Netflix: Entre vino y vinagre, las comediantes solo quieren divertirse
Entre vino y vinagre (Wine Country, Estados Unidos, 2019). Dirección: Amy Poehler. Guion: Liz Cackowski, Emily Spivey. Fotografía: Tom Magill. Montaje: Julie Monroe. Elenco: Amy Poehler, Maya Rudolph, Ana Gasteyer, Paula Pell, Rachel Dratch, Emily Spivey, Tina Fey, Jason Schwartzman. Duración: 103 minutos. Disponible en:Netflix . Nuestra opinión: buena.
El equipo femenino que dio vida a Saturday Night Live a lo largo de temporadas se reúne en un viaje de recuerdo y celebración. Actrices y guionistas, delante y detrás de cámara, ensayan chistes y ponen a prueba su complicidad en una ficción que se construye alrededor de una salida temática a la región vitivinícola californiana de Napa, pero que se tiñe del espíritu de las cofradías juveniles, de los itinerarios de tour de egresados, de los cronogramas de amigos en los que la escusa es el tiempo compartido antes que el destino en el que disfrutarlo.
La ópera prima de Amy Poehler tiene todas las ventajas y desventajas de ese tono. Por momentos se parece demasiado a un chiste interno, como si pudiéramos percibir que ellas se divierten y nosotros nos quedamos afuera. Y en otros el humor se hace contagioso, algunos gags resultan fluidos y hay secuencias –como la charla sobre el posible regreso del más allá de Prince o la visita de la tarotista con pocas pulgas– que funcionan con soltura. Es evidente que la atención de Poehler está puesta en hacer lucir a sus comediantes, en encontrar un eje alrededor de la crisis generacional y el verdadero sentido de la amistad, y no tanto en conseguir un relato ambicioso o un final impredecible. Todas, ellas y sus personajes, solo quieren divertirse.
Las primeras escenas muestran las preliminares del viaje: Rebecca (Rachel Dratch) cumple 50 años y Abby (Poehler) ha preparado una celebración inolvidable. Una especie de reencuentro de aquellas amigas que en los 90 trabajaron juntas en una pizzería de Chicago y formaron un grupo inseparable. El tiempo ha pasado, también los trabajos y las ocupaciones, los hijos y las familias, todo ha conspirado para que los encuentros sean escasos y espaciados. Esta parece ser la ocasión para hacerlo todo en tres días: disfrutar de una casa con pileta, degustar vino, sacarse selfies con un dron y bailar las canciones de la adolescencia. Ese es el espíritu que la película exige, entrar a ese mundo de códigos aunque a veces se maree y se enrede en sus propios pasos.
Quienes mejor se deslizan en ese terreno de juegos e improvisaciones son Maya Rudolph y Paula Pell. Mientras Tina Fey y Amy Poehler se concentran en un único tic de cada uno de sus personajes (la ermitaña, la obsesiva), Rudolph consigue frescura donde el guion se hace rígido. Sus expresiones siempre tienen algo nuevo, algún hallazgo divertido: la trunca versión de "Eternal Flame" sobre el piano o la gorra de baño en el despertar con resaca de una noche agitada. Y Paula Pell administra sus chistes con inteligencia, dando vida a un guion perezoso allí donde la necesitaba.
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