Netflix: L’ultimo Paradiso es un ejercicio nostálgico en busca del viejo melodrama italiano
L’ultimo Paradiso (Italia, 2021). Dirección: Rocco Ricciardulli. Guion: Rocco Ricciardulli, Ricardo Scamarcio. Fotografía: Gian Filippo Corticelli. Montaje: Leonardo Alberto Moschetta. Elenco: Riccardo Scamarcio, Gaia Bermani Amaral, Valentina Cervi, Antonio Gerardi, Federica Torchetti, Ana Maria De Luca. Duración: 107 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
En los años 50, justo después del apogeo del neorrealismo y la consolidación de la industria cinematográfica, Italia produjo una serie de melodramas que recuperaban los entornos reales de la posguerra, el marco de la pobreza y la explotación, nutridos de amores prohibidos, disputas familiares, conflictos de herencia o linaje. El director clave de ese período fue Raffaello Matarazzo, nunca del todo reconocido por su verdadero pulso para el género y la fuerza que imprimía a sus historias desde la puesta en escena. Cadenas (1949) y Tormento (1950) marcaron el despegue de ese fructífero ciclo que, para cierta crítica como la que ejerció Guido Aristarco desde las páginas de la revista Cinema Nuovo, eran una forma flácida del neorrealismo –apodado con el peyorativo “rosa”- que transformaba los asuntos sociales en crónicas de sentimientos. Pero el cine de Matarazzo dio nueva vida al melodrama, encendió toda una tradición y aún agita los recuerdos de muchos espectadores.
L’ultimo Paradiso intenta seguir aquellos pasos, menos preocupado por los asuntos políticos que definían a la Italia de esa década lanzada al milagro económico –como sí ocurriera en los melodramas de Luchino Visconti-, y más adherido a un fatalismo más mundano que trágico, situado en un Sur todavía feudal, amurallado frente a los cambios que vivía Europa. Las familias Paradiso y Schettino tienen una historia en común, larga y bastante oscura. En esa tierra sureña de olivares, Ciccio Paradiso (Riccardo Scamarcio) desafía la égida del patriarca Schettino instando a los campesinos a vender su cosecha por fuera del intermediario, a sacudir los cimientos de un orden injusto. Pero sus amores adúlteros y sus escapadas nocturnas le deparan un destino trágico, el mismo que parece sobrevolar a toda esa comarca cuyas cadenas no parecen dispuestas a soltarse.
Quizás el verdadero mérito del director Rocco Ricciardulli sea intentar apropiarse de aquella tradición, que no es la del neorrealismo sino la de aquellos melodramas populares que usaron esos ambientes nacidos de la guerra para contar sus historias de amor y dolor. Sin embargo, su acercamiento es superficial, y encima la película se quiebra a la mitad mientras espía a esa Italia del norte que resulta esperanza y salvación. Allí, ese juego de dobles, de huidas y regresos, algo errático y desabrido, extravía a Ricciardulli de lo que parecía su último mojón. Algunas inspiraciones pueden provenir del tardío Bertolucci, o de los intentos de los Taviani de resignificar esa historia italiana en los tiempos de la crisis de su industria, pero al fin y al cabo L’ultimo Paradiso es un ejercicio nostálgico, sin ambiciones ni riesgos, de un cine que fue grande en su tiempo y que ahora se reduce al recuerdo de un mundo anterior.
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