Netflix: Los crímenes de la academia tiene a un juvenil Edgar Allan Poe como investigador de horrendos asesinatos en la Nueva York del siglo XIX
Mucho antes de ser escritor, pasó por la Academia West Point, donde la ficción lo encuentra uniendo fuerzas con un expolicía para investigar varias muertes que anticipan el destino futuro de su obra, en una película de climas sugerentes y narración algo ceremoniosa
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Los crímenes de la academia (The Pale Blue Eye, Estados Unidos/2022). Guion y dirección: Scott Cooper. Fotografía: Masanobu Takayanagi. Música: Howard Shore. Edición: Dylan Tichenor. Elenco: Christian Bale, Harry Melling, Lucy Boynton, Gillian Anderson, Toby Jones, Timothy Spall, Charlotte Gainsbourg, Simon McBurney, Robert Duvall. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
Cinco meses después de cumplir 21 años, en junio de 1830, Edgar Allan Poe aprobó los exámenes de ingreso a la Academia Militar de West Point, en el Estado de Nueva York. Ya tenía alguna experiencia militar, porque tres años antes se había enrolado en el ejército como soldado raso para evitar una caída segura en la miseria.
Ahora, como explica Julio Cortázar en el fascinante relato de la vida de Poe que precede la edición en español de sus cuentos completos (que el propio escritor argentino tradujo), la alternativa era de hierro: seguía la carrera militar o moría de hambre. Del aire triste y lánguido que transmite Poe, sobre todo con la mirada, en esos duros tiempos de cadete se desprende el título original de la nueva película de Scott Cooper, The Pale Blue Eye (El pálido ojo azul), que en su versión española, primero literaria y ahora cinematográfica, se transforma en el mucho más directo e impersonal Los crímenes de la academia.
El cambio nos lleva directamente a un mundo de hechos de sangre y lo que se hace para investigarlos y esclarecerlos (cuestiones que forman parte decisiva de la trama) mientras toma distancia de algo más importante, que atraviesa buena parte de la obra del realizador: una indagación alrededor de la conducta de seres humanos atormentados por demonios interiores que parecen haberse apropiado de ellos.
Desde que empezó a dirigir en 2009 (su ópera prima fue la excelente Loco corazón, con Jeff Bridges), Cooper fue ganando reconocimiento suficiente como para ampliar cada vez más los límites de cada una de sus nuevas producciones. Pero su cine, que al comienzo era bien clásico en términos narrativos y de puesta en escena, se volvió en sus últimas obras cada vez más estático, sobreexplicado y hasta peligrosamente cercano a cierta solemnidad.
Con todo, el director conserva la mano diestra para envolver sus relatos en atmósferas visuales llenas de magnetismo e inquietante sugestión. En este caso, con la invalorable ayuda del gran director de fotografía Masanobu Takayanagi, nos lleva al gélido invierno neoyorquino de 1830 y a la pesquisa en torno de una serie de horrendas muertes (con ejercicios rituales y extirpación de órganos, entre otros detalles morbosos) ocurridas dentro de la institución militar, tarea que le es encomendada a un expolicía llamado Augustus Londor (Christian Bale, bastante lejos de su habitual tendencia al desborde), un hombre martirizado por la reciente muerte de su esposa y la desaparición de su hija.
Las indagaciones de Londor, mientras chocan con el recelo de los circunspectos responsables de la academia (Timothy Spall y Simon McBurney, completamente desaprovechados), encuentran un aliado inesperado en el joven Poe, cuya escasa vocación para los asuntos militares contrastan con una llamativa perspicacia para encontrar pistas y resolver algunos complicados acertijos. En busca de de esclarecimiento se sumarán brevemente otros dos socios circunstanciales: la encargada de la taberna local, a la vez amante de Londor, y un veteranísimo experto en ciencias ocultas, encarnados por Charlotte Gainsbourg y Robert Duvall en otro verdadero desperdicio de talento interpretativo.
Cooper dedica el tiempo que se les retacea a todos estos grandes actores secundarios a las indagaciones de Londor y el crecimiento de una conexión con Poe basada en una progresiva confianza mutua, en la capacidad deductiva del joven y en más de una coincidencia intelectual. En esos tiempos juveniles, el futuro escritor que sueña con publicar sus poemas quedará deslumbrado al encontrar en la biblioteca de la casa del expolicía un libro de su admirado Byron.
De un modo bastante más sutil, Cooper teje el acercamiento entre los dos personajes también desde el costado afectivo, golpeado en ambos casos por pasiones inalcanzables y casi siempre cercanas a la experiencia de la muerte. En esta dimensión juegan fuerte el médico de la academia militar (Toby Jones) y sus familiares, con un festival de sobreactuación a cargo de Gillian Anderson.
La narración descansa en este doble y atormentado retrato de dos personas que se necesitan mutuamente para cumplir con un deber que al mismo tiempo no logrará atenuar toda la pena interior que acumulan. De la mano de Harry Melling (el recordado Dudley Dursley de las películas de Harry Potter), Poe adquiere en el cine buena parte de los inquietantes rasgos con los que siempre llegó a ser identificado y a partir de ellos sostiene con el Londor de Bale un juego dialéctico con suficiente atractivo como para disimular el tono ceremonioso del relato en su segunda mitad.
Esta dualidad queda todavía más a la vista en una película que tiene dos finales. El primero confía mucho más en el poder de la imagen y evoca al mejor Cooper, el de los comienzos. El segundo es un recargado alarde de elocuencia teatral y verbalizaciones interminables, propios de la errática actualidad del realizador.
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