Netflix: Nureyev recorre los logros, los amores y los dolores del astro pop de la danza clásica del siglo XX
El documental dirigido por David y Jacqui Morris cuenta la vida de este figura emblemática de la danza que murió de sida, a los 54 años, en París
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Indiscutiblemente, Rudolf Nureyev fue una de las figuras claves de la danza clásica del siglo pasado. En 2018, a 25 años de su muerte y cuando hubiera cumplido 80 años, se estrenó en Londres un documental sobre la vida del bailarín y coreógrafo que dirigieron los hermanos Jacki y David Morris. El film, que cuenta con guion de ellos mismos, rescata la trayectoria y el legado del mítico bailarín devenido en astro pop, siempre en relación con los distintos momentos históricos y políticos que le tocó vivir.
El atrapante documental de este ser único se complementa y expande con testimonios de seres cercanos al bailarín, reportajes, material de archivo periodístico y, lógicamente, las secuencias de coreografías clásicas que causaron la devoción del público de todo el mundo. Nureyev murió de sida en 1993, en París, a los 54 años.
“La intención es presentarlo a las nuevas generaciones, mostrarles por qué fue extraordinario, sobre todo viniendo de la danza, que siempre es más efímera que otras expresiones artísticas”, había reconocido David Morris a LA NACION con motivo del estreno. El británico Russell Maliphant creó especialmente una serie de magníficos cuadros coreográficos para dar cuenta de distintos momentos de su vida. La buena noticia es que ahora Nureyev, así se llama el documental, está disponible en Netflix para las nuevas generaciones. La leyenda continúa.
Siguiendo un relato cronológico, el documental da cuenta de su nacimiento abordo del expreso Transiberiano, cerca del lago Baikal, su infancia rodeado de sus hermanas en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, su madre llevándolo al jardín de infantes con el abrigo de una de sus hermanas, la primera situación de bullying que vivió cuando entró al aula, sus clases de folclore a escondidas de su padre que no “quería tener un hijo maricón”, su contacto a los 11 años con su primera maestra como su llegada a prestigiosa academia Vaganova, en Leningrado, desde la lejana ciudad de Ufa. A partir de ese momento, ya desde sus inicios como solista de ballet del Teatro Kirov, empieza su romance con los aplausos con el reconocimiento ante esos saltos no humanos que maravillaban al público.
Claro que el arte se topa con la política dura, aspecto clave de su vida. Como venía sucediendo en su país, el furor que causó su presentación en París despertó las alarmas del Kremlin. Para el gobierno ruso, el ballet clásico era una herramienta de propaganda política en tiempos de la Guerra Fría, y que un joven bailarín acapara las miradas por sobre el nombre de la compañía no estaba bien visto. Sin muchas vueltas, deciden mandarlo de vuelta a la Unión Soviética en vez de continuar el tour a Londres. Y ahí es cuando esta figura indomable y atrapante quema las naves en un aeropuerto parisino: rodeado por agentes de la KGB, decide quedarse en Occidente, aunque esa misma decisión le implicara la dura realidad de no poder ver más a su familia. “Nadie es libre. Hasta los pájaros son prisioneros del cielo”, se lee en una placa firmada por Bod Dylan, una de las tantas que aparecen durante el documental, para dar cuenta de ese momento bisagra en la vida de este creador que fue, al tiempo, declarado “traidor de la patria” por la justicia soviética.
Las múltiples facetas de Nureyev son parte fundamental del nervio narrativo del documental. Por ejemplo, su encuentro con el famoso fotógrafo Richard Avedon, quien le hace al bailarín algunas tomas que recorrieron el mundo: primer plano de su pie, él desnudo, un salto por fuera de toda la lógica humana. “Todo su cuerpo respondía maravillado de sí mismo. Una orgía narcisista. Una orgía de una persona”, reconoce el fotógrafo en otras de las placas. O su encuentro con Erich Bruhn, el bailarín danés que se convertiría en su pareja hasta que los dos genios de la danza no pudieron con ellos mismos. Y otro fundante en su carrera por motivos personales como artísticos: su asociación con la británica Margot Fonteyn, una de las figuras de la danza clásica del siglo XX. Se conocieron cuando él tenía 23 años y ella, 42. La dupla artística se convirtió en ícono, en una marca registrada que llenaba los grandes teatros europeos y norteamericanos (dato al margen: tres veces se presentó Nureyev en nuestro país; en 1967 bailó Giselle, en el Teatro Colón, junto a Fonteyn).
En tiempos de beatlemanía, ellos fueron los astros pop de la “balletmanía”. Fueron tapa de las revistas de ballet pero también de las de moda, de actualidad. La llegada de los setenta y setentas en tiempos de lucha por los derechos de las minorías, liberación sexual y las búsquedas más renovadoras en el campo del arte del movimiento no le fueron ajenas a este seductor nato. De hecho, Nureyev se permitió pasar en un vuelo sin escalas, como todo en él, desde coreografías clásicas como El lago de los cisnes o Romeo y Julieta a formar parte de las compañías de los legendarios Martha Graham y Paul Taylor. Fue el primer bailarín clásico que cruzó esta supuesta barrera de lenguaje.
A lo largo del repaso histórico el documental -que contó con el apoyo de la Fundación Nureyev- da cuenta de los momentos más problemáticos de su vida: la muerte de Erich Bruhn, de Margot Fontain y la de sus amigos en tiempos del sida, de prejuicios, de discriminación y de propio padecimiento por su enfermedad. Pero también de su vuelta a Rusia luego de 30 años, su reencuentro con su madre, con aquella primera maestra con quien se abraza emocionado y su vuelta al escenario ruso. “El tártaro es un animal astuto y eso es lo que soy”, dijo sobre sí mismo.
Todo en Nureyev se va articulando con una enorme fluidez interna. Convive la emoción con lo poético, lo político con la sexualidad, la música de Tchaikovsky con el rock que llevaba en la sangre, la disciplina y el descontrol, el universo fashion en una persona criada en la extrema pobreza. Por motivos generacionales, la fantástica vida y resonancias de este verdadero animal escénico podrá ser conocida para muchos; pero lo interesante, o una de las capas más interesante del documental, es abrir el relato a otros públicos y, de paso, volver a maravillarse con su arte, con su forma de entregarse a la vida.
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