Nueve películas filmadas en lugares claustrofóbicos
La interpretación medieval de la Poética de Aristóteles dictaminó que toda trama bien construida debía observar tres unidades: de tiempo, de acción y de lugar. Evidentemente tal cosa, en especial la unidad de lugar, solo puede funcionar bien en el teatro. Sin embargo, algunos realizadores, empezando por Alfred Hitchcock demostraron que la aplicación competente de recursos propios del cine (como la alternancia de planos, la posición de la cámara o el ritmo dado por el montaje) puede convertir cualquier lugar, por acotado que sea, en un espacio cinematográfico. 4x4, de Mariano Cohn, que se estrena esta semana, es la incorporación más extrema del cine argentino al rubro de las películas de solo una locación: dos tercios del film suceden en el interior de la cabina de una camioneta. Si bien se trata de un thriller, también propone un debate acerca de la inseguridad (¿qué hacer cuando la justicia institucional no responde?). Y considerando que el ladrón interpretado por Peter Lanzani pasa casi todo el metraje capturado en la camioneta del título, también entra ahí un debate sobre el sistema carcelario. Cohn se las arregla para que el gancho del film no sea solo un dispositivo exhibicionista sino que se vuelva significativo. Este tipo de películas suman al enigma tradicional de si podrá el protagonista resolver sus dificultades uno más autoreflexivo: ¿podrá el relato sostenerse 100 minutos en un mismo lugar? La que sigue es una lista, ordenada por tamaño de la locación, de películas que lo lograron.
Una habitación
El cubo (Cube, 1997), dirigida por Vicenzo Natali
La trama transcurre en decenas de habitaciones repletas de trampas letales, que integran una enorme máquina kafkiana: una especie de cubo de rubik mecánico sin finalidad aparente y ensamblado por una serie de malos entendidos entre subcontratistas del departamento de Defensa. En la ficción, este es el espacio más grande de esta lista: con 133 metros de lado, resulta en una estructura absurdamente compleja de más de dos millones de metros cúbicos. En realidad, la película se registró, con un presupuesto ínfimo para una largometraje que crea un mundo propio, en un único cuarto de unos 5x5x5 que es transformado mediante pequeños cambios escenográficos. Un gran ejemplo de cómo exprimir al máximo un espacio mínimo.
Un cine
Shirin (2008), dirigida por Abbas Kiarostami
De modo similar a El Cubo, esta película del realizador iraní Abbas Kiarostami construye un lugar inexistente, en este caso, un cine, con el registro reiterado de un mismo espacio: una butaca ocupada por una mujer filmada en primer plano. La película entera es una sucesión de primeros planos de más de 100 actrices, mientras se escucha el audio del film que estarían viendo: una versión del relato tradicional persa de Khosrow y Shirin. Kiarostami declaró que en el momento de la filmación aun no sabía ante que estarían reaccionando sus actrices, de modo que el sentido de sus expresiones fue construido por el agregado posterior del audio y el montaje. Está claro que se trata de un experimento que puede resultar insoportable para muchos espectadores. Otros lo encontrarán estimulante, ya que con pocos elementos pero muy significativos (una historia sobre el rol habitual de la mujer, actrices que viven y trabajan en un régimen teocrático) el realizador iraní compone una película abierta a un caudal de interpretaciones.
Un living
La ventana indiscreta (Rear Window, 1954) dirigida por Alfred Hitchcock)
Existe una gran cantidad de largometrajes que transcurren en un living. Lo más notorio que tienen en común es que están basados en obras de teatro. Hitchcock mismo hizo uno con esas características: Festín diabólico (The Rope, 1948). Claro que, siendo Hitchcock, convirtió una pieza teatral en uno de sus mayores experimentos cinematográficos: toda la película está registrada en una sola toma (en verdad, son 10 planos-secuencia con los cortes disimulados por la acción). En La ventana indiscreta, la cámara tampoco abandona el living del protagonista pero aquí ya no queda nada de teatralidad: ríos de tinta crítica corrieron para explicar cómo el ventanal de departamento y el inmovilizado Jeff (Jimmy Stewart en silla de ruedas) replican a la pantalla de cine y a su espectador. Casi toda la acción se presenta sin diálogos y a través del ventanal, ante los largavistas del voyerista Jeff, quien tiene el problema de interpretar correctamente lo que ve. Con los mismos elementos que la mayoría de los realizadores usarían para hacer teatro filmado, Hitchcock hizo una de las obras maestras del cine.
