Operación cerveza: un relato antibelicista desparejo, que por momentos se acerca demasiado al panfleto y los lugares comunes
La nueva película de Peter Farrelly, protagonizada por Zac Efron, Russell Crowe y Bill Murray, se muestra despareja, aunque logra un puñado de buenos momentos
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Operación cerveza (The Greatest Beer Run Ever, Estados Unidos/2022). Dirección y guion: Peter Farrelly. Fotografía: Sean Porter. Elenco: Zac Efron, Russell Crowe, Bill Murray. Disponible en: AppleTV+. Nuestra opinión: regular.
Peter Farrelly es uno de los nombres ineludibles de la comedia norteamericana actual. En sociedad con su hermano Bobby Farrelly, ambos llevaron adelante una carrera sólida, con enormes títulos como Loco por Mary, Tonto y retonto, Amor ciego o La mujer de mis pesadillas. Pero en 2018, el éxito de su film Green Book ubicó a Peter en un nuevo lugar dentro de la industria, a través de una película que si bien tenía rasgos de humor, era ante todo un relato de denuncia sobre el racismo sistémico que habitaba (y habita) en buena parte de Estados Unidos. Como es sabido, Green Book recibió una catarata de premios y nominaciones (el Oscar a mejor película, sin ir más lejos), y quizá por ese motivo es que ahora, el director presenta una historia de una tónica similar.
Basado en el libro autobiográfico homónimo, Operación Cerveza cuenta la historia de Chickie Donahue, quien a mediados de los sesenta se propuso una insólita misión. Agotado de que su entorno lo tildara de ser un vago que solo servía para emborracharse y dormir hasta tarde, en un acto de valentía etílica el joven anunció que iba a viajar a Viet-Nam. Su objetivo era llevarles a sus amigos que estuvieran en el frente de batalla una cerveza estadounidense en señal de agradecimiento por frenar la “invasión comunista”. Chickie no estaba muy convencido de efectivamente cumplir con su palabra, pero cuando en el barrio se enteraron de esa idea, las madres que tenían a sus hijos en la guerra fueron a felicitarlo conmovidas por ese gesto de inesperada valentía.
Sin ningún tipo de plan, Donohue llega a Viet-Nam y comienza a buscar a sus amigos para entregarles un “sabor del hogar”. Al principio, Chickie se toma de modo despreocupado el qué significa estar en la guerra, pero en el transcurrir de su viaje, y a fuerza de presenciar actos de total brutalidad, el protagonista cambia su perspectiva y comprende la pesadilla que viven los soldados en Viet-Nam, pertenezcan al bando que pertenezcan.
A lo largo de sus dos horas de duración, Operación cerveza coquetea con tramos peligrosamente folletinescos. Los hilos se ven con facilidad, y la liviandad inicial con la que el protagonista observa la guerra anticipa una toma de consciencia que termina por acercar al film a un tono de subrayada solemnidad. De ese modo, Chickie se convierte en un personaje cuya única función es la de escribir un panfleto poco elaborado sobre EL HORROR DE LA GUERRA (así en mayúsculas). Los lugares comunes abundan, y las postales que buscan el golpe bajo son sutiles, pero aparecen a medida que la película falla en buscar una identidad propia. Porque ese, a fin de cuentas, es el verdadero desafío ante el que se encuentra Peter Farrelly.
A través de Chickie, el director parece dirigirse a esos ciudadanos norteamericanos que se escudan en el patriotismo para justificar un uso abusivo del poder, una mirada americanocentrista que solo entiende un “nosotros contra el mundo” o, como sucede en este caso, contra el comunismo. De ese modo, Donohue es al comienzo una caricatura de patriotismo que Farrelly debe desarmar con el objetivo de plasmar ese recorrido que culmina con el mismo personaje apoyando esos movimientos pacifistas que antes tanto repudiaba. Pero en ese camino, el discurso termina sometiendo al cine, y la película muestra forzadas pausas dramáticas que solo sirven para comprender que sí, que Donohue necesita presenciar asesinatos brutales y niños muertos para comprender que el ejército de los Estados Unidos puede que sea el villano.
La muñeca de Farrelly, que en Green Book sabía cómo volantear cuando estaba demasiado cerca del panfleto, en Operación cerveza se muestra más oxidada. Y si bien hay algunas ideas de cierta nobleza (como sumergir a un personaje en un relato de guerra, sin hacerlo disparar ni una sola vez), el film no puede evitar embrollarse en pasajes trillados, que el cine bélico mostró una infinidad de veces (¡Ay, las muertes en cámara lenta!). Por esto, como tantos otros nombres que quizá buscan el prestigio en el lugar equivocado, se hace evidente que Farrelly y la comedia deben volver a reunirse, porque algunos temas son tan dolorosos que necesitan más de las risas que del llanto.
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