Pepe Soriano: un actor comprometido a tiempo completo que engrandeció hasta al más pequeño de los escenarios
Figura colosal del teatro, el cine y la televisión a lo largo de varias décadas, llevó a la vida personal la modestia con la que recorrió todos los episodios de su larguísima carrera y dedicó mucho tiempo a la solidaridad con sus colegas
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“La gente más linda y los mejores amigos los tuve a través del teatro. ¡Y los que más detesto en el mundo también!”. Pepe Soriano pasó la vida entera convencido de que lo bueno y lo malo ocurrían primero sobre un escenario. Y no solo desde el ejercicio de la profesión que lo elevó hasta convertirse en uno de los mejores actores argentinos de su tiempo.
El recuerdo de su excepcional trayectoria será amplio, generoso y perdurable, porque en su caso ese tiempo de gloria artística y reconocimiento popular superó todas las medidas imaginables. Su vida se apagó este miércoles a los 93 años, pero hasta no hace mucho seguía empeñado, con extraordinaria y admirable fortaleza, en explorar alguna nueva faceta de su talento. De lo más profundo de su instinto artístico sacaba la vitalidad que lo sostenía y lo mostraba siempre entero cada vez que se abría el telón. Y dedicó el mismo compromiso con el que asumía cada interpretación a la tarea social y mutual. Decía que pocas cosas disfrutaba más que el apoyo y el estímulo a las reivindicaciones laborales de su profesión.
“Tiene que ver con una manera de vivir. Mi coherencia viene desde mi origen, que es el de la gente de trabajo. Y no de clase media, sino muy, muy humilde”, declaró una vez a LA NACION. Toda la vida y la obra de Soriano también se guarda en innumerables entrevistas de las que participó a lo largo de varias décadas. Le gustaba hablar y no guardarse nada. Hablaba de su vida y de su obra con palabras en las que fácilmente asomaba el fuego sagrado de sus grandes personajes.
Su nombre real (José Carlos) desapareció por completo detrás del característico apodo que llevan quienes se llaman como él. El “Pepe” con el que todos sin excepción lo conocieron y trataron fue su primera y definitiva señal de identidad. Había nacido en Buenos Aires el 25 de septiembre de 1929 y fue criado por sus abuelos italianos desde que afrontó, a los 12 años, la muerte temprana de su madre. A su padre apenas lo veía, de tan ocupado que estaba en la búsqueda de sustento familiar.
“De mi casa recibí afecto. Y el valor de la palabra y la amistad”, decía con orgullo. Después de egresar del secundario en una escuela pública ingresó en la Facultad de Derecho, más para cumplir con el anhelo familiar que por deseo propio. Allí encontró su destino, pero de manera oblicua: quedó definitivamente atrapado en el espacio de teatro universitario que funcionaba en ese lugar, y sobre todo por el magnetismo de su director y docente más importante, nada menos que Antonio Cunill Cabanellas.
“Los primeros días le preguntaba a Cunill por qué no me alcanzaba el escenario cuando decía la letra. Me enseñó los primeros pasos y la paciencia para llegar hasta el final”. Debutó como actor en el Teatro Colón en una puesta de Sueño de una noche de verano, con música de Mendelssohn. Antes de encontrar su lugar definitivo en el mundo, mientras se formaba con el espíritu del teatro independiente, trabajó como vendedor de embutidos para un frigorífico y vendió libros. Siempre dijo que no tenía ambiciones económicas. Solo quería trabajar de lo que quería y disfrutaba para vivir.
En el camino ascendente hacia la cumbre actoral que alcanzaría tiempo después hizo de todo. Pequeños papeles en revistas, apariciones como clown en modestos espectáculos circenses, intervenciones como crooner de barrio junto a estrellas musicales de la época como Lois Blue. En sus primeros años subió a escena para interpretar a una travesti. “Fue en 1953. Y dicen que yo fui el primer travesti que tuvo el teatro nacional”, evocó con una sonrisa.
“¿Quién soy? De oficio, actor. Me parece bárbaro que se me respete como tal. Lo que no quiero es que me empiecen a poner pedacitos de bronce. Porque empiezan con los pies, siguen subiendo y en un momento te encontrás con que no sos más una persona. Y yo quiero seguir siendo persona. Con limitaciones. Que no pocas veces son un techo que ponen otros”, dijo años después de aquellos primeros intentos, cuando ya era un grande en todos los escenarios imaginables.
