Pablo Larraín: un recorrido por las provocativas, alegóricas e inquietantes películas del cineasta del momento
Un repaso por la filmografía del director chileno que este jueves estrena de El conde, el celebrado film que imagina a Augusto Pinochet como un vampiro sediento de sangre
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Con su nueva película El conde -que estrena hoy en salas y próximamente en Netflix-, Pablo Larraín regresa a la historia chilena, en este caso desde el relato de vampiros. La figura de Augusto Pinochet, personaje omnipresente en la obra temprana del chileno, siempre como una presencia elusiva y cristalizada en el entorno, ahora encuentra encarnación en un extraño émulo del famoso conde de Transilvania.
Filmada en un estilizado blanco y negro de aires góticos, El conde ficcionaliza la historia de Pinochet hasta llevarlo hacia fines del siglo XVIII en la corte de Luis XVI y frente a las cabezas al costado de la guillotina. Sediento de sangre, este oscuro habitante de los cielos recorre revoluciones y tempestades hasta anclar en el Chile de los 70 su morada definitiva. Y así Larraín viste con la imaginería del terror a la historia trágica de su país, a los estertores del siglo XX y la sombra del vampiro proyectada sobre el presente.
El conde sintetiza la búsqueda persistente del cine de Larraín: comprender la historia nacional desde la ficción. Sin embargo, sus primeras películas recorrieron márgenes y periferias, presentaron acontecimientos importantes como el suicidio de Allende desde la mirada perpleja de un escribiente de la morgue, o como el plebiscito de 1988 sobre la continuidad del dictador desde la perspectiva de un publicista criado en el exilio. Esos desvíos se completaron con la recreación de los enigmas del pasado desde un abordaje fronterizo entre la verdad y la creación, como lo demuestra Neruda en la exploración de la escapada del poeta y militante comunista de las garras de sus perseguidores. La distintiva puesta en escena de Larraín, extrañada en sus comienzos, sintetizada en el rostro azorado de Alfredo Castro como representante de un arrebato desesperado, fue derivando hacia el realismo televisivo de No, al mudo grotesco de El club, a la exuberancia noir de Neruda. El conde marca una puesta a punto de aquellas búsquedas.
Su última etapa en Hollywood, dedicada a las nuevas biopics de mujeres atrapadas en el limbo de una pérdida irremediable, como fueron primero Jackie y luego Spencer, demostró que Larraín podía observar con destreza y originalidad una historia que no era la propia. Podía filtrarla por los ojos sufrientes de sus criaturas, y de allí gestar su conciencia y liberación. Pero Chile se hizo presente nuevamente, y recorrer aquellas primeras obras a la luz de esta nueva incursión en el horror político, en la sátira sangrienta de un pasado todavía en carne viva, es la mejor forma de comprender el origen de El conde y la esencia del cine de Larraín.
Tony Manero (2008)
Raúl Peralta (Alfredo Castro) solo anhela convertirse en Tony Manero, el protagonista de Fiebre de sábado por la noche encarnado por John Travolta. Mientras intenta participar de un programa de televisión que cada semana busca el doble de un famoso, Raúl asiste una y otra vez a la sala de cine, reproduce los diálogos de la película en su memoria, cose con detalle las costuras de su traje para lucir en la pista al ritmo del disco. Lo que retrata Larraín es el estado de ánimo del Chile de Pinochet desde el prisma de un marginal, un hombre que mimetiza la decadencia de su entorno, la falta de escrúpulos, la moral laxa. Los ensayos en un salón de baile signado por el deterioro y el absurdo enriquecen su obsesión, que encuentra en la mística de los movimientos de Travolta la carnadura de un sueño imposible. No fue la primera película sobre la dictadura chilena, pero Larraín sí fue el primero de una nueva generación de cineastas que observó críticamente los imaginarios colectivos de ese pasado tan cercano, la violencia arraigada en lo cotidiano, el impacto de lo mediático en la ensoñación colectiva.
Tony Manero está disponible en Netflix.
