Netflix: Granizo habla del clima sin encontrar la atmósfera adecuada para el lucimiento de su estrella
Crónica de una catástrofe afectiva y emocional que anticipa el estallido de la carrera de un meteorólogo televisivo, el film de Marcos Carnevale nunca logra elevarse por sobre las reglas del costumbrismo de la pantalla chica
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Granizo (Argentina/2022). Dirección: Marcos Carnevale. Guion: Nicolás Giacobone y Fernando Balmayor. Fotografía: Horacio Maira. Edición: Luis Barros. Música: Gustavo Pomeraniec. Elenco: Guillermo Francella, Romina Fernandes, Peto Menahem, Martín Seefeld, Viviana Saccone, Nicolás Scarpino, Laura Fernández, Eugenia Guerty, Norman Briski. Duración: 118 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular
En tiempos prepandémicos, un estreno argentino como Granizo hubiese llevado una multitud a los cines. Representa a ese tipo de películas de producción nacional que en un momento determinado están en boca de todos y los comentarios alientan la curiosidad por verlas. Primero porque la presencia protagónica de Guillermo Francella funciona naturalmente como polo de atracción. Es una de las pocas figuras locales que logran el raro efecto de convertir a su nombre en el eje de la propia película. “Vamos a ver la nueva de Francella” es la consigna. Y segundo, porque en este caso se agrega a la historia, en su tramo decisivo, un componente visual atípico para los estándares de producción habituales en nuestro país y que de inmediato aparece asociado con lo que llamamos “cine catástrofe”.
Esa secuencia será digna de nuestra atención y es posible que se convierta en la referencia inicial de cualquier conversación alrededor de la película. Se hablará mucho sobre el tema, porque Granizo multiplicará sin problemas gracias al streaming su gran poder de convocatoria (apenas estrenada saltó de inmediato al primer lugar entre los títulos más vistos de Netflix). Pero identificarla de manera genérica con el cine catástrofe es uno de los muchos equívocos en los que podemos tropezar.
Granizo es una comedia con toques dramáticos sobre la peripecia que vive Miguel Flores (Francella), el meteorólogo estrella de la televisión, cuando un episodio inesperado pone a prueba su infalibilidad para los pronósticos del clima. La misma noche en que consigue tener su propio show en la pantalla y elevar todavía más su popularidad, ganada a fuerza de simpatía y destreza profesional, empezará su calvario. Para escapar del escarnio (y de todas las facturas que le pasan quienes sufrieron duras pérdidas por haberle creído una vez más) escapa a su Córdoba natal, donde además tiene que reconstituir un deteriorado vínculo con su hija médica (la convincente Romina Fernandes).
Podría decirse que la película entera es la crónica de una catástrofe afectiva y emocional que anticipa el estallido de otro desastre, en este caso meteorológico. Pero ni el retrato humano de Flores (sobre todo su relación con la fama y la notoriedad pública, destrozada de un día para el otro) ni el retrato familiar lleno de pérdidas y lazos rotos (algunos de larguísima data) que deben recomponerse adquieren espesor y consistencia en la trama.
Toda la película es una sucesión de situaciones en las que se mezclan de manera arbitraria y desordenada el drama, la comedia simpática, el retrato de costumbres, la sátira mediática y los caprichos de la naturaleza. También hay lugar para el grotesco, a través de la irrelevante trama paralela que involucra a un taxista admirador de Flores y víctima de su pronóstico errado (Peto Menahem, siempre al borde de la explosión). Todo transcurre en medio de una puesta en escena muy aplanada, demasiado sujeta a las reglas del costumbrismo televisivo. Además, la mayoría de sus escenas se estiran sin necesidad.
En los mejores trabajos que hizo para la pantalla grande (Elsa & Fred, Corazón de león, Inseparables) Carnevale demostró siempre una sintonía acertada con un cine popular apoyado en narraciones sólidas, situaciones creíbles y actuaciones empáticas con la sensibilidad del público. Aquí volvió a quedar lejos de esos buenos antecedentes, pero al menos mejora un poco los flojísimos resultados de Corazón loco, su película anterior, respaldado en este caso por una impecable factura técnica.
Los únicos momentos en los que Granizo sale un poco airosa tienen que ver con la carismática presencia de ese intérprete cada vez más completo que es Francella. Aquí se cuida de no repetir demasiado sus clásicos tics, que no faltan, mientras va afirmándose en su personalidad para moverse siempre con gracia, elegancia y convicción tanto en el drama como en la comedia. Su afirmación en los últimos años como gran actor de cine tuvo que ver con el descubrimiento de algunas zonas oscuras en sus personajes, detalle valioso que en este caso no se aprovecha.
De todas maneras, ese tono clásico, amable, seguro y campechano que identifica a Francella siempre sale ganando frente a las exageraciones casi ridículas a las que son llevadas las escenas del taxista, su grupo familiar y su entorno. Ese contraste pinta de cuerpo entero el dilema no resuelto de Granizo, una amable y confusa historia en la que el público no encuentra refugio adecuado cada vez que se avecina un clima adverso. Ni siquiera lo que parece ser un curioso homenaje al mendocino Bernardo Razquín, un legendario meteorólogo “artesanal” hoy casi olvidado que apoyaba sus observaciones y pronósticos en las señales de la tierra, logra darle a esta película la atmósfera esperada.
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