No puedo vivir sin ti, la primera aventura española del eterno personaje de Adrián Suar
Al actor le sobra oficio e ingenio, pero cuando el mismo chiste se repite tantas veces, aunque cambie el escenario, no hay otro destino posible que la monotonía
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No puedo vivir sin ti (España-Argentina/2014). Dirección: Santiago Requejo. Guión: José Gabriel Lorenzo y Santiago Requejo. Fotografía: Javier Bermejo. Música: Lucas Vidal. Edición: Lucas Sánchez. Elenco: Adrián Suar, Paz Vega, Ramón Barea, Eva Santolaria, Clara Alonso. Duración: 98 minutos. Disponible en Netflix. Nuestra opinión: regular.
La primera anomalía que aparece alrededor de la nueva película de Adrián Suar no está a la vista en la pantalla sino en la calle. Cuando Netflix hizo hace pocos días la presentación oficial de Hecho en la Argentina 2024 se incluyó a No puedo vivir sin ti en ese gran anuncio, y el propio Suar acompañó en persona ese lanzamiento. La campaña promocional continuó en la vía pública y allí pueden verse, con amplia difusión, los afiches oficiales de la película con el título y la leyenda “Hecho en la Argentina” bien a la vista.
Pero la realidad nos dice otra cosa. No puedo vivir sin ti es una película española vista del derecho y del revés, aunque en los créditos oficiales se hable de ella como una coproducción hispano-argentina. A excepción de la presencia protagónica casi excluyente de Suar, todo lo demás tiene el sello integral de un largometraje de pura cepa hispana: el resto del elenco, la ambientación de la trama, los escenarios en los que transcurre la acción (Bilbao y sus alrededores), la identidad de los otros personajes (del primero al último), la configuración artística y técnica en todas sus manifestaciones.
Faltaba solamente que Suar aplicara a su papel el acento castizo que comparte la totalidad del reparto que lo acompaña. Eso no ocurre. No sería el Suar que conocemos y que hemos visto una y otra vez a lo largo de toda su historia como estrella de cine, al que vuelve en esta oportunidad. Ese adolescente tardío incapaz de asumir las responsabilidades de la madurez y obsesionado por ciertas conductas en las que persiste hasta llegar al límite sabiendo que de esa manera paga consecuencias muy caras, sobre todo en la relación con sus seres más cercanos.
Ahora se llama Carlos, vive en el País Vasco con su esposa Adela (Paz Vega) y sus dos hijos, tiene un exitoso trabajo de elevada responsabilidad en una empresa de logística con proyección internacional, y un problema sin solución: su relación de dependencia absoluta, casi patológica, con el teléfono celular. Nada que desconozcan los seguidores de las películas de Suar, porque se trata de un punto de partida equivalente al planteado en El fútbol y yo (2017), donde el mismo actor muestra un comportamiento adictivo similar, en este caso hacia la pelota.
La fórmula
En ambos casos, lo primero que estalla es la convivencia conyugal. Recordemos que Verónica (Julieta Díaz), la mujer de Pedro, el personaje interpretado por Suar en El fútbol y yo, plantea en su momento un ultimátum. Si no deja de mentir, de engañarla y de menospreciarla porque la pelota es más importante que ella, la convivencia entre ambos se termina. Lo mismo deja en claro Adela, una médica a la que su marido no deja de pedirle perdón e implorarle nuevas oportunidades después de dejar en evidencia que nada le importa más que vivir dentro del mundo que le impone el teléfono móvil. Y cuanto más nuevo, actualizado y multifuncional, mejor.
A Suar le sobran oficio, dedicación y más de una variante ingeniosa para encontrarle una nueva vuelta de tuerca (en clave de comedia agridulce y sentimental) a un personaje que lleva haciendo casi sin variantes desde hace casi dos décadas. Y el director extremeño Santiago Requejo muestra un razonable timing para explotar en más de una ocasión el indiscutible timing para la comedia que tiene el actor argentino.
Pero la mayoría de las escenas, ciertamente risueñas a primera vista, dejan inmediatamente después la sensación de que solo se escenificaron como ilustración de las muchas variantes que ofrece para la comedia el vínculo tóxico que establecemos (individual y socialmente) en estos tiempos con los celulares.
Casi todos los personajes secundarios, sobre todo los integrantes de un curioso grupo de autoayuda al que Carlos recurre para intentar curarse, funcionan nada más que como aliados circunstanciales de situaciones que, hasta el inevitable final redentor, nos devuelven al punto de partida.
Cuando el mismo chiste se repite tantas veces, aunque aparezca expuesto en escenarios diferentes (un casamiento, un asado familiar “a la argentina”, una reunión de trabajo), no hay otro destino posible que la monotonía. Se nota el esfuerzo que Requejo y Suar hacen por darle algún brío a cada nueva peripecia del protagonista hasta que todos esos intentos se desinflan cuando no queda a mano otro recurso que el de usar una y otra vez los mismos lugares comunes.
El otro problema que tiene la película pasa por la conexión afectiva entre sus protagonistas. Es muy notorio el desnivel entre el compromiso de Suar, que más allá de cualquier tropiezo se hace cargo de cada una de las escenas (y aparece en casi todas), y la abulia de Vega, que pasea durante toda la película con una única y muy visible mueca de incomodidad.
La rigidez que la actriz transmite en su rostro va más allá del evidente fastidio que forma parte de las características esenciales del personaje que interpreta en este caso. Cualquiera que fuese el motivo, queda a la vista con este cambio la distancia que existe entre aquella deslumbrante aparición de hace dos décadas y media que convirtió a la sevillana Paz Vega en estrella del cine de su país y le abrió las puertas de Hollywood, y este inexpresivo presente. Hay que decir también que esta película no le ofrece a una actriz de tanto nombre muchas oportunidades de lucimiento. Otra anomalía.
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