Netflix: Otro intento malogrado de capitalizar el éxito de Un lugar en silencio
El silencio (The Silence, Estados Unidos-Alemania/2019). Dirección: John R. Leonetti. Guion: Carey Van Dyke, Shane Van Dyke (baado en la novela de Tim Lebbon). Fotografía: Michael Galbraith. Montaje: Michele Conroy. Elenco: Stanley Tucci, Kiernan Shipka, Miranda Otto, Kate Trotter, John Corbett. Duración: 90 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
Otra vez Netflix construye una película apocalítica sobre los retazos del éxito de Un lugar en silencio. La obsesión con el inesperado batacazo de John Krasinski resulta interminable y la pregunta que parece haber disparado en varios productores es: ¿cómo es posible conseguir algo parecido? Pero el camino que intentan es siempre el equivocado. Como en Bird Box –otra de las apuestas al "terror de los sentidos"–, el material de origen es literario pero la puesta en imágenes adolece de inventiva y tensión, recurriendo a efectos digitales para recrear la amenaza y a la presencia de alguna que otra cara conocida para conducir el periplo por una tierra arrasada.
Las imágenes iniciales son prometedoras: una luz al final de un oscuro túnel descubre una cueva oculta debajo de los Apalaches. De allí emergen criaturas monstruosas que vuelan en enjambres hacia las ciudades de la costa este de los Estados Unidos. Una plaga que se propaga velozmente, que emerge de las entrañas de la Tierra, dormida durante siglos, condensa un guiño cinéfilo: las siluetas de esas criaturas se asemejan a las de los pájaros creados por Alfred Hitchcock, también signo de una naturaleza que se rebela contra el hombre. Pero los logros culminan allí. A partir de entonces, vemos el peregrinar de una familia hacia el bosque y el reiterado uso de un único truco: es el sonido el que atrae los ataques.
El problema no es solo que ese juego carece de originalidad sino que está resuelto con llamativa torpeza visual. Al descubrir que las vespas –esos monstruos frutos de la mutación– solo responden al sonido, la joven Ally ( Kiernan Shipka ), sorda luego de un accidente, le asegura a su familia: "Yo sé vivir en silencio". Pero la película nunca entiende su propia premisa: más allá del lenguaje de señas que todos comparten para la comunicación, ella nunca explota su ventaja en la huida, nunca trasciende su impuesta vulnerabilidad.
Un párrafo aparte merecen los sucesivos ataques de las criaturas, filmados en un pausado ralenti que anula cualquier vértigo y congela las expresiones de los actores como salidos de una extraña parodia. Si la estrategia del director John R. Leonetti (Annabelle) es evocar algo del espíritu del cine clase B de Roger Corman, lo consigue a medias. Corman tenía un agudo sentido de aquello que asustaba a su público, y no lo perdía de vista incluso en sus películas filmadas con poca plata y a las apuradas. Leonetti parece nunca entenderlo del todo (consigue una única buena escena en la farmacia), fallando en la tensión que requieren los momentos clave del relato y sometiendo a sus personajes a la miopía de su estilo.
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