El actor que encontró en sus comienzos todas las facetas posibles de expresión a través del fértil espacio para el teatro independiente que se abría en Buenos Aires a partir de la década del 50 encontró en los diez años siguientes un lugar de reconocimiento popular gracias a la televisión.
🌑 Se fue un grande. La muerte de Pepe Soriano cala hondo en nuestros sentimientos.
— Multiteatro Comafi (@multiteatro) September 13, 2023
Con él se va un amigo. Luego el gran actor, uno de los mejores de este país.
Beso enorme para Diana, Victoria y familia. pic.twitter.com/hJhfCuKTF0
Era un tiempo en el que los canales abiertos de la Argentina le dedicaban mucho espacio al teatro y Soriano fue uno de los nombres que mejor se adaptó al modelo costumbrista que se fue forjando en las ficciones televisivas de su tiempo. Todo empezó en Yo soy porteño (1962), exitoso ciclo en el que confluían múltiples historias humanas alrededor de un ámbito común, el de un conventillo.
Allí, Soriano disimulaba por primera vez su aparente inexperiencia detrás de un papel que revelaba una notable madurez: Don Berto, ese anciano italiano “tierno y maldito” al mismo tiempo, que luego fue desarrollando junto a los hermanos Sofovich en Vivir es una comedia y adquirió más tarde sus rasgos definitivos en la colosal personificación de La Nona, aquella mujer de edad y apetito inverosímiles que nos conmovía y nos inquietaba a la vez.
“Esa viejita es metafórica y pasa por diversos temperamentos. Se insera como una traslación que hace su autor, Roberto Cossa. Come desaforadamente y termina por destruir a una familia. Y esto generó desde su origen expectativas intrigantes”, comentó una vez. Con el tiempo se convenció (y convenció a los demás) que uno de los grandes papeles de toda su vida (y comenzó a interpretar muy joven) hablaba sobre todo de la muerte. Llegó a interpretarlo a lo largo de varias décadas.
No fue el único personaje al que siempre regresó. A lo largo de los años, junto con La Nona, Soriano siempre encontró público dispuesto a aplaudirlo en El loro calabrés. Estrenado en 1975, este unipersonal agigantaba como nunca su presencia en el escenario con un ramillete de recuerdos, vivencias y experiencias de vida en las que Soriano mezclaba las memorias de su infancia y los momentos compartidos con destacados compañeros de oficio. Con esta obra recorrió el país y el mundo durante varias décadas.
Mientras tanto, de la mano del gran director David Stivel, llevó adelante una fecunda tarea televisiva. Participó de memorables adaptaciones de los 60 como Hamlet y Martín Fierro junto a Alfredo Alcón, el actor que más admiró en su vida. “Ha sido ético a más no poder. Mejor persona también. Tiene una cantidad de méritos enorme. Pero hay algo que es real. La Argentina le pone un límite. Y nos pone un límite a muchos”, dijo amargamente hace unos años.
Alguna de esas desilusiones lo llevó a España, donde vivió junto a su mujer desde 1986 y 1993. Trabajó mucho allí, en cine y televisión, pero sobre todo se lo recuerda por su personificación de un doble del dictador Francisco Franco en la película Espérame en el cielo, de Ricardo Franco, que interpretó con un acento castizo que aprendió en una semana. “Nadie podía creer que terminé el doblaje en un mes”, comentó años después.
Querido Pepe. Elévate tranquilo a la eternidad, porque en la tierra has cumplido con tu talento, tu don de gente y tu compromiso inclaudicable con los compañeros actores y actrices. En lo personal te llevaré en el corazón porque fuiste un ejemplo de vida para mí. QEPD.
— osvaldo santoro (@cachosantoro) September 13, 2023
Antes de esa experiencia de mudanza forzosa soportó ninguneos y prohibiciones en tiempos de la dictadura militar y en los últimos años era común verlo quejarse por algunos cuestionamientos que recibía por su labor gremial como presidente de la Sociedad Argentina de Gestión de Actores Interpretes (Sagai). “Nunca traicionaré la honestidad que pongo en esta tarea. Soporté que alguien me haya caracterizado vestido a rayas con una bola en cada pie, a mí y a mis compañeros”, dijo sobre una causa por administración fraudulenta de la que fue sobreseído en 2015.
