Netflix: Todos mis amigos están muertos y un cóctel polaco entre American Pie y Quentin Tarantino
Todos mis amigos están muertos (Wszyscy moi przyjaciele nie żyją, Polonia, 2020) Dirección: Jan Belci. Guion: Jan Belci. Fotografía: Cezary Stolecki. Elenco: Julia Wieniawa-Narkiewicz, Mateusz Więcławek, Adam Turczyk, Monika Krzywkowska, Nikodem Rozbicki, Aleksandra Pisula, Paulina Gałązka, Adam Bobik. Duración: 96 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
La larga tradición del cine polaco, del cual el espectador argentino tiene sobrado conocimiento de la mano de nombres legendarios como Krzysztof Zanussi, Andrzej Wajda, Krzysztof Kieslowski o incluso de nuevos referentes como Pawel Pawlikowski o Jan Komasa, permiten suponer que Todos mis amigos están muertos transita la senda de los extraordinarios dramas que encumbraron a la producción de aquel país del este europeo. Nada más lejos en la realización de Jan Belci, que está dirigida al espectador habituado a las transgresoras comedias hollywoodenses para adolescentes y construye su imaginario desde una tradición donde subyace Scary Movie, prevalece American Pie y quizás ciertos aires de la estética más visceral de Quentin Tarantino o Alex de la Iglesia, añadiendo un personalísimo homenaje a El resplandor. Desde este cóctel de comedia adolescente mezclada todo lo posible con un subproducto gore, con su estética de sangre y violencia explícita, nace Todos mis amigos están muertos.
Empero la película no es made in Hollywood sino enteramente polaca -y algo de su escuela originaria subyace tanto en su cuidada factura técnica como en su estructura narrativa-, eso le otorga ciertos aditamentos distintivos a la trama desde un comienzo. La historia presenta el escenario final post celebración de Año Nuevo, con una casa que es un reguero de sangre y cadáveres en las posiciones más inverosímiles. Para peor, parecieran haber muerto prácticamente todos juntos pero de diversas maneras. ¿Pero cómo es eso posible? ¿Existe un autor de la masacre? El mismo interrogante que tiene una clásica pareja de detectives (el experimentado corrupto y el inocente novato) mientras recorren la casona abriéndose paso entre los cuerpos y, de paso, borrando algunas pistas, subyace en la mente del espectador, y es uno de los motivos por los cuales la historia se presenta prometedora. Más aún cuando, acto seguido, la escena se traslade a la noche anterior, aquella donde las cosas salieron tan mal, y poco a poco se vaya revelando la construcción de la tragedia.
Todos mis amigos están muertos es, antes que nada, una posmoderna comedia adolescente con todo lo que esto significa en cuanto a lenguaje osado y escenas con referencias sexuales casi explícitas, más la abundancia de alcohol y drogas que pueden encontrarse en el clásico escenario de las fiestas juveniles del cine norteamericano. Un desfile de personajes en el que Marek (Kamil Piotrowski), el dueño de casa, recibe a una “puritana” pareja de amigos, a un joven devoto francés que es aún virgen y a una mujer que está de novia con un chico de la misma edad de su hijo, además de nerds, adictos, prostitutas, rockeros, un repartidor de pizza y hasta una joven con delirios místicos que terminan involucrados en una insólita cadena de asesinatos.
En línea con películas polacas que construyen desde el terror (Nadie duerme en el bosque esta noche), el desconcierto (Ataque de pánico) y la vida fácil (Galerianki), Todos mis amigos están muertos es una comedia explosiva no apta para una noche de cine familiar, pero que en su reverso también deja una metáfora sobre cierta juventud contemporánea interesada en el sexo, el alcohol y los drogas como único horizonte. Narrativamente, el comienzo de la película y su primer final con su celebración teñida de sangre, sean sus mejores momentos y, entre tanto, la historia avanza con cierta morosidad solo disimulada en el desparpajo.
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