Post Mortem (2010)
Considerada una inquietante alegoría política del golpe militar de Pinochet en 1973, la historia de Post Mortem se concentra nuevamente en la vida de Mario Cornejo (Alfredo Castro), un hombre sin atributos, solitario y silencioso, enamorado de su vecina de enfrente (Antonia Zegers), una corista del teatro de revistas. Sus tareas como funcionario consisten en la minuciosa transcripción de las autopsias en la morgue, a partir de apuntes a mano luego transcriptos en una vieja máquina de escribir. Sus austeros almuerzos de arroz y huevo frito le permiten concentrarse en la ventana de enfrente, donde asoman voces de las reuniones políticas, maldiciones por el despido del teatro, un territorio fantástico y peligroso. Larraín retrata el mundo del funcionario a partir de una cámara siempre intrusa y lateral, que descompone esa realidad del inminente golpe militar en retazos ominosos, calles vacías, cadáveres mutilados, sonidos poderosos que anuncian escalofríos. Post Morten coquetea con la distopía, delinea un estado de ánimo sombrío pero nutrido de la impenetrable mirada de su personaje, enraizado en esa lógica hambrienta de sangre y castigo.
Post Mortem está disponible en Prime Video y, a partir del 10 de septiembre estrena también en Mubi.
No (2012)
A partir de No, Larraín opera un cambio sustancial. Esa perspectiva situada en los márgenes se corre al centro de la escena y su puesta de cámara fragmentada y algo invasiva se mimetiza con la estética del período, en este caso el registro televisivo de los tardíos 80. Además, René Saavedra (interpretado por el mexicano Gael García Bernal) no es un outsider como los protagonistas anteriores, sino un hombre integrado al sistema, publicista de una firma importante, quien a contramano de su posición social y las exigencias de su jefe (otra vez el genial Alfredo Castro), decide participar en la campaña por el NO en el plebiscito por la continuidad de Pinochet. Lo que le interesa a Larraín, con los resultados finales ya escritos por la historia, es la gestación de esa campaña construida con las mismas herramientas del oficialismo, ofrecidas por la modernización de la que se había vanagloriado el pinochetismo. Frente a los discursos más ideologizados de los sectores de izquierda y con una estrategia que apuntaba hacia el futuro antes que al pasado reciente, la campaña que conduce Saavedra debe surfear el crepúsculo de un régimen voraz tratando de penetrar en sus propias entrañas para abrir una salida posible.
No se encuentra disponible en Netflix.
El club (2015)
Ganadora del Gran Premio del Jurado en la Berlinale, El club profundiza en la lectura de las microhistorias como enclave privilegiado para la comprensión de los fenómenos sociales. Pero esta vez no es el pasado el blanco de su reflexión, sino un presente en el que persisten las sombras de un tiempo anterior no del todo dilucidado. En un pueblo costero, un grupo de sacerdotes vive en el marco de una ceremoniosa rutina, alterada por las periódicas competencias de Rayo, el galgo que todos cuidan con dedicación. La imprevista llegada de un nuevo integrante del retiro, y el desenlace trágico que ocasiona, le sirven a Larraín para incluir un personaje disruptivo en esa hermética comunidad, un padre consejero que irá develando los crímenes que se esconden en el pasado de los religiosos. A diferencia de sus películas anteriores, situadas en espacios urbanos que funcionan como termómetro de la convulsión social, esta vez Larraín elige la naturaleza como escenario de un horror inminente y lo dicho a viva voz como gesto de quiebre respecto del silencio largamente aceptado. Perturbadora justamente por lo que se oculta tras la apariencia de tranquilidad pueblerina y comunidad religiosa, El club fue la antesala perfecta a la internacionalización definitiva del cineasta chileno.
El club está disponible en Netflix.
Neruda (2016)
Estrenada en el mismo año que Jackie, Neruda parecía la despedida de la etapa chilena del director, el último eslabón de su retrato nacional en este caso a través de uno de los artistas más importantes de ese país. Pero además, la película también complejiza su estructura al desdoblar el protagonismo a través de un inusual narrador como lo es el policía Oscar Peluchonneau (Gael García Bernal), perseguidor de Pablo Neruda (Luis Gnecco) al mismo tiempo que incansable antagonista de su ficción. Lo descubrimos a Neruda convertido en senador por el Partido Comunista, en pareja con la aristócrata argentina Delia del Carril (Mercedes Morán), y traicionado por el nuevo presidente Gabriel González Videla (Alfredo Castro), a quien había ofrecido sus mejores poemas de campaña. Su fuga no es solo material sino también simbólica, el perfecto alimento de su ficción, en la que Larraín desnuda sus aristas más incómodas, su vanidad y altanería, sus gustos burgueses aún en el contacto con el pueblo que demanda su ideología. Neruda es menos una biografía que una lúdica meditación sobre uno de los grandes protagonistas de la cultura chilena, desdoblado en sus múltiples alter egos (el político, el poeta, el amante enamoradizo), y también espejo posible para todo el linaje que nacería de su talento y excentricidad, aquel en el que el propio Larraín quiere mirarse.
Neruda está disponible en Netflix.
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