Premios Oscar 2022: por qué la Academia de Hollywood se empecina en ningunear a un género clave dentro de la industria
Como sucede todos los años, las películas de superhéroes debieron conformarse con nominaciones en los rubros técnicos
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Un nuevo año de nominaciones al Oscar, y como era de esperar, un nuevo año en el que no se consideró para sus rubros “importantes” a ningún nombre vinculado al cine de superhéroes. ¿Sorprende? Desde luego que no. La Academia de Hollywood ningunea caprichosamente a este género desde hace décadas, evidenciando su desinterés por acercarse a las historias que actualmente mayor cantidad de público convocan a su alrededor.
Mientras Martin Scorsese, Ridley Scott, Roland Emmerich y otros tantos grandes nombres atacan a Marvel, Disney y Star Wars, no cuesta imaginar a los productores de esas películas limpiando sus lágrimas con billetes de cien dólares, como el famoso meme de Woody Harrelson en Zombieland. Consagrados realizadores patalean porque los superhéroes vinieron a destruir el cine (o algo así de catastrófico), ante las fastuosas taquillas de títulos como Avengers: Endgame o Spider-Man: sin camino a casa. Autores que antes convocaban por el peso de sus filmografías, se encuentran en un segundo (o tercero, o cuarto) plano frente a vistosos personajes que salvan el mundo en dos horas, luchando contra quien sea el villano de turno. En la enorme mayoría de los casos, lo que hoy convoca de manera masiva no es más el nombre de un director, sino que las salas se llenan con el nombre de coloridos personajes.
Desde luego que sí hay un público que va detrás de “la nueva de Spielberg, Tarantino, Nolan o Pelee”, y de hecho, el entusiasmo que genera Licorice Pizza evidencia que la cinefilia está viva. En un mundo feliz, esos directores llenarían salas, colmarían los horarios y sus proyecciones se agotarían en cuestión de minutos. Por ese motivo, parece evidente que el descontento y la impotencia de quienes se quejan de los superhéroes tiene que ver con que eso ya no sucede. Cada vez resulta más lejana esa panacea que fue el Nuevo Hollywood, un momento de explosión creativa inigualable que no solo tuvo grandes largometrajes, sino también espectadores a la altura de las circunstancias. La tragedia actual está en la taquilla, con números que le pegan a la cinefilia dura donde más le duele, con autores que pierden presencia en la cartelera, arrinconados entre tanta saga, precuela, secuela, entrecuelas y tantos otros términos paridos de las historietas.
En Estados Unidos, The Card Counter, la última pieza de Paul Schrader, recaudó poco más de dos millones y medio de dólares. Benedetta de Paul Verhoeven, logró en ese país poco más de 350 mil dólares, y Shiva Baby, de Emma Seligman, 160 mil dólares. Son números magros, para tres piezas cuyo vínculo en común fue encontrarse (merecidamente) en infinidad de listas sobre las mejores películas del 2021. En muchas de esos mismos Top Ten no figuraba Marvel, cuyo largometraje de menor recaudación durante el año pasado fue Eternals, con 164 millones en Estados Unidos. Sin lugar a dudas, se trata de cifras crueles, que parecieran disminuir el nombre de prestigiosos cineastas; mientras tanto, la cinefilia más recalcitrante, se queja de Marvel y le grita al abismo la importancia que tienen esos films.
Hace pocas semanas, Ben Affleck arriesgó que las salas se reducirán a proyectar grandes franquicias, blockbusters millonarios y proyectos animados. Desde su mirada, las películas de autor están destinadas (o condenadas) al streaming, y luego concluyó que si hoy tuviera que escribir Argo, seguro sería en formato miniserie. Sin disparar munición gruesa (no hay que olvidarse que él interpretó a Batman), Affleck describió un amargo futuro que amenaza con ser inminente. Y sus palabras tienen eco en las recaudaciones de films en la línea de Marvel o DC, que en buena parte, parecen ser los que sostienen al cine como negocio.
La mayoría de las producciones más rentables desde hace años son de Marvel, de Star Wars, grandes proyectos animados o franquicias millonarias en la línea de James Bond o Rápido y Furioso. En 2021, de los diez largometrajes más vistos, cinco fueron de superhéroes. Entonces, va una vez más: ¿Por qué la Academia sigue empecinada en ignorar esos films? ¿Por qué privar a los seguidores de esas historias, el aplaudir a sus estrellas favoritas cuando buscan su estatuilla? ¿Tan descabellado hubiera sido darle un Oscar a Robert Downey Jr. por su trabajo en Avengers: Endgame, en una actuación que marcó el adiós a uno de los personajes más entrañables que dio el cine del siglo XXI?
Desde el estreno de Superman, en 1978 (el primer proyecto a gran escala basado en un cómic), las nominaciones a los films de superhéroes suelen ser en rubros técnicos, una tendencia que sigue llamativamente enquistada. Las excepciones son tan pocas, que es fácil recordarlas: Heath Ledger ganado un Oscar póstumo por su trabajo en Batman: El caballero de la noche, y más recientemente Pantera negra, que fue nominada a mejor película. Dicho sea de paso, contar aquí el Oscar a mejor actor de Joaquin Phoenix por Joker, sería una trampa, ante todo, porque no es un largometraje de superhéroes, sino un producto destinado a los espectadores culposos, que necesitan un aire pretendidamente solemne para disfrutar de una historia inspirada en un mundo de cómic.
Volviendo al punto de partida, la Academia no deja de ignorar al cine de superhéroes, y eso se traduce en ganarse el desinterés del grueso del público. El rating de cada entrega desciende vertiginosamente año a año, pero aún así los organizadores no parecen estar dispuestos a encontrar un puente que le permita a los Oscar acercarse a esos espectadores que tanto busca.
En 2018, se suscitó una inesperada polémica cuando los Oscar anunciaron la incorporación de una categoría llamada mejor película popular. Ese rubro pretendía nominar títulos de superhéroes, de acción, comedias, etc., o sea, largometrajes que recaudan millones pero que no tienen, según no sabemos qué criterio, méritos artísticos. Como era de esperar, las críticas negativas inundaron la web, y la Academia retrocedió en su decisión. Lo perverso del asunto es que esa premisa blanqueaba una mirada vetusta sobre un cine “de arte” por sobre otro “de entretenimiento” (porque al parecer, pensar y divertirse son opuestos). Se trata de una mirada absurda, que reniega de la capacidad artística de un director solo porque elige hacer un film de superhéroes.
Hace pocas semanas, y en referencia al presente de la industria, Paul Thomas Anderson expresó: “Creo que hay demasiada preocupación con los superhéroes. A mí me gustan. Por estos días, se convirtió en un debate popular hablar sobre si eso arruinó el cine. Yo no creo que sea así. Quiero decir, todos estamos preocupados sobre si la gente volverá o no a las salas. ¿Pero saben qué va a llevar al público al cine? Spider-Man. Entonces celebremos eso”. Anderson tiene razón. La falta de variedad en las salas es dramática, pero culpar a los superhéroes es correr el eje de la discusión, porque ayer era Star Wars, hoy es Marvel y mañana será alguna otra franquicia. Y los Oscar, ninguneando ese género, alimenta de modo absurdo la idea de un cine superior y otro inferior, uno para los paladares que se suponen exquisitos, y otro para los que lagrimean con el abrazo de los tres Spider-Man. Los Oscar prefieren un camino, el público masivo prefiere otro, y en impulsar esa división, se encuentra el verdadero fracaso de la industria.
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