En Lulú hay pequeñas rebeliones cargadas de osadía
Lulú (Argentina/2014) / Dirección y guión: Luis Ortega / Fotografía: Daniel Hermo / Cámara: Martín Fisner / Montaje: Rosario Suárez / Sonido: Catriel Vildosola / Música: Daniel Melingo, Ezequiel Araujo, Manal / Elenco: Nahuel Pérez Biscayart, Ailín Salas, Daniel Melingo / Distribuidora: Primer Plano / Duración: 87 minutos / Calificación: Apta para mayores de 13 años / Nuestra opinión: muy buena
La libertad, en un mundo que no suele facilitar las cosas para ejercerla, es el gran tema de Lulú. La libertad y también el amor que sus dos jóvenes protagonistas se profesan a su manera, sin medir oportunidad ni consecuencias.
Lucas (Nahuel Pérez Biscayart, con el temperamento y el look ideal para interpretar al clochard porteño atrevido y ciclotímico cuyas desventuras ocupan buena parte de la historia) trabaja como ayudante de un camionero (Daniel Melingo) que recolecta sebo de distintas carnicerías de la ciudad, maneja a una velocidad inapropiada para el vehículo que conduce y hasta toca el clarinete en pleno viaje. Su compañera, Ludmila, vive como okupa en una pequeña cueva vecina a una gran avenida en una de las zonas más caras de la ciudad, se suele mover en una silla de ruedas que en realidad no necesita y sufre en silencio la enfermedad terminal de su padre.
Las búsquedas
No hay grandes sucesos en Lulú, sino más bien una trama tan anárquica como sus personajes que va hilvanando una serie de pequeños eventos (el asalto a una farmacia para llevarse una bolsa con medicamentos, un rato de dispersión de Ludmila y su hermanito en un velódromo, un inusual escarceo amoroso de Lucas con una mamá joven y bien dispuesta) que revelan el interés de sus protagonistas por despegarse de la abulia y la violencia de una realidad que parece no estar hecha para cobijarlos.
Sus pequeñas rebeliones, cargadas a veces de osadía pero generalmente de una tierna ingenuidad, lucen como gestos de impotencia frente a la enorme decepción que siempre implica tomar conciencia del fin de las ilusiones que trae aparejado el ingreso a la adultez.
Las provocaciones a las que Lucas es aficionado son claros síntomas de su resistencia a integrarse a la perversa lógica que lo rodea. Igual que el inolvidableFerdinand de Pierrot le fou (la magnífica película que Jean-Luc Godard estrenó en 1965) encarnado por Belmondo, busca denodadamente "el alboroto", como él mismo explicita en un momento de esta película sin ataduras ni apego a las fórmulas. Sus actitudes no encajan en ninguna lógica, salvo la de sus deseos. Pero el mundo es un lugar hostil y el costo de no ajustarse a sus reglas suele conducir a la tragedia.
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