Estrenada el año pasado en Cannes, la última película de Paolo Sorrentino es una reflexión sobre la autopercepción y una muestra acabada del particular estilo de este director italiano
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Parthenope (Italia-Francia/2024). Guion y dirección: Paolo Sorrentino. Fotografía: Daria D’Antonio. Edición: Cristiano Travaglioli. Elenco: Celeste Dalla Porta, Silvio Orlando, Peppe Lanzetta, Gary Oldman, Luisa Ranieri, Isabella Ferrari, Stefania Sandrelli. Duración: 137 minutos. Calificación: apta para mayores de 16 años. Nuestra opinión: buena.
Hay un sello personal en las películas de Paolo Sorrentino que coloca a este cineasta italiano en la categoría de los autores importantes del cine contemporáneo. Sus películas (La gran belleza, Juventud) pueden inquietar, irritar o deleitar, pero es difícil que provoquen indiferencia. Y Parthenope no es la excepción. Por el contrario, esta película estrenada en el Festival de Cannes del año pasado es una obra personal y provocadora que revela con claridad que a Sorrentino no le interesan demasiado ni el realismo ni la corrección política.
“La belleza es como la guerra: abre puertas”, asegura en un momento de la película un melancólico escritor de mediana edad interpretado por Gary Oldman que lleva el mismo nombre del gran autor norteamericano que fue conocido como “el Chejov de los suburbios”: John Cheever. Se lo dice a Parthenope (Celeste Dalla Porta), una escultural morena napolitana a la que conoce en un lujoso resort del sur de Italia al principio de esta historia ambientada en los años 70 que podría definirse como un tratado barroco sobre la percepción de los demás y la autopercepción matizado con pinceladas de los grandes temas de los que suele ocuparse Sorrentino: el arte, el deseo, la religión y, en este caso en particular, la belleza, que moldea la vida de las personas con un poder que el director considera casi místico.
Dalla Porta encarna a una mujer de una belleza tan deslumbrante como para cautivar a todos aquellos con los que se cruza. Su atractivo es magnético y disruptivo. Y combinado con los bellos paisajes que filma Sorrentino produce un relato visual que, en muchos momentos, prescinde de una dramaturgia tradicional que apenas aparece intermitentemente.
La protagonista se llama Parthenope, igual que una sirena de la mitología griega que le dio el nombre a una ciudad situada en el mismo lugar donde posteriormente se asentó Nápoles, y es en su juventud una seductora despreocupada que con el inevitable paso del tiempo empieza a temer ser percibida como una mujer superficial o vacía. Emprende entonces una carrera académica (antropología) bajo la tutela de un temperamental profesor que a la vez es uno de los pocos hombres que parece ser sincero con ella, aunque suela hablarle con una colección de acertijos.
En el curso de ese periplo vital, Parthenope sufre una tragedia familiar que la deja emocionalmente a la deriva y pasa una buena parte de su tiempo conversando con actrices pasadas de moda sobre sus deseos románticos y existenciales. La operística banda sonora de Lele Marchitelli acentúa el clima onírico en el que se desarrolla su singular viaje, un recorrido sinuoso destinado a resaltar la idea fuerza de la película: la belleza puede inspirar admiración y adoración, pero también una presión social que termina alienando.
No hay chances de ser amado cuando una barrera -la que sea- se interpone para que los demás nos conozcan con profundidad. En el caso de Parthenope, es paradójicamente ese poder que le abre puertas y la convierte en un imán (su “grande bellezza”, en suma) el que también se transforma en un problema difícil de digerir y por momentos en una cárcel.
Aunque en una primera impresión pueda parecer un relato sobre las peripecias de la madurez, el foco más importante de Parthenope es la vida interior. Es ese asunto indiscutiblemente importante el que preocupa claramente a una protagonista que sabe mejor que muchos de sus aduladores que lo esencial es invisible a los ojos
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