Era la Palma de Oro "cantada", un triunfo por aclamación con el mayor de los consensos. Porque Pedro Almodóvar es un ídolo para los franceses y un ícono del Festival de Cannes. Porque Dolor y gloria es una de las mejores y más personales películas de toda su carrera (no es difícil encontrar múltiples elementos autobiográficos en la conmovedora trama). Pero una suerte de maldición persigue al director español y, otra vez, se quedó con las manos vacías.
Almodóvar ya ganó en Cannes el premio a mejor director (por Todo sobre mi madre), al mejor guionista (por Volver), triunfaron sus actrices (también por Volver) y ahora su actor ( Antonio Banderas por su extraordinario trabajo en Dolor y gloria). Sin embargo, a pesar de haber obtenido incluso el Oscar, no pudo llevarse la Palma de Oro en ninguna de las seis oportunidades en las que compitió (también inauguró el festival con La mala educación y hasta presidió el jurado oficial).
Aunque en declaraciones a la prensa desmintió que ese reconocimiento lo obsesione o le vaya a cambiar algo a esta altura de una brillante trayectoria que ya supera los 45 años y los 20 largometrajes, al menos Dolor y gloria le está regalando unas cuantas satisfacciones por la excelente respuesta de crítica y público. Tras un exitoso estreno en su país previo a Cannes (ya recaudó 6,5 millones de dólares y en julio desembarcará allí en Netflix), el film se está presentando en todo el mundo y se estrena este jueves en la Argentina. En Italia, por ejemplo, tuvo el mejor arranque de su carrera y en Francia se lanzó en 580 salas para sumar casi medio millón de entradas en sus dos primeras semanas. En París, sin ir más lejos, Pedro se dio el gusto de superar durante varias jornadas a la pirotecnia de Marvel/Disney y su Avengers: Endgame.
Aunque a Almodóvar se lo ha elogiado sobre todo por sus incursiones en la intimidad del universo femenino, Dolor y gloria es -como La ley del deseo o La mala educación- una película sobre los traumas, los miedos, las contradicciones, las adicciones y los sentimientos más íntimos y profundos desde una perspectiva masculina y, más precisamente, de un cineasta.
Antonio Banderas interpreta a Salvador Mallo (claro alter-ego almodovariano), un director que ha conocido épocas de gloria y hoy está prácticamente retirado, mientras lucha -entre otros flagelos- contra insoportables dolores en la espalda y la cabeza que lo han sumido además en una profunda depresión que lo ha inmovilizado en más de un sentido.
A partir de la presentación en la Filmoteca de Madrid de una copia restaurada de Sabor, un film suyo rodado 32 años atrás y revalorizado como un clásico, se reencuentra con Alberto Crespo (Asier Etxeandia en plan Eusebio Poncela), a quien no había visto desde aquel caótico rodaje. A pesar de las viejas peleas, ambos empiezan a compartir algunos proyectos laborales (como un monólogo escrito por Salvador que Alberto monta solo en un pequeño teatro off), pero también el uso de heroína (todo un tema para la generación de la "movida" española).
Dolor y gloria es una historia dura y emotiva, poderosa e intimista a la vez, que aborda cuestiones como la degradación física, la vejez, la relectura y resignificación de distintos momentos clave de la vida personal (desde las experiencias iniciáticas de la infancia hasta la forma de lidiar con la muerte de la madre) y la posibilidad de reencontrarse con los demás y con uno mismo.
Si bien, como quedó dicho, se trata básicamente de una historia de hombres en la que Leonardo Sbaraglia tiene un personaje secundario, pero decisivo (ver aparte), Dolor y gloria también tiene encantadores personajes femeninos como los de las maternales Julieta Serrano y su habitual colaboradora Penélope Cruz (unos flashbacks que indagan en la propia infancia de Almodóvar) y el de Nora Navas, la leal asistenta del protagonista. Y en una pequeña pero deliciosa presencia reaparece otra actriz-fetiche del director como la argentina Cecilia Roth.
