Netflix: la adaptación de Legado en los huesos está llena de problemas
Legado en los huesos (España/2019). Dirección: Fernando González Molina. Guion: Luiso Berdejo. Fotografía: Xavi Giménez. Música: Fernando Velázquez. Edición: Verónica Callón. Elenco: Marta Etura, Carlos Librado "Nene", Leonardo Sbaraglia, Imanol Arias, Francesc Orella, Benn Northover, Iziar Aizpuru. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
Legado en los huesos es la adaptación al cine del segundo libro de la Trilogía del Baztán, exitosa obra literaria en clave de novela negra que lleva la firma de la escritora vasca Dolores Redondo. La película inspirada en el primer volumen, El guardián invisible (2017) también puede verse en Netflix. Y la culminación, Ofrenda a la tormenta, aguarda su estreno para algún momento de este año.
Realizadas por el mismo equipo artístico, técnico y actoral, estas tres producciones forman a primera vista un hilo tan compacto que un acercamiento a Legado en los huesos sin haber visto el largometraje previo puede dejarle al espectador más de una duda. Hay varios sobreentendidos y cosas que se dan por sentadas, como si se pensara de antemano que el único público posible para esta obra es el que está familiarizado con la totalidad de la historia.
Ese supuesto se conecta con otro: la fidelidad casi absoluta a las novelas originales. Hay muchos ejemplos recientes de adaptaciones al cine de novelas policiales demasiado marcadas por la hechura literaria, como si la película fuese una suerte de versión ilustrada y puesta en movimiento del libro. Aquí también entra en juego otro hecho bastante habitual: el férreo control de la adaptación por parte del autor. Suele creerse que una de las garantías del éxito en estos casos es el parecido entre la novela y la película. Caminar sobre seguro.
De tales premisas se desprenden resultados que no siempre son los esperados. Y algunos quedan bien a la vista aquí. Por ejemplo, los diálogos entre el personaje central, la inspectora Amaia Salazar (Marta Etura), y sus subordinados. Toda una demostración del método deductivo que en el lenguaje escrito de una novela puede funcionar y que en una película, aplicado literalmente, logra el efecto inverso.
Todo se trata de disimular con una prolijidad extrema y un cuidado formal que afecta inclusive a los momentos más escabrosos de la trama. No hay nada que estremezca o conmueva demasiado, por más que veamos a varios personajes, con la inspectora a la cabeza, atravesando complicadísimas situaciones personales que los comprometen al máximo. El más importante es el tema de la maternidad, clave en una historia que mezcla la atribulada historia familiar de la protagonista con ancestrales rituales de brujería, una serie de asesinatos en serie y los cruces entre la Iglesia y ciertas tradiciones esotéricas.
La película está armada con oficio y profesionalismo y saca el máximo provecho de la ambientación natural del valle del Baztán, un bellísimo enclave de la región navarra. Pero el apego a la novela provoca un distanciamiento emocional que lleva a mirar de lejos y con bastante frialdad la evolución de un relato que todo el tiempo parece pedirle al espectador un mayor compromiso. Poco y nada de eso ocurre cuando la densidad de una novela extensa se impone únicamente desde su pesadez al dinamismo del thriller. En medio de un confiable elenco, Leonardo Sbaraglia pasa bastante inadvertido como un juez atraído por la inspectora, hasta que el afiche de Ofrenda a la tormenta nos sugiere que en el cierre de la trilogía su personaje tendrá una dimensión mucho mayor.
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