Casi se pierde en una batalla judicial con la viuda de Bram Stoker, al ser condenado por copiar la historia de Drácula, pero el film de F. W. Murnau se salvó gracias a su éxito internacional; testimonio de su cualidad pesadillesca, su halo de film maldito alcanzó a sembrar dudas sobre la humanidad de su protagonista, Max Schreck
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“No está muerta – le siguió adoctrinando el señor conde-. Ella sólo tiene el rostro de la muerte. Es ¡Cómo explicarlo! La lente convergente, que al igual que una linterna mágica que invierte la acción de los rayos de ese maldito y arrogante sol, embruja el cerebro humano proyectando al exterior, en una aparente realidad, bajo las más diversas formas y manifestaciones, el venenoso fluido de la muerte y la putrefacción”.
Así describe la profusa pluma de Gustav Meyrink en Murciélagos el entendimiento del universo de los no-muertos sedientos de sangre que poblaron el folclore popular hasta que la novela gótica le brindó atención central, sobre todo desde que en 1897 el irlandés Bram Stoker publicó la obra capital del género con Drácula. Su éxito inevitablemente llamaría la atención del cine, nacido pocos años antes, donde también Drácula tuvo su propia mitificación para la pantalla grande cuando la cinta del húngaro Károly Lajthay Drakula halala enmarcó al checo Paul Askonas como el primero que se puso los colmillos largos por primera vez en la historia. Pero esta versión del conde de Transilvania se ha perdido, como estuvo por perderse por un insólito conflicto judicial, la obra capital del cine alemán: Nosferatu, una sinfonía de horror, de Friedrich W. Murnau, que celebra hoy sus cien años. Casi como en la historia de ficción tan endiabladamente cerca de Drácula, las implicancias de su rodaje y el derrotero posterior la acercan peligrosamente al “film maldito” que sólo debía existir en la pantalla grande.
Cuando Murnau abrazó el proyecto de Nosferatu, a mediados de 1921, ya había dirigido varias películas, pero para esta versión libre del libro de Stoker fue convocado por Enrico Dieckmann y Albin Grau. Este último, además de ser coproductor, fue responsable tanto del decorado como de buena parte del vestuario, además de ser miembro de la logia esotérica Fraternitas Saturni, a la que se sumó tras estar vinculado al pope del ocultismo Aleister Crowley; Grau terminaría siendo uno de los fundadores de la productora Prana Film.
El primer conflicto ocurrió mucho antes de que Murnau comenzara el rodaje: los noveles productores nunca consiguieron de la viuda de Stoker los derechos del libro, por lo cual decidieron cambiar el sitio donde transcurría la historia y el nombre de todos los personajes para ponerse a salvo de conflictos legales. Así, la montañosa Transilvania pasó a ser el ficticio puerto alemán de Wisborg, para lo cual sumó los escenarios naturales de Wismar -donde se rodó la primera toma-, Rostock y Lübeck y se añadieron paisajes de Silesia y Eslovaquia. Tal como señala la gran teórica Lotte Eisner, la economía de recursos de Nosferatu y su búsqueda de escenarios al aire libre lograron algo único: “La naturaleza participa en el drama: por una montaña perceptible, el impulso de las olas deja prever el acercamiento del vampiro, la inminencia del destino que va a azotar a la ciudad”. Junto al lirismo visual se desarrolló la faz productiva, donde sólo existió disponible una cámara para el rodaje y un único negativo original.
En los hechos, será gracias a la pericia del gran cameraman Fritz Arno Wagner que la película consiga ese clima único y tenga efectos visuales tan simples como sorprendentes, como en la escena del carruaje en la que el conde Orlok (rebautizado así para no aludir a Drácula o su antepasado histórico), lleva a Hutter en ese demoníaco viaje, que se resolvió con un coche decorado con telas blancas, una vuelta de manivela menor a la normal, y una escena que se monta como negativo directamente en la versión final. Pero la tétrica recorrida del equipo de filmación consiguió atemorizar mucho más allá de la pantalla: los mitos en derredor del rodaje cobraron una existencia real. Los más populares hablaban de la desaparición de parte del equipo técnico y del extraño comportamiento de su protagonista, el actor Max Schreck, de quien se llegó a decir que era un vampiro auténtico. Si bien murió en febrero de 1936, a los 57 años, de un ataque al corazón, en honor a esta leyenda se rodó una película sobre el rodaje de Nosferatu titulada La sombra del vampiro, protagonizada por John Malkovich y Willem Dafoe. La importancia del film también puede entenderse en la revisita que Werner Herzog hizo con el protagónico de Klaus Kinski en 1979 y, sobre todo, en las sucesivas versiones de Drácula para la pantalla grande que, en realidad, toman la versión de Murnau para construir buena parte de su imaginario.
Nosferatu tuvo su premiere el 4 de marzo de 1922 en el imponente Salón de Mármol del Jardín Zoológico de Berlín con una gran fiesta que auguraba un rotundo éxito: a su estreno comercial, el 15 de marzo en el Primus Palast de Berlín, tuvo buenas críticas pero su carrera se detuvo cuando Florence Balcombe -la viuda de Bram Stoker-, con el apoyo de la Sociedad de Autores de Inglaterra, demandó a la productora por violación de la propiedad intelectual. El juicio fue largo y entre otras cosas Albin Grau testificó que la historia no provenía de la novela sino del relato que un granjero le había hecho en Serbia cuando combatía en el frente durante la Primera Guerra Mundial. Aunque incomprobable, la afirmación no pudo relativizar las muchas coincidencias entre la fuente y la adaptación y la Justicia terminó fallando a favor de la demandante. Como Prana Film se había declarado en bancarrota antes del juicio, al no poder obtener compensación económica alguna, la sentencia ordenó la destrucción de todas las copias de Nosferatu. Providencialmente, el film de Murnau ya había tenido distribución internacional y varias de esas copias se escondieron durante décadas, salvando una película clave en la historia del cine. Fue la única colaboración entre Prana Film y Murnau, quien siguió rodando en Alemania hasta 1926 cuando realizó Fausto, una de las películas más caras del cine alemán hasta esa fecha; ese mismo año emigró a Hollywood.
Friedrich Wilhelm Plumpe (tal el nombre original que cambió por el artístico Murnau) había sobrevivido a la Gran Guerra -su novio, el poeta Hans Degele, no tuvo la misma suerte- pero ese favor del destino lo abandonó una semana antes del estreno de su última película, Tabú, el 11 de marzo de 1931. Murió a los 42 años en un accidente de tránsito en Santa Bárbara, California. El auto lo conducía su asistente, un joven filipino de catorce años.
Casi como una macabra extensión de su más grande creación, en julio de 2015 el cráneo de Friedrich W. Murnau fue robado del cementerio Stahndorf de Berlín. En el sitio la policía encontró restos de cera derretida y un mausoleo abierto. La investigación continúa.
Nosferatu está disponible en Qubit.tv
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