Premios Oscar 2021: una ceremonia engañosa, aburrida y hasta indigna de la historia del premio
Steven Soderbergh nos engañó a todos. Junto a sus compañeros productores había prometido una y otra vez que el Oscar 2021 iba a ser una experiencia mucho más cinematográfica que televisiva. Y que nuestros ojos se encontrarían con algo parecido a la representación de un rodaje, con los presentadores jugando a ser más o menos versiones de sí mismos de un modo siempre sorprendente y original.
Nada de eso ocurrió. Lo más parecido a una “experiencia cinematográfica” que tuvo la soporífera ceremonia número 93 de la historia del Oscar fue el desganado relato que algunos de los presentadores hicieron de sus primeros recuerdos relacionados con el cine. Hasta que con la misma energía protocolar optaron por cambiar de tema y seguir el libreto mandado a hacer para cada uno de ellos, que empezó y terminó con la enunciación de los candidatos en cada categoría y el anuncio de los ganadores. Una larga y monótona sucesión de veredictos que culminó, casi como una ironía, con la proclamación de un ganador que no estaba presente y no tuvo a nadie que recibiera el premio en su nombre. O que al menos se asombrara frente a las cámaras frente al anuncio más sorpresivo de toda la noche.
En ese momento se dio por terminada la ceremonia. Los organizadores debieron estar en ese momento mirando el reloj, porque se habían pasado de las tres horas prometidas. Consiguieron que la ceremonia fuese más corta, pero pagando un precio carísimo y seguramente innecesario. Lo que el Oscar 2021 sacrificó en el altar de tantos cambios reclamados, prometidos y nunca cumplidos hasta ahora fue ese componente casi imposible de describir pero que cualquier espectador conoce desde que descubre el cine: la emoción de encontrarse con algo que puede resultar más grande que la vida.
Hasta las más tediosas ceremonias de los últimos años conservaban al menos un mínimo aliento de aquella vieja mística. Pese a la falta de ideas y la ausencia de originalidad, nunca faltó en ellas, aún en cuentagotas, ese brillo natural que le aportan las caras famosas, los aplausos o las expresiones de sorpresa, asombro, felicidad o resignación que las cámaras registraban recorriendo la platea del teatro Dolby. Se vivía allí una experiencia colectiva que trataba, cada vez con más esfuerzo, de hacernos recordar que eso mismo vivimos cada vez que entramos a un cine.
Pero este año no había nada para celebrar. Y la olvidable ceremonia de este domingo se puso a esa altura, al extremo de preguntarnos si tenía algún sentido haberla hecho. Este es un interrogante que en realidad le cabe a toda la temporada de premios de la pandemia. Por más que esta vez la precisión técnica de las conexiones vía satélite (impecables) desde Londres, París, Seúl y Sidney se haya impuesto por sobre la desprolijidad del Zoom y de los nominados aguardando el veredicto en pijama desde su casa, algo que vimos este año desde los Globo de Oro en adelante, los resultados no variaron. Apenas nos encontramos con una virtualidad un poco más cuidada, pero con el mismo e irritante desapego de las ceremonias previas.
No fue difícil apreciar ese distanciamiento, más mental que físico, entre los nominados e invitados que ocuparon el espacio dispuesto para la ceremonia en la terminal de Union Station. Allí se construyó un pequeño anfiteatro con mesas dispuestas a distintos niveles, con detalles de sutil elegancia en el diseño y una iluminación dominada por el sepia y una pálida tonalidad dorada. Como si fuese una copia mustia y decadente de la ambientación que Woody Allen imaginó hace unos años para hacer Café Society. Ni copas había, seguramente por exigencias del riguroso protocolo sanitario, en medio de una escenografía que vista de lejos resultaba casi fantasmagórica. En teoría se quiso apelar a la nostalgia (el anuncio de la mejor película antes que el premio a los actores protagónicos remite a los comienzos del Oscar) cuando en realidad resultó un triste y apagado reflejo de la realidad del último año.
Todo parecía a primera vista extraño y fuera de lugar empezando por la imagen de los asistentes, convertidos en figuras decorativas a menos que fuesen llamados desde el escenario para recibir algún premio. Cualquiera hubiese pensado que Soderbergh y compañía perdieron la brújula, pero en el fondo la ceremonia respondió a una racionalidad abrumadora, nacida de la actitud con la que Hollywood y su industria enfrentaron al Covid-19. El Oscar 2021 fue ni más ni menos que la fiesta anual de camaradería de la actividad más golpeada en el mundo por la pandemia y todo lo que pasó no hizo más que reflejar ese estado de ánimo. Cada uno de los invitados (sin barbijos y testeados antes de entrar) debe haber pensado en medio del desconcertante silencio que reinaba en las mesas que había poco y nada para celebrar después de atravesar un tiempo tan doloroso como accidentado. Esa conducta sobrevoló toda la ceremonia y la marcó a fuego.
