Netflix: Yo soy todas las niñas sigue al pie de la letra el recetario del thriller de denuncia social
El film sudafricano, que se convirtió en uno de los más vistos de la plataforma de streaming, pierde identidad en su aspiración por llegar a un público internacional
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Yo soy todas las niñas (I Am All Girls, Sudáfrica, 2021). Dirección: Donovan Marsh. Guion: Wayne Fitzjohn, Marcell Greef, Emile Leuvennik, Jarrod de Jong y Donovan Marsh. Fotografía: Trevor Calverley. Montaje: Lucian Barnard. Elenco: Erica Wessels, Hlubi Mboya, Brendon Daniels, Deon Lotz, Mothusi Magano. Duración: 107 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
La nueva adquisición de Netflix proveniente del mercado cinematográfico sudafricano sigue al pie de la letra el recetario del thriller de importancia social. Un tema de actualidad –el tráfico de mujeres, sobre todo de menores de edad-, la utilización de los paisajes locales –tanto urbanos como rurales- y una trama que combina la investigación policial con el derrotero de una venganza. La fórmula no es diferente de su aparición en otras latitudes, incluso con sus referencias a la narrativa del true crime -la apariencia de found footage de la confesión del responsable de una serie de misteriosas desapariciones, las placas con los rostros de las víctimas que separan la emergencia de cada crimen, la organización narrativa de las pruebas- y la única distinción se rastrea en las referencias políticas al pasado del apartheid, la impunidad de quienes persisten en el poder pese a la aparente democratización y las tensiones raciales que se agravan en las geografías marginales y hacen eclosión en el negocio de la trata.
La película se estructura en base a dos personajes. Por un lado, la inspectora Jodie Snyman (Erica Wessels), que responde a los tópicos que inundan el policial contemporáneo: decidida y solitaria, con problemas de obediencia en la fuerza, obsesionada con el caso que investiga. Jodie ha convertido la persecución del delito sexual en una gesta personal, lo cual la erige en una heroína que transgrede las normas –allanamientos sin orden judicial, ocultamientos a sus superiores- en virtud del combate de un mal monstruoso. Antes que mostrarla como humana intentando encontrar sentido a un mundo que ya parece no tenerlo –algo con lo que muchos policiales han dotado a sus heroínas, desde Sarah Lancashire en Happy Valley hasta la extraordinaria Kate Winslet en Mare of Easttown-, la película la confina a ser la encarnación de una idea de guion, un algoritmo sin carnadura ni contradicciones al servicio de reforzar su progresiva condición de outsider del mundo en el que habita.
El otro personaje es Ntombi Bapai (Hlubi Mboya), cuyo espejo es la vengadora del exploitation de los 70 y cuya dualidad resulta más un truco para sembrar intriga –aunque no lo logra- que un sustrato de verdadera ambigüedad signada por sus recuerdos del horror y el ejercicio de su implacable vendetta. La puesta en escena es tan impersonal como lo requiere esta aspiración al público internacional, desde el vértigo en las persecuciones hasta el lúgubre escenario de los crímenes, y el uso de las historias reales se convierte apenas en el paraguas moral de su presentación como ficción.
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