También rechazaba cualquier rótulo ideológico, sobre todo desde que se conoció que el decreto ley de la creación de Sagai llevó la firma de Néstor Kirchner. “Usted es K, me dicen. ¡No me jodan, qué K ni qué carajo! Soy independiente, soy un francotirador. Ponele lo que quieras. Pero también soy un agradecido. A la persona que me da cosas le tengo que dar las gracias. Si hubieran sido Illia, Alfonsín o De la Rúa habría hecho lo mismo. Vivo en la casa donde nací, ni auto tengo. ¡Qué me van a decir!”.
Decidió volver a la Argentina después de que Raúl de la Torre lo llamó para filmar la película Funes, un gran amor. “El primer día de rodaje me encuentro con Daniel Binelli, empieza a sonar el bandoneón y me pongo a llorar”. No pudo rodar ni un plano. Al día siguiente le pasó de nuevo. “Al tercero canta Jairo y yo ya era un río. Me dije: yo estoy de más en España. Tuve que recomenzar de nuevo, no fácilmente”, confesó años después.
De a poco fue recuperando el lugar que había ganado en el pasado con interpretaciones muy recordadas en el cine, desde La Patagonia rebelde, de Héctor Olivera, donde personificó al alemán Schulz, militante anarquista) hasta Asesinato en el Senado de la Nación, de Juan José Jusid. Allí entregó el retrato definitivo en la pantalla de Lisandro de la Torre, personaje que también llevó varias veces al teatro como protagonista de la obra escrita por David Viñas que lleva el nombre del político santafesino.
Toda la obra de Raúl de la Torre y las mejores películas de Jusid (Tute Cabrero, Los gauchos judíos) lo tuvieron como figura destacada dentro de un recorrido en el cine que incluyó más de 50 apariciones, entre papeles protagónicos y secundarios. De todo lo que hizo en teatro será difícil olvidar su notable paso protagónico por El violinista en el tejado, pequeña gran demostración de que su talento también podía volcarse al terreno musical. Y en la última etapa quedará en el recuerdo de todos la monumental interpretación de un anciano con Alzheimer en El padre, la obra de Florian Zeller que llegó al cine con Anthony Hopkins en el mismo papel.
A Soriano casi no le faltó papel por interpretar y espacio escénico por ocupar. Hizo humor con Alberto Olmedo, compartió aventuras televisivas con Carlos Calvo en RR DT, acompañó a Narciso Ibáñez Menta en varias de sus antologías de terror, interpretó a Jacobo Fijman en una recordada adaptación para la TV de Rito de Adviento, se lució en distintas épocas televisivas (de la comedia Agencia de felicidad en los 60 a La leona, medio siglo después), pero desde muy temprano en su vida profesional pareció llamado por el destino para interpretar a personajes que cargan, enfrentan y sostienen desde el dolor, la melancolía, la alegría o la tristeza el inevitable paso del tiempo. Entre los últimos vale recordar la versión local de En la laguna dorada (junto a la española Charo López) y su aparición durante varias temporadas como el anciano malhumorado y gruñón de Esperando al Sr. Green, uno de sus últimos grandes papeles en el teatro.
“Me resulta absolutamente necesario jugar arriba del escenario. Yo no sé ninguno de los juegos sociales que le gustan a la gente. El tenis, el golf, el bridge, el bingo no me interesan. Si me pregunta qué quiero, respondo: estar arriba de un escenario. Y si no actúo, me gusta ensayar y compartir mi tiempo con gente que es afín a mí. El teatro y el mundo que genera me hacen feliz”, reconoció hace un tiempo. Recibió todos los premios posibles, hasta una sala con su nombre en la localidad de Tigre.
Vecino de Colegiales, contaba siempre con orgullo que vivió toda la vida en la misma casa en la que nació junto a su mujer, Diana. De esa unión nació su hija Victoria. “Una bella construcción sostenida por sus materiales originales. Ahí soy Pepe para todos”, decía. Allí guardaba el libro que le regaló un amigo filósofo con una dedicatoria: “Caro Pepe: uno es lo que hace y hace lo que es”. De ella adoptó la máxima que rigió toda su vida: “Siempre me reservé la dignidad de aceptar lo que quiero”. Ni siquiera cuando se enojaba dejaba de encontrar motivos para sonreír. Seguramente porque estaba pensando en algo relacionado con el teatro, con su profesión o con alguna palabra de estímulo hacia algún joven colega en busca de su lugar en ese mismo mundo. Actor a tiempo completo: eso fue Pepe Soriano.
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