni Collette) hasta su coequiper (Ewan McGregor, como un Iggy extraordinario). Detrás del musical hay una investigación periodística y el film se pregunta, justamente, para qué sirve revisar el pasado, qué sentido tiene descubrir todas las verdades. De paso, es un mazazo sonoro y visual.
En Apple TV+ (pero cada tanto anda por Paramount+ y Netflix) puede acceder a El reportero: la leyenda de Ron Burgundy, sátira despiadada pero con un corazón así de grande acerca del periodismo televisivo. Will Ferrell interpreta al personaje que da título a la película: un presentador de noticias absolutamente machista, pedante, exitoso e insoportable a quien le ponen -horror de horrores- a una mujer como coequiper, cuando se disolvían los años 70. Hay mucho para ver: desde los secundarios absurdos que interpretan Steve Carell, Paul Rudd y David Koechner, o cómo Christina Applegate (una de las mejores comediantes que dieron los Estados Unidos) se suma al juego, hasta los cameos disparatados de amigos de la casa como Ben Stiller o Luke Wilson. Lo más interesante es que, sátira mediante, explica el negocio del periodismo televisivo como un manual sin fisuras, y cómo se forjó la idea de periodismo como entretenimiento. Hay mucho más que risas imparables en esta película.
Crimen verdadero (Max) es una de suspenso: un muchacho está por ser ejecutado por un crimen que no cometió y, a regañadientes -porque en realidad quiere hacer cualquier otra cosa- un periodista (Eastwood, que en esta película es mejor reportero que padre) tiene la posibilidad de frenar la ejecución y salvar una vida. Por supuesto que tiene apenas unas horas para eso. Pues bien: es un thriller vertiginoso y emocionante, pero muestra por qué, como dijimos al principio, hay tanta coincidencia entre el periodista y el detective privado. Como sucede en todas las películas de Eastwood, todo se concentra en que un hombre haga lo correcto, incluso contra su propia voluntad, movido -siempre pasa en el cine de don Clint- por un imperativo moral superior. Aunque muchos, a la hora de hacer la lista de “los mejores Eastwood” la olvidan (el hombre hizo Bird, Un mundo perfecto, Los imperdonables, además de Jinete pálido, Impacto fulminante, Poder absoluto, Honkytonk Man o Million Dollar Baby) es de sus mejores películas, de esas que combinan el juego del cine con una verdad profunda sin declamar ni señalar con el dedo.
En La princesa que quería vivir, tenemos esa escapada romántica de Audrey Hepburn que le valió el Oscar y el Olimpo. Pero su partenaire es un Gregory Peck que finge no ser el periodista que se encuentra con la sensacional noticia de que hay una heredera real de incógnito por las calles de Roma. Toda la película se concentra en un dilema: cuánto vale una noticia y si se sacrifica la verdad (Peck oculta su profesión) por la primicia. Más allá de ser una comedia romántica perfecta y agridulce, más allá de lo sensacional de la dupla y del uso de las locaciones en la delgada línea entre la ficción y el documental, es un auténtico tratado de ética y deber profesional y -digámoslo- también político.
Es raro que La ventana indiscreta (Max) esté lejos en este top 200 (hay que recorrer mucho la lista para hallarla) porque la historia de ese fotorreportero transitoriamente inválido, entretenido espiando a sus vecinos (un voyeur y espectador de cine, como Hitchcock quería que lo comprendiésemos) es también un tratado espectacular sobre cómo se arriesga la opinión para descubrir un acontecimiento. De hecho, puede verse como un manual perfecto de periodismo de investigación, riesgos incluidos. Por supuesto que es -como toda obra maestra- muchas otras cosas (podría decirse que es una comedia sobre el matrimonio y sus variaciones, o sobre las diferencias entre hombres y mujeres, o un retrato que homenajea la belleza increíble de Grace Kelly), pero la dimensión periodística es insoslayable y sostiene la trama.
Medium Cool es la más experimental de esta lista. Rodada por Haskell Wexler en 1968, narra en gran parte la cobertura de la Convención Demócrata de ese año, que culminó en una represión monumental y en el juicio a los llamados “diez de Chicago”. Wexler pone en tela de juicio el periodismo, la autenticidad de las imágenes y el trabajo televisivo; al mismo tiempo, con su mezcla de ficción y documental, se pregunta -y nos pregunta- por los límites del cine. No es un film fácil de conseguir, por cierto, aunque cada tanto aparece en la grilla de Mubi. Es, de paso, indispensable para esta relación entre cine y noticias.
Y Los secretos del poder (en Max está como La sombra del poder) tiene varios “pros” que la hacen irresistible. El elenco -Russell Crowe, Helen Mirren, Ben Affleck- en estado de gracia, es uno de ellos. Pero lo más interesante es cómo la vida personal, las relaciones de amistad y conocimiento, se relacionan de modo a veces perverso y peligroso con la búsqueda de la verdad, una pertinente y necesaria. Aunque no es el film más conocido de la lista y pasó más o menos sin pena ni gloria por los cines (tampoco fue un fracaso, apenas una de esas películas que uno recuerda que se estrenaron pero carecen de aura mítica), tiene un enorme punto a favor: hablar de la imagen como herramienta para descubrir la realidad (algo que el cine, cada vez más, deja de lado).
De todos modos, esta es una selección arbitraria. Lo que es buenísimo del sitio es que muestra por qué cine y periodismo no son socios circunstanciales a la hora de crear un espectáculo: ambos, por tener como sustento el registro de algo que ha sucedido, son hermanos, oficios complementarios nacidos para encontrar un orden (estético, ético, legal) en un mundo complejo y caótico como el que nos ha tocado.
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