No había ánimo para festejos, pero sí para hablar largo y tendido sobre temas serios. Hollywood también vivió en pandemia un año de grandes discusiones alrededor de su lugar en el mundo. La corrección política que prevalece en la industria quedó reflejada en la ceremonia de este domingo bajo la forma de un gigantesco examen de conciencia, entre arrepentimientos, afirmaciones sobre cuestiones importantes y promesas de compromiso irreductible con los grandes temas del debate actual, empezando por la cuestión de la diversidad.
El Oscar 2021 se convirtió por momentos en un torneo de oratoria. Todo dicho con la máxima seriedad y elocuencia, llevadas al colmo de la forzada impostación por Angela Bassett en la presentación del In Memoriam. Ese segmento tan ilustrativo de lo que cada entrega del Oscar ofrece esta vez fue recorrido con un comentario musical totalmente fuera de lugar, una paleta de llamativos colores alegres y una pequeña gran emoción para los argentinos. En el recuerdo de los que se fueron aparecieron el nombre y el rostro del gran sonidista José Luis Díaz, fallecido en septiembre pasado.
No fue el tema elegido para In Memoriam la única desubicación de la ceremonia. Resultó muy poco elegante haberle dado a Riz Ahmed, el gran actor de El sonido del metal, el anuncio del ganador en la categoría de mejor sonido, que tenía justamente a esa película como gran favorita. Lo mismo puede decirse de Brad Pitt, al que le tocó anunciar el premio a la mejor actriz de reparto a Youn Yuh-Jung por Minari, película de la que es productor ejecutivo. Ahmed no fue la única víctima de las vacilaciones que mostró la transmisión en el comienzo y el final de varios segmentos y bloques. Vimos más de un momento de zozobra, como si hubiesen faltado ensayos.
El desconcierto fue el progresivo dominador de una ceremonia que cada vez estaba más lejos de cumplir con todo lo que se había prometido. Y puede entenderse además que el espectador argentino de la ceremonia se haya sentido más perdido que cualquier otro. Este año, la pandemia y las restricciones al funcionamiento de los cines impidieron el estreno de varios de los títulos que obtuvieron premios importantes (Minari, El padre, Jesús y el Mesías negro). Y Nomadland, la gran ganadora, apenas estuvo 24 horas en cartel en los cines de Buenos Aires. Solo se exhibe en un puñado de salas que permanecen abiertas en el interior.
A todo eso se sumó una mayoría previsible de favoritos ganadores en el reparto de premios. Algunas sorpresas grandes llegaron en el tramo final, como el triunfo de Mank en fotografía y el de la canción original de Judas y el Mesías negro, anticipos de la para muchos inesperada estatuilla que se llevó en el cierre Anthony Hopkins a expensas de lo que la mayoría imaginaba: el Oscar póstumo para Chadwick Boseman como mejor actor.
Queda un puñado de buenos momentos, casi como premio consuelo para los que lograron resistir: el chispeante y feliz agradecimiento de la coreana Youn Yuh-Jung (ganadora como mejor actriz de reparto), la intervención siempre fuera de molde de Harrison Ford y el desparpajo de Glenn Close cuando fue azuzada por el actor Lil Rel Howery en el único momento tolerado para la risa de toda la ceremonia. No resultó muy logrado, pero le sirvió seguramente a Lil Rel para autocandidatearse en vivo como aspirante a presentador del Oscar 2022. Thomas Vinterberg logró conmover a todos con el recuerdo de su hija al recibir el premio al mejor film internacional por Otra ronda.
En un momento de Into the Spotlight, el pre-show oficial que la transmisión local por TV no registró y fue mucho más ameno, prolijo y llevadero que la ceremonia propiamente dicha, Matthew McConaughey apareció desde Austin (Texas) hablando con entusiasmo del regreso de los cines y destacando el papel insustituible que ocupan. Hubo un clip con imágenes de próximos estrenos (de Rápidos y furiosos 9 a la última de James Bond) y testimonios de los trabajadores de los complejos de cine, preparados para el regreso al trabajo.
Todo estuvo en línea con lo que dijo Frances McDormand más tarde. La ganadora del Oscar como mejor actriz por tercera vez apeló a la mística de ver cine en el cine e invitó al público a ver Nomadland en la pantalla más grande que fuese posible. Esa es la vuelta a la normalidad con la que sueñan Hollywood, la industria del cine y buena parte del público. Ninguno se merecía una ceremonia tan opaca y engañosa como la que padecimos el domingo a la noche.
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