Netflix: Modesta en imaginación, El país de los sueños solo tiene a su favor el entusiasmo de Jason Momoa
Esta adaptación hace de la obra de Winsor McCay de 1902, precursora del surrealismo, no guarda relación ni estética ni narrativa con el original
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El país de los sueños (Slumberland, EE. UU./2022). Dirección: Francis Lawrence. Guion: David Guion y Michael Handelman. Fotografía: Jo Willems. Edición: Mark Yoshikawa. Elenco: Jason Momoa, Marlow Barkley, Chris O’Dowd, Kyle Chandler y Wereuche Opia. Duración: 120 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
El título original de esta película para toda la familia parece indicar que está basada en Little Nemo in Slumberland, la innovadora historieta creada en 1905 por Winsor McCay que terminó de configurar el lenguaje de los entonces jóvenes cómics. Sin embargo, no hay más que un par de coincidencias entre ambas, a saber: que parte de la trama transcurre en un mundo onírico y los nombres de los dos personajes principales. Hay que señalar que el film cambia el género de su protagonista y Nemo se vuelve aquí un nombre femenino: en sueños todo es posible. Es difícil encontrar otras similitudes.
La mitad de este largometraje transcurre en la vigilia, donde se despliega la historia familiar de su personaje central. En la historieta no se sabe nada de la vida consciente de Nemo (que en latín quiere decir “nadie”) y cada episodio sucede íntegramente en Slumberland, el “país de los sueños”, salvo por la última viñeta en la que Nemo se despierta. Ese sitio a veces evoca la pista de un circo fastuoso fusionado con una corte barroca. Otras, los escenarios son mucho más insólitos, desde un bosque polar con plantas de hielo hasta una ciudad acosada por un pavo real gigante, y todo lo que cabe en el medio. El dibujo de McCay, un surrealista quince años adelantado a esa vanguardia histórica, es ornamentado y florido, con ecos de las elegantes líneas del contemporáneo Art Nouveau, pero mucho más vibrante y libre en sus colores y figuras. Su influencia se percibe en casi todo artista contemporáneo que padezca de una feliz incontinencia imaginativa, de Terry Gilliam a Moebius.
Paradójicamente, si algo parece faltarle a este film original de Netflix es imaginación. A pesar de un presupuesto inflamado hasta los 150 millones de dólares, solo presenta unas pocas locaciones oníricas no demasiado inspiradas: un salón en el que aglomeraciones de mariposas toman la forma de humanos que bailan salsa, una ciudad desierta formada por rascacielos de cristal, un gran baño público de azulejos blancos y el “océano de las pesadillas” que no es muy diferente del normal, salvo que los personajes pueden respirar bajo el agua ¿Para qué invocar la historieta de McCay si se van a ignorar tanto su repertorio de imágenes portentosas como las inagotables posibilidades visuales y narrativas a las que se abre su planteo? La película se desentiende de este desafío a la creatividad con su muy modesta fantasía y se vuelca a la historia mil veces contada de una chica resiliente que aprende a sobrellevar un suceso traumático.
La trama mantiene dos líneas paralelas. En la vigilia, la protagonista pierde a su padre en un accidente de navegación (la película está atravesada por el tema marinero, al que también remite el atuendo a rayas que lleva Nemo -el original está siempre en pijama-, acaso para insólitamente vincularla con el Capitán Nemo de Julio Verne, que no tiene relación alguna con este personaje ni con el mundo de McCay). Huérfana, la chica queda al cuidado del hermano de su padre en un elegante piso de Toronto. El tío es un tedioso fabricante de picaportes que lleva una vida solitaria y no sabe cómo relacionarse con su sobrina, así como ella no sabe adaptarse a sus nuevas circunstancias y se refugia en su propio mundo.
La segunda historia se desarrolla en sus sueños: desde que llega al nuevo hogar, cada vez que se duerme Nemo regresa, sin que se explicite una razón, al mismo sueño, es decir, a Slumberland, donde conoce a Flip (Jason Momoa), una suerte de forajido/arlequín con cuernos de carnero que invade inconscientes ajenos en busca de un mapa secreto que indicaría la ubicación de ciertas perlas con la propiedad de hacer realidad los deseos. Otra vez sin demasiado énfasis en justificaciones, Nemo encuentra casualmente el mapa entre sus pertenencias y entiende que con una de esas perlas podría volver a ver a su padre, de modo que le propone a Flip una alianza que este acepta y ambos se embarcan en la búsqueda del tesoro.
Quizás en la tierra de los sueños exista otra versión de esta película con Tim Burton en la dirección y un joven Johnny Depp en el papel de Flip que realmente funcione. En el mundo real, debemos contentarnos con el discreto realizador Francis Lawrence, que no logra darles consistencia a sus ilusiones de CGI, y con Jason Momoa haciendo de Johnny Depp haciendo de Flip. Hay que reconocer que el actor, que había demostrado un rango que va del salvaje Khal Drogo a Conan el bárbaro, se esfuerza para llevar adelante este casting contra su tipo. Acaso el público infantil se divierta con su incansable repertorio de manierismos, mohínes y bailecitos usados en toda ocasión. Es también probable que el público adulto lo encuentre muy irritante muy rápido. Al menos aporta una dosis de vitalidad a una película deficiente en ese rubro, entre otros. En suma, este es un relato infantil estandarizado que se percibe como una oportunidad perdida. Es la tercera ocasión en que el cine toma la obra de McCay. Esta vez, los recursos de Netflix y el desarrollo de la tecnología digital habrían permitido hacerle justicia, si no faltara todo lo demás.
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