Netflix: en Tienda de unicornios, Brie Larson sueña con hacerse grande
Tienda de unicornios (Unicorn Store, Estados Unidos, 2017). Dirección: Brie Larson. Guion: Samantha McIntyre. Fotografía: Brett Pawlak. Montaje: Jennifer Vecchiarello. Elenco: Brie Larson, Samuel L. Jackson, Joan Cusack, Bradley Whitford, Mamoudou Athie, Hamish Linklater, Martha McIssac. Duración: 92 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
En el mundo imaginario de sus sueños, Kit es la única protagonista. En los videos hogareños de su infancia pinta unicornios y arco iris como la única artista de ese pequeño microcosmos, el que sus padres registran en un gastado VHS con cuidado y devoción. Sin embargo, el arribo a la edad adulta no es tan fácil: el éxito y el fracaso son las dos tiranas variables con las que parece medirse todo posible recorrido de su vida. Rechazada en la escuela de arte, condenadas sus ambiciones al precipicio del ridículo, Kit regresa al sótano de su casa de infancia, a la asfixiante tutela de sus padres hippies, con los retazos de aquellas promesas de tiempo atrás.
Brie Larson concibe con ingenio una comedia que recorre sueños y realidad con el mismo entusiasmo, y su Kit se despliega en su gestos infantiles y expresiones de desconcierto con una vitalidad admirable. Su anhelo de un mundo diferente al gris que la realidad le ofrece recuerda el viaje en technicolor de la Dorothy de El mago de Oz hacia un reino de ambigua magia y falsos profetas. La tienda de unicornios que gobierna un Samuel L. Jackson engalanado en un brillante atuendo rosado es una extraña sucursal de ese castillo de verde esmeralda que prometía viajes en globo luego de vencer a las brujas del cuento.
Pero las dimensiones alegóricas de El mago de de Oz eran mucho más afiladas que las del guion de Samantha McIntyre, y su intento de conciliar el realismo contemporáneo –acoso laboral, brainstorming empresarial, empleos temporales– con el ritmo de la fábula deja al descubierto ciertas fricciones. Toda la fuerza que Larson aporta en la concepción de sus personajes principales (sobre todo el "carpintero" Virgil, que Mamoudou Athie interpreta con el tono justo) no tiene equivalente en las decisiones de puesta en escena, demasiado convencionales para imaginar los sueños, poco arriesgadas para ofrecer cualquier verdadero salto a lo imposible.
Tienda de unicornios funciona mejor cuando no se toma su mensaje de originalidad frente a un mundo uniformado –que encuentra su más evidente metáfora en el vestuario gris de oficinista de Kit versus los flecos coloridos de su destape– demasiado épico y literal. En los momentos de descanso de esa batalla contra la incomprensión, su Kit hace entrañable su propia rareza. La magia que Larson consigue en su ópera prima está en el manejo de los sutiles resortes de la comedia, en la confianza que tiene en ellos cuando retrata el intento de su personaje de ser parte del mundo pese a nunca comprenderlo del todo.
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