Netflix: Sin novedad en el frente es un alegato antibélico que sin embargo convierte a la guerra en un espectáculo cautivante
Esta producción original de Netflix es la tercera adaptación del clásico del escritor alemán Erich Maria Remarque sobre la generación perdida de la Primera Guerra Mundial; es la precandidata de su país al Oscar en la categoría de película internacional
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Sin novedad en el frente (Im Westen nichts Neues, Alemania/2022). Director: Edward Berger. Guion: Ian Stokell, Lesley Paterson y Edward Berger. Fotografía: James Friend. Música: Volker Bertelmann. Elenco: Felix Kammener, Albrecht Schuch, Daniel Brühl, Sebastian Hulk. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
El género bélico tal como existe en la actualidad es una de las muchas consecuencias de la Primera Guerra Mundial. Las dos metáforas centrales del rubro (la guerra es el infierno y que la guerra es un manicomio a cargo de los insanos) empezaron allí. La incorporación al combate, por primera vez, de ametralladoras, tanques, lanzallamas, gases venenosos y ataques aéreos llevaron lo que antes era un enfrentamiento brutal pero a escala humana a un azote apocalíptico. Para un soldado de 1914, el campo de batalla debió ser un panorama de pesadilla poblado de horrores nunca antes vistos.
La locura y el absurdo también vienen de la mano de estos instrumentos infernales, dado que los líderes militares se habían formado en un arte de la guerra sin semejantes armas: sus estrategias no habían avanzando junto a la tecnología y, en consecuencia, ya no tenían sentido. El llamado “frente occidental”, donde transcurre este film, es el ejemplo más cruel: tras años de combates, ninguno de los bandos logró avanzar más que unos pocos metros y, solo en la batalla de Verdún, hubo más de un millón de muertos sin conquista militar alguna.
La masacre de la gran guerra fue tal que por primera vez despertó un sentimiento pacifista que generó, en la década del 20, un fenómeno editorial de novelas bélicas, entre las que Sin novedad en el frente de Erich María Remarque, es la más célebre. El epígrafe del libro resume su filosofía acerca del conflicto al aludir a “una generación que, aun si logró escapar a las balas, fue destruida por la guerra”.
En la Alemania de los años 20, y con una de las mayores carnicerías de la historia a la vuelta de la esquina, tal manifestación antibélica no resultaba incuestionable. De hecho, otro gran best seller de la época, la novela Tempestades de acero de Ernst Junger, plasma un ideario más frecuente y propone lo opuesto: que la vivencia de la guerra forja el carácter, no desintegra la subjetividad sino que la constituye. La guerra sería el acta de nacimiento de un líder político fuerte que puede guiar a una nación en la paz. El entusiasmo con el que, tal como se muestra en las primeras escenas de esta película, una generación de jóvenes que nunca había empuñado un arma marcha hacia la batalla se explica en estas nociones que, a diferencia de los soldados, sobrevivieron a la guerra y contribuyeron a la obstinada repetición de la historia unos años más tarde en la Segunda Guerra Mundial.
Debido a su éxito, Sin novedad en el frente fue rápidamente traducida al inglés y convertida, por el realizador Lewis Milestone, en un largometraje de Hollywood en 1930, el tercero en la historia en ganar un Oscar a la mejor película. Luego, en 1979, Delbert Mann dirigió una nueva adaptación para la televisión. Esta producción de Netflix es la primera versión alemana de la novela y, curiosamente, la menos fiel al texto original , acaso porque ya existen las dos traslaciones anteriores. Incidentalmente, y con un buen antecedente a tal respecto, es la candidata alemana al rubro película internacional en los premios Oscar.
A diferencia de los otros films, se puede inferir que este enuncia la historia desde el presente, es decir, con pleno conocimiento de las consecuencias de la llamada Gran Guerra en el mundo actual. Por eso, incorpora una línea narrativa inexistente en la novela: los encuentros entre representantes del gobierno alemán y el mariscal Ferdinand Foch, comandante de los ejércitos aliados, con el fin de lograr un armisticio. Con este personaje la película explicita, como sabemos hoy, que las duras condiciones impuestas en la capitulación alemana fueron el germen de la Segunda Guerra. Entre los agregados también se cuenta un tropo del que el libro nos había eximido: el militar alemán inhumano dispuesto a sacrificar en vano hasta al último hombre con tal de que no se mancille su propia idea del honor de la patria, invocado siempre desde la ventajoso punto de vista de la retaguardia.
El film está mayormente estructurado como un contrapunto entre estas dos líneas narrativas: por un lado los cruentos combates y la escasez, el padecimiento y la precariedad de la vida de los protagonistas en las barricadas, y por el otro, la holgura, la seguridad y la saciedad de las que gozan los funcionarios que comandan la guerra. Este contraste es acaso demasiado crudo, a pesar del extraordinario trabajo estético y significante sobre los espacios en cada escena: la elegante y severa simetría de los interiores palaciegos frente el ecosistema húmedo, viscoso y laberíntico, sin avance ni salida, de las trincheras, donde hay tanto barro y miedo que casi nunca los soldados tienen colores humanos. Otras oposiciones que dan estructura al film van en la misma línea: la belleza de un amanecer, de las brumas en un bosque o del despertar de unos cachorros salvajes, es decir, la luminosa indiferencia de la vida en el mundo natural, contrasta con las innecesarias fealdad, violencia y muerte manufacturadas en el campo de batalla.
La historia parte de una premisa genérica: cuatro amigos van a la guerra en busca de gloria y aventuras y. desde luego, se encuentran con el infierno. En las amistades perdidas en la batalla y en la transformación de sus caras frescas en máscaras rústicas está la resonancia emocional de la película, aunque el escaso desarrollo de los personajes no la fomenta demasiado, salvo en el caso del protagonista Paul (Felix Kammener) y su protector/figura paterna Kat (Albrecht Schuch), que son los únicos soldados que tienen más que un rasgo definitorio.
Aunque este es absolutamente un drama antibélico, probablemente el más famoso de todos, las espectaculares escenas de combate, irreprochablemente realizadas desde el punto de vista técnico, presentan una contradicción: ¿se puede argumentar en contra de la guerra y a la vez presentarla como un espectáculo cautivante? El hecho de que ese espectáculo incluya dolor, mutilación y muerte no va en detrimento del entusiasmo que despierta en los espectadores, más bien lo contrario. La película claramente se esfuerza en encontrar formas sorprendentes de matar soldados: sorprendidos por un hachazo en el cuello tras un largo plano secuencia, aplastados vivos por un tanque o desintegrados en una niebla rojiza al ser alcanzados por un explosivo. Tal vez sea mucho pedir, pero quizás las batallas de una película que se manifiesta contra la guerra deberían filmarse y editarse de un modo distinto a las de Avengers.
La película incluye su propia negación al sugerirnos que sabe que la guerra espantosa que denuncia se va a repetir (“La gente va a odiar esta paz”, dice un emisario alemán al firmarla) y eso nos invita a pensar que la neutralización de su efecto también se vuelca sobre nosotros. Todos podemos coincidir que la guerra es horrible en la pantalla, pero recientemente funcionarios e incluso medios justificaron a otro “hombre fuerte” y su invasión de una nación pacífica bajo pretextos falsos. Tal vez los horrores cada vez más infernales de la batalla no sirvan demasiado como admonición contra la guerra, sino tan solo para inspirar buenas películas de acción sobre ella.
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