Netflix: Amor y monstruos, una película en la que la literalidad siempre es más fuerte
El film de ciencia ficción, orientado a un público preadolescente, parte de una idea que podría ser interesante pero cae rápidamente en la pereza
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Amor y monstruos (Love And Monsters, EE. UU./2020). Dirección: Michael Matthews. Guion: Cory Miller. Fotografía: Lachlan Milne. Música: Marco Beltrami y Marcus Trumpp. Edición: Debbie Berman y Nancy Richardson. Elenco: Dylan O’Brien, Jessica Henwick, Michael Rooker, Ariana Greenblatt y Dan Ewing. Duración: 110 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
No se sabe muy bien en qué año estamos pero no falta mucho. La amenaza de un asteroide rumbo a la Tierra hizo que las grandes potencias lanzaran sus misiles para destruirlo, y la consecuencia de tal acción fue una lluvia radioactiva que volvió mutantes a todo tipo de insectos y animales. Así, el 95 por ciento de la humanidad fue aniquilada, y los sobrevivientes se escondieron en bunkers, donde se rearmaron en pequeños grupos para sobrevivir bajo tierra.
Esta historia, relatada a partir de dibujos y la voz en off del protagonista, es el punto de partida de Amor y monstruos, una propuesta que ya desde su título se ufana de una literalidad que se perpetúa tanto en su desarrollo como en sus intenciones.
La película de Michael Matthews sigue los pasos del antihéroe Joel Dawson (Dylan O’Brien), un joven cuyo rol en su colonia subterránea se limita a la de ser el cocinero del grupo o entablar diálogo con una vaca, mientras sus compañeros se encargan de tareas más pesadas de supervivencia, como salir a la superficie a cazar o mantener a salvo al resto de los bichos gigantes que periódicamente atacan.
Joel vive deprimido, no solo por la situación sino porque siete años antes, justo cuando empezó la crisis, le declaraba su amor a Aimee (Jessica Henwick). Separados desde entonces, ella comanda otro búnker a 135 kilómetros de su ubicación, y sus comunicaciones son pocas y breves a través de radiofrecuencia.
Cansado de esta situación, el chico decide sacar pecho, salir a la superficie y caminar solito la distancia que lo separa de su amada, enfrentándose de paso a cuanto bicho se le aparezca. O sea: “Amor y monstruos”, ¿clarito no?
En el trayecto se encuentra con un perro que es más inteligente que él, con una nena de ocho años que es más inteligente que él, con un veterano aventurero que es más inteligente que él, con un robot que es más inteligente que él; y por supuesto, con todo tipo de alimañas gigantes y peligrosas que son más inteligentes que él. Sin embargo, como el amor es más fuerte, nada lo detendrá hasta cumplir su objetivo.
El problema de esta película no es la excesiva acumulación de lugares comunes, sino la pereza general que la rodea. No se advierte ni en el guion ni en la realización voluntad de convertir una historia ya vista en algo diferente. Incluso cuando es entendible que, siendo un producto orientado a un público preadolescente, no se permita truculencias mayores en línea con el contexto apocalíptico, las fallas se profundizan con el devenir de la trama. Es decir, comienza con el suspenso de Alien y termina pareciéndose a una comedia de Ben Stiller y Owen Wilson.
Los personajes buenos, malos o más o menos van y vienen sin pena, gloria o motivación. Con respecto a las actuaciones, Dylan O’Brien hace lo que puede, aunque su Joel está muy lejos de su interpretación en, por ejemplo, la saga de The Maze Runner. Nadie más del elenco está el suficiente tiempo en pantalla como para quedar en la memoria. Curiosamente no es una persona sino un robot quien junto al protagonista compone el momento más emotivo del film. Así son las cosas.
Nominada al Oscar por sus efectos visuales, como nota curiosa de Amor y monstruos (rodada en 2019) llama la atención su discurso sobre “un nuevo mundo” y el mensaje de “salir a la superficie” porque “esconderse bajo tierra ya no es la respuesta”. Frases que aggiornadas a estos tiempos de pandemia adquieren un significado completamente diferente.
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