Netflix: Los renglones torcidos de Dios es un efectivo policial ambientado en un manicomio franquista
Adaptada de la novela de Torcuato Luca de Tena, el film tiene como su mejor activo la interpretación de Bárbara Lennie, quien encarna a una heredera millonaria y detective “diplomada” que se interna en un psiquiátrico para investigar la muerte de un interno
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Los renglones torcidos de Dios (España/2022). Director: Oriol Paulo. Guion: Oriol Paulo, Guillem Clua, Lara Sendim (basado en la novela de Torcuato Luca de Tena). Fotografía: Bernat Bosch. Edición: Jaume Martí. Elenco: Bárbara Lennie, Eduard Fernández, Loreto Mauleón, Javier Beltrán, Pablo Derqui, Samuel Soler, Federico Aguado, Adelfa Calvo. Duración: 154 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
En su ingeniosa novela El misterio de la cripta embrujada, publicada en 1978, el escritor catalán Eduardo Mendoza ofrecía una inteligente alquimia entre su pasión por la serie negra y su evocación del esperpento español, escrita en un lenguaje franco y sin medias tintas. La astucia del autor consistió, en su momento, en leer el posfranquismo desde el juego paródico con el policial, que le autorizaba la pesquisa sobre la desaparición de una niña en un internado de monjas lazaristas por parte de un marginal preso en un manicomio. Un año después, Torcuato Luca de Tena publicaba una de sus novelas más célebres: Los renglones torcidos de Dios, una sintomática mirada sobre la locura en ese cambio de época que trajo la muerte de Franco y la transición democrática. Vista hoy, la diferencia entre ambos es que Mendoza observa con ironía y un genuino respeto por la tradición popular lo que el marqués Luca de Tena escudriña con el ceño fruncido, la esperada desconfianza ante los nuevos vientos y un claro intento de elevar su narrativa hacia un lugar de importancia que él mismo se otorga.
Ahora bien, el interrogante es qué hace Oriol Paulo -director fogueado en misterios y vueltas de tuerca desde el éxito de Contratiempo (2016)- con ese material de origen. Lo cierto es que lo conduce al terreno que mejor le sienta, afirmado en una puesta en escena prolija y funcional, algunas buenas actuaciones, y los recursos habituales de este tipo de narrativas: flashbacks espejados, ambientes opresivos y carcelarios, música insistente. El punto divergente con la fuente literaria se origina en el peso de la locura en el relato, eje que Luca de Tena investigó con fruición siguiendo la psiquiatría de su época –de hecho se hizo prologar por un médico especialista- y que en el armazón de Paulo es un efectivo truco de prestidigitador para esconder sus cartas. Si en la novela la ambigüedad de lo que sucede se sostiene en términos metafísicos y no solo narrativos –esta idea de la escritura torcida de Dios como aprendizaje para la correcta, que se puede entrever en el razonamiento del autor-, en la película es apenas una estrategia para despistar al espectador sobre el camino posible de su resolución.
La historia comienza con Alice Gould (la siempre solvente Bárbara Lennie), una heredera millonaria y detective “diplomada” que se interna en un psiquiátrico para investigar la reciente muerte de un interno, Damián García del Olmo. Estamos en 1979 y la internación de una mujer exige la autorización de su marido y de su médico, y el despojo de todo su mundo anterior, tanto sus pertenencias como su dignidad, para entrar en el “imperio de la sanidad”. En la carta médica que la acompaña, Alice es definida por su inteligencia supina, su soberbia y paranoia, definiciones que ella pondrá a prueba ante los sucesivos médicos que la evalúen y ante el propio espectador. El interrogante siempre es: “¿dónde está la verdad?”. ¿En lo que Alice dice o en lo que oculta? Y también, ¿cuál es el verdadero crimen a investigar? ¿El perpetrado contra el joven García del Olmo, declarado suicida y archivada su muerte entre las bajas del moderno psiquiátrico? ¿O el que padece la propia Alice, acusada de envenenar a su marido y legalmente secuestrada entre las rejas de un loquero?
La presentación del manicomio nos depara toda la galería de lugares comunes imaginables a la hora de retratar esos nosocomios: pacientes con ojos extraviados, un gnomo predador sexual, dos gemelos llamados Rómulo y Remo, un hidrofóbico con un mechero. Y junto a ellos, la película también se permite tensar el verosímil al poner a su personaje en el corazón de todos los conflictos: seducir a los médicos, socorrer al damnificado de un ataque fóbico, jugar a las casitas con hijos postizos.
En su primera parte, Los renglones torcidos de Dios opera como un thriller convencional, alternando dos tiempos: el pasado -el incendio que terminó con la vida de García del Olmo- y el presente -la investigación de Alice-. El quiebre se produce cuando el doctor Samuel Alvar (Eduard Fernández), director del psiquiátrico y esperado aliado de Alice en su plan detectivesco, confirma su diagnóstico y procede a certificar su encierro ¿Es un nuevo traidor, un escéptico o apenas un eslabón funcional del negocio de la locura?
Con modestas ambiciones y un claro destino de entretenimiento, Los reglones de Dios se acomoda en la narrativa sin demasiada originalidad pero con el ritmo necesario para abrazar todas sus piezas en cada nuevo viraje que ofrecen las revelaciones. Lennie y Fernández sostienen en sus espaldas las “locas” peripecias de sus personajes, hasta un final consciente de ese esperado golpe de efecto que demanda el largo camino recorrido.
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