Netflix: Milagro en la celda 7 es una sucesión de golpes bajos en busca de una historia
Milagro en la celda 7 (Yedinci Kogustaki Mucize, Turquía / 2019). Dirección: Mehmet Ada Öztekin. Guion: Özge Efendioglu, Kubilay Tat. Fotografía: Torben Forsberg. Elenco: Aras Bulut Iynemli, Nisa Sofiya Aksongur, Celile Toyon Uysal, Ilker Aksum. Duración: 132 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: Regular.
Cuando una película se propone emocionar al público hasta las lágrimas, como ocurre con esta película turca que acaba de debutar en Netflix probablemente lo logre, aún cuando no consiga llegar a una emotividad profunda. La combinación de ciertos recursos estilísticos que apelan a la emoción suelen ser efectivas para cosechar llantos.
Milagro en la celda 7, remake de la película coreana homónima, desafía al espectador a mantener sus ojos secos durante las poco más de dos horas que dura el film. Allí, Memo, un hombre con discapacidad mental, y Ova, su pequeña hija, viven felices en un pueblito de Turquía, con la supervisión de la abuela que los cuida a ambos. Sus vidas se desmoronan cuando el hombre es acusado de asesinar a la hija de un militar de alto rango, que en realidad murió como consecuencia de un accidente. Memo va a prisión y allí encontrará aliados inesperados en sus compañeros de celda, que intentarán ayudarlo a demostrar su inocencia antes de que lo ejecuten (el homicidio del que lo acusan conlleva la pena de muerte).
El trasfondo de la dictadura militar turca resulta interesante pero no se ahonda lo suficiente en ese aspecto. El retrato de la relación entre los prisioneros es otro de los puntos de mayor atractivo de la película para aquellos a los que no les baste la invitación al llanto catártico. Allí hay historias pasadas que generan curiosidad, una dinámica interesante de relaciones entre los prisioneros y destellos de humor. Pero la película no apuesta a eso.
La trama está repleta de golpes bajos, que se suceden uno detrás del otro. Estilísticamente no hay recurso para incentivar el llanto que no esté utilizado, desde la música "emotiva" hasta la cámara lenta. Las escenas se estiran el tiempo necesario para insistir en la emoción que se le requiere sentir al espectador, como si fuera aumentando el volumen hasta que sea imposible ignorarlo: ¿no se emocionó con la encantadora niña gritando el sobrenombre de su padre detrás de los paredones de la prisión? Mírela y escúchela un poco más. Y ahora, ¿ya está llorando? ¿Y ahora?
Esa insistencia es contraproducente, porque le quita lugar a la emoción verdadera que podría surgir de la historia si estuviera contada con mayor sutileza. Son los momentos menos subrayados los que permiten una conexión más profunda con los personajes. Las escenas entre el padre y la hija pueden ser lo suficientemente emotivas, no es necesario que la música y la cámara lenta exacerben el clima dramático para conseguir lágrimas, que pueden ser una respuesta automática para algunos y no existir siquiera para otros que necesitan establecer un lazo más profundo con los personajes y su historia.
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