Un bote salvavidas
8 a la deriva (Lifeboat, 1944), dirigida por Alfred Hitchcock
Este es el primero y más convencional de los tres experimentos de Hitchcock con la unidad de lugar. Basado en un relato de John Steinbeck, trata sobre la complicada convivencia en un bote salvavidas entre los ocho sobrevivientes al hundimiento de un barco, en la Segunda Guerra Mundial y un soldado alemán, rescatado en el mismo bote, pero que bien podría ser el capitán del submarino que los atacó. Toda la película está registrada como si la cámara fuera un sobreviviente más, salvo por una típica humorada hitchcockiana: el único plano hecho fuera del bote es una toma submarina de un pez mordiendo un anzuelo. Una locación similar eligió el realizador J.C. Chandor para All Is Lost (2013), en la que Robert Redford, a los 77 años, interpreta a un viejo marinero en lucha denodada contra el destino: no importa lo que haga, su embarcación parece condenada a hundirse y él con ella. Solo con un intérprete y casi sin palabras, Chandor conduce un thriller extraordinario.
Una mesa de restaurante
Mi cena con André (My Dinner With André, 1981), dirigida por Louis Malle
Esta película cierra con una de las Gymnopedies de Erik Satie y la elección no podría ser mas adecuada: ambas transmiten fascinación, delicadeza y una engañosa sencillez. Se la puede desestimar fácilmente como apenas una conversación filmada, es decir, algo ni siquiera digno del teatro sino de la televisión menos elaborada. Salvo que no hay nada poco elaborado en este largo diálogo entre Wally, un actor y dramaturgo neoyorkino interpretado por el actor y dramaturgo neoyorkino Wallace Shawn, y André, un director de teatro experimental, interpretado por André Gregory quien es, claro, director de teatro experimental.
Wally y André cenan y hablan sobre el teatro, el amor, la autenticidad, el dinero, el método científico y la búsqueda espiritualidad en el mundo moderno. Uno es materialista y defiende placeres sencillos como tomar un café o tener el confort necesario para escribir y el otro reivindica las experiencias extraordinarias que permiten trascender lo cotidiano. Debería ser insufrible, pero graciosa, sorprendente y cautivante.
Una cabina de teléfono
Enlace mortal (Phone Booth, 2003), dirigida por Joel Schumacher
Este film tuvo su origen en una idea que el recientemente fallecido Larry Cohen le propuso en los años 60 a Alfred Hitchcock: una película que transcurriera íntegramente en una cabina de teléfono. Hitchcock, que nunca se amedrentó ante una locación difícil, evidentemente decidió no hacer el film y la idea languideció hasta que Cohen decidió volcarla en un guión en los años 90. Ese fue el libreto que llegó a manos de Joel Schumacher quien, sin embargo, lo convirtió en uno de sus mejores films, justo a tiempo antes de que las cabinas telefónicas desaparecieran (tras el éxito de esta película, Cohen escribió una suerte de continuación en espíritu titulada Celular). La trama, un poco absurda es cierto, involucra a un publicista no muy ético (Colin Farrell) y a un francotirador que amenaza con fusilarlo si abandona la cabina en la que atendió su llamado.
Una grieta en la montaña
127 horas (127 hours, 2010), dirigida por Danny Boyle
El realizador Danny Boyle describió este film como "una película de acción con un protagonista que no puede moverse". Se trata de la adaptación de las memorias de Aron Ralston, un escalador que cayó dentro de un cañón estrecho en las montañas de Utah y quedó atrapado por una roca que aplastó uno de sus brazos, inmovilizándolo. Sin agua, ni alimentos y sin que nadie supiera donde estaba, Ralson (interpretado por James Franco ) pasa las 127 horas del título buscando una forma de liberarse antes de morir de deshidratación. Dado que la película está basada en sus memorias, no es un spoiler decir que lo logró; sin embargo, el modo en que lo hace resulta en una experiencia cinematográfica tan intensa e incómoda que acercan este film al body-horror.
La cabina de una camioneta
Locke (2013), dirigida por Steven Knight
Como 4x4, este largometraje del británico Steven Knight (creador de Peaky Blinders) transcurre casi íntegramente en la cabina de una camioneta, aunque en un espacio todavía menor que el film argentino, dado que Locke (Tom Hardy) jamás se mueve del asiento del conductor. La película consiste en una serie de conversaciones telefónicas mantenidas durante las dos horas que toma un viaje de Birmingham a Londres. En ese trayecto, Locke se las arregla para destruir toda su vida pero, al menos, llevar a términos su relación con su padre muerto, con quien mantiene un diálogo imaginario.
Un ataúd
Enterrado vivo (Buried, 2010), dirigida por Rodrigo Cortés
Esta es la más extrema de la películas de la lista: sucede íntegramente en un ataúd en el que el protagonista ( Ryan Reynolds ) fue enterrado vivo por terroristas que reclaman un rescate. Solo tiene un encedendor para ver y un Blackberry para comunicarse. Toda la acción está en los diálogos y en la puesta en escena con la que el director español Rodrigo Cortés logra llevar dinamismo a una idea imposible. Tras el éxito de este film (que recaudó más de 10 veces su presupuesto), el guionista Chris Sparling se dio un poco mas de libertad y ubicó su siguiente película, ATM, en un cajero automático.
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