Netflix: en El estafador de Tinder, la opulencia, el interés y los engaños se tornan completamente irresistibles
El film true crime del que todos hablan está basado en los delitos que cometió el israelí Simon Leviev a través de una app de citas
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El estafador de Tinder (The Tinder Swindler / Reino Unido, 2021). Dirección: Felicity Morris. Montaje: Julian Hart. Música: Jessica Jones. Entrevistas: Cecilie Fjellhøy, Pernilla Sjöholm, Ayleen Charlotte, Erlend Ofte Arntsen, Natalie Remøe Hansen. Duración: 114 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
Para Cecilie Fjellhøy, la búsqueda de un “match” en la aplicación de citas Tinder supone el comienzo de un nuevo un cuento de hadas. El CEO de una empresa de comercio de diamantes, fotos con amigos en Instagram, citas en hoteles de lujo, viajes en aviones privados y cenas en restaurantes exclusivos son los ingredientes perfectos para enamorarse. El imaginario nace de una combinación entre el sueño de Disney y la propia tentación de una aventura en la que el engaño siempre forma parte del contrato. De hecho, la misma Cecilie pone en escena su propio perfil: lo que muestro es aquello a lo que aspiro. De esa manera se inicia El estafador de Tinder, el documental de Netflix que sigue la historia de Simon Leviev, un israelí que vende su vida extraordinaria como anzuelo para aquellas mujeres que la codician, una estafa emocional y monetaria que sigue los pasos de viejos trucos de feria aggionardos con el savoir faire de las redes sociales y la vida contemporánea.
El modelo es la narrativa del true crime, pero la directora Felicity Morris expande el relato hacia diversos géneros: la comedia romántica cuando Cecilie cuenta el primer encuentro con Simon, el viaje en un jet privado a Bulgaria, la cita a Los caballeros las prefieren rubias; el policial cuando surgen los primeros signos de alarma, golpes y amenazas de supuestos enemigos, pedidos de dinero; el melodrama cuando las lágrimas combinan la desilusión con el anhelo de una furiosa venganza. Morris prescinde de numerosas dramatizaciones -un tópico ya gastado del true crime- y se concentra en la potencia de las entrevistas a tres personajes: la más importante es Cecilie, una ejecutiva noruega que vive en Londres; la segunda es Pernilla Sjöholm, una joven sueca, y la última, Ayleen Charlotte, una vendedora de ropa de diseño. Las tres voces se escalonan a medida que la figura de Simon se comprime como misterio, escondido en sus elusivas identidades, su estilo extravagante de vida y los resortes de su engaño que pendulan entre el carisma y la perfecta comprensión del mundo en el que se mueve.
Y acá aparece una de las aristas interesantes de la película, que consiste en cómo presentar al villano, cómo enlazar su perfil con su accionar, cómo entender el efecto que despliega sobre sus víctimas. En las narrativas de true crime, sobre todo cuando el epicentro es un brutal asesinato -o una serie de asesinatos en caso de abordar criminales seriales-, siempre hay algo de fascinación por lo inexplicable, por el límite mismo en el que la razón no puede dar cuenta de un hecho aberrante. Las víctimas allí padecen horrores, entonces el punto de entrada siempre arrastra al espectador a seguir los pasos de alguien que, en el fondo, nunca va a comprender. Algo que Mindhunter, la serie de David Fincher, entendió a la perfección y lo convirtió en el corazón de su ficción.
Pero en estas historias que involucran estafas, sobre todo aquellas que anudan emociones y dinero, las series o películas encuentran el equilibrio en esa tensión entre la empatía con la víctima y la intriga por la habilidad de quien resulta, en última instancia, un ladrón de guante blanco. Algo similar a lo que ocurre en los espectaculares robos bancarios, eso sí, sin el golpe al sistema sino el explícito engaño a quien cree en ese romance de yates y diamantes. Porque lo más interesante de los testimonios de las damnificadas –sobre todo de las dos primeras, en el caso de Ayleen su personaje resulta quizá la mejor vuelta de tuerca- es cómo la confianza en la fachada de Simon responde siempre a un interés subyacente en la búsqueda del amor o la amistad: el dinero que conlleva su representación. Las cenas opulentas, los viajes en avión, los ramos de flores, el Rolls Royce son los escalones del enamoramiento o del compromiso afectivo que asciende vertiginosamente hasta su inevitable explosión. Por ello a medida que avanza el engaño, Simon ya no parece esforzarse en su método: repite latiguillos como “enemigos”, despliega frases edulcoradas y espera la caída de la presa con la perfecta paciencia del cazador.
Lo que revela también el documental, cuyo punto de partida fue una nota periodística en el diario noruego VG que puso el asunto en el ojo público antes que en el dominio de la justicia, es el poder que supone hoy el mundo virtual. Las redes sociales pueden construir una vida falsa. Google, WhatsApp, Instagram son caminos que edifican una identidad que se confirma a sí misma en ese bucle infinito de impostura. De hecho para Cecilie, Tinder no se mancha. Sin embargo, el mejor ejemplo es el propio Simon: tras las infinitas capas que forjan su creación no hay más que la defensa de esa mentira hasta las últimas consecuencias. Después de todo, él mismo es su principal feligrés.
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