Netflix: Coffee & Kareem propone acción y humor procaz en las calles de Detroit
Coffee & Kareem (EE. UU./2020). Dirección: Michael Dowse. Guion: Shane Mack. Elenco: Ed Helms, Terrence Little Gardenhigh, Taraji P. Henson, Betty Gilpin. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena
Desde The Office seguimos a Ed Helms como uno de los comediantes más dotados y talentosos de su generación. Su talento para permanecer impávido y convencido de lo que hace en medio de las situaciones más estrafalarias y ridículas quedó bien a la vista en la trilogía de ¿Qué pasó ayer? Esa imagen de hombre común que a pura torpeza persiste contra viento y marea en su ineptitud se traslada al policía que interpreta en Coffee & Kareem, mezcla de comedia y film policial irreverente al máximo, en palabras y en situaciones. Si hay algo que sobra aquí es vulgaridad, pero también una idea clara del eje que ocupa la comedia en un escenario de estas características: en medio de una avalancha de palabrotas, francas alusiones sexuales, referencias escatológicas y más de una insinuación homofóbica, cada personaje lleva al límite su identidad. A partir de esta premisa, algunas escenas resultan francamente graciosas y funcionan a la vez casi como un ensayo de los límites a los que puede llegar la comedia en estas condiciones.
Coffee & Kareem es ante todo una buddy movie. En una historia que involucra a narcotraficantes y policías corruptos, un oficial incompetente (Helms, en su salsa) tiene un romance con una madre soltera (Taraji P. Henson, con cuentagotas de su talento). El hijo de ésta (el sorprendente Gardenhigh), un chico de 12 años procaz y malhablado, no sabe cómo sacárselo de encima, hasta que las vueltas del relato lo obliga a colaborar con él. Como ocurría en ¿Qué pasó ayer? la gracia no está en el remate de cada escena, sino aparece en el medio de ellas, y siempre de manera inesperada. El clímax, con una desatada y extraordinaria Betty Gilpin (GLOW) robándose cada momento, es un ejemplo de lo que toda esta película muestra: gracia genuina (aunque con algunos vaivenes de ritmo e intensidad), libertad para jugar con todas las incorrecciones políticas imaginables y unos cuantos excesos que una cantidad de público nada desdeñable rechaza desde el vamos. La película está filmada en Vancouver, pero ambientada en Detroit, una urbe marcada por la marginalidad, la miseria y el abandono. Se entiende que ese lugar aparezca hoy como uno de los epicentros de la extensión del coronavirus en Estados Unidos.
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