En diálogo con la prensa internacional durante su reciente paso por Cannes, Almodóvar repasó algunos de los aspectos esenciales de esta obra mayúscula en plena madurez artística:
Lo autobiográfico. "No hay que tomar la película de un modo tan literal. No hay que buscar conexiones directas del tipo Salvador Mallo hizo tal cosa y Almodóvar tal otra. Cuando uno escribe sobre un director de cine, como en este caso, es inevitable que surjan cuestiones personales, pero también hay mucho de ficción. De todas maneras no voy a negar que hay cosas de mi intimidad. Al principio de la escritura sentí un vértigo enorme, porque aunque no parezca soy muy pudoroso, pero luego superé esa inhibición y me metí de lleno en algunos recuerdos. La escena de las lavanderas, por ejemplo, es la reconstrucción de uno de los momentos más felices de mi infancia. Era un momento muy duro para ellas, pero cantaban, era una auténtica fiesta."
Las adicciones. "A esta altura de mi vida la adicción principal pasa por dormir ocho horas por día y seguir activo (risas). Por eso el personaje de Banderas convive con esa sensación de incertidumbre. Yo nunca he tomado caballo (heroína), pero estuve rodeado por ella. Para la generación de la Movida madrileña y su descubrimiento de las drogas, la heroína fue como nuestro Vietnam, una guerra donde cayó mucha gente, muchos seres queridos quedaron por el camino. No soy nostálgico, pero igual fue una época maravillosa", afirma Almodóvar, quien asegura que de las adicciones al café o la cocaína ahora pasó al... té.
El dolor y la gloria. "El dolor en el film es literal y metafórico a la vez. Tiene que ver con el miedo a no envejecer bien, a la degradación física, la sensación de continuo deterioro que no es solo personal, ya que el mundo también comparte esa cualidad degenerativa que me entristece profundamente. Siempre fui alguien muy positivo, pero hoy no encuentro demasiados motivos para el optimismo y quizás por eso la fuerte impronta nostálgica de la película. Con respecto a la gloria, el mayor de mis éxitos ha sido poder hacer el cine más personal posible. Puedo decir con orgullo que he contado las historias que he querido, que los errores son todos míos míos y los méritos también. Soy el dueño de mi carrera. El éxito comercial, los premios, los elogios, si bien los agradezco mucho, no me han hecho perder la cabeza. Mi único objetivo ha sido siempre poder hacer la película siguiente."
En una película con muchos guiños y presencias argentinas (la participación de Cecilia Roth , el diseño de Juan Gatti, la dirección de arte de María Clara Notari y hasta un fragmento de La niña santa, de Lucrecia Martel, que los protagonistas ven en televisión), el principal aporte a Dolor y gloria es el de Leonardo Sbaraglia en el papel de Federico, un examante de Salvador en su juventud que se reencuentra con él cuando ya han superado los 50 años. El beso apasionado entre ambos es una de las escenas más conmovedoras del film y probablemente de la carrera de Almodóvar.
"Toda la vida soñé con trabajar con Almodóvar y, en ese sentido, estoy profundamente agradecido", dice Sbaraglia. "Tengo la certeza de que nos hemos encontrado no solo con Antonio [Banderas] en el film, sino también con Pedro y con el resto del equipo desde un lugar muy hondo. Estuve muy conmovido durante todo el rodaje por la conexión que establecimos. Son experiencias que trascienden absolutamente lo profesional, te completan como ser humano y te marcan para siempre", agrega.
Para Sbaraglia, "la complejidad de los juegos entre ficción y realidad, entre la relación de Salvador y Federico, o incluso entre la mía con Pedro o con Antonio, hablan de la complejidad y la profundidad de una película como Dolor y gloria, que es al mismo tiempo un homenaje al cine, a los sentimientos, a los actores, a las madres... No puedo más que agradecer el hecho de haber sido parte de esta experiencia maravillosa".
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