Panahi burla la censura a bordo de un taxi
Taxi (Irán, 2015) / Guión, dirección y producción: Jafar Panahi / Duración: 82 minutos / Calificación: sólo apta para mayores de 13 años / Nuestra opinión: buena
Jafar Panahi vive desde hace años una situación absurda. Detenido por las autoridades de su país en marzo de 2010 bajo la acusación de filmar un largometraje "crítico" con el Estado de Irán y de "planificar su proyección fuera del país", logró que le concedieran la libertad condicional en mayo de ese mismo año, pero unos meses más tarde, en diciembre, el Tribunal de la Revolución Islámica lo condenó a seis años de prisión domiciliaria por encontrarlo responsable de fomentar la propaganda contra el Estado. Se lo inhabilitó para ejercer cualquier actividad profesional, pública o social durante veinte años.
Lisa y llanamente, Panahi, de 55 años y ganador de varios premios importantes -la Cámara de Oro en Cannes por El globo blanco (1995), el León de Oro en Venecia por El círculo (2000)-, no puede escribir guiones, filmar películas ni viajar al extranjero. Sin embargo, decidido a enfrentar esa situación exótica e injustificable, ha seguido produciendo cine en condiciones particulares y con un espíritu decididamente provocador. Desde que fue condenado, estrenó -siempre fuera de su país- Esto no es una película, un documental sobre su vida bajo arresto domiciliario; Closed Curtain, en sociedad con su compatriota Kambuzia Partovi, quien viajó a Berlín a presentar el film y sufrió la confiscación de su pasaporte cuando regresó a Irán, y Taxi, ganadora del Oso de Oro en la última edición del Festival de Berlín y distribuida ahora en la Argentina.
En esta nueva película, Panahi ignora su arresto domiciliario, se convierte temporalmente en chofer de un taxi que recorre las calles de Teherán y dialoga con distintos pasajeros de temas diversos, siempre con la clara intención de poner el dedo en la llaga. Aunque trabaja en un registro en apariencia documental, está claro que los personajes actúan y que las situaciones están armadas para permitirle al director pintar un panorama crítico de la situación política de su país, condimentado con permanentes referencias a su propia obra (ahí están los pececitos que transportan dos señoras, alusión directa al que desvelaba a la niña protagonista de El globo blanco, por caso).
Filmada con apenas 32 mil euros y la fundamental colaboración de unos cuantos allegados, la película tiene la virtud de matizar su tono de denuncia con un humor liviano, pero eficaz. En su recorrido internacional ha sido celebrada por su osadía, un valor innegable que los europeos han puesto en primer plano. Pero también es cierto que el promocionado premio en Berlín, un festival financiado en buena parte por el Estado alemán y que tradicionalmente ha puesto el foco en lo político, revela una utilización deliberada para bajar línea sobre el actual orden mundial y destila una inocultable hipocresía: el trato que los inmigrantes reciben hoy mismo de parte del gobierno de Angela Merkel, elegido por una porción muy relevante de la sociedad alemana, no podría calificarse precisamente como humanitario. Panahi no tiene responsabilidad en ese asunto, pero involuntariamente su caso ha funcionado para expurgar algunas culpas.