Netflix: Aaron Sorkin vuelve a la política a través de un juicio increíble
"La Convención Demócrata está por empezar en un estado policial. No hay otra manera de describirlo". Desde el archivo de las imágenes, la voz precisa y llena de autoridad de Walter Cronkite, el maestro indiscutido de los presentadores de los noticieros de TV en los Estados Unidos, lo dice todo con la admirable economía de palabras que siempre lo identificó.
Cronkite cierra la frase con un gesto apesadumbrado. Baja la cabeza, ya no queda más nada por decir. O tal vez, en silencio, nos invita a pensar en el significado de algo por ahora imposible de entender. Cómo un hecho que forma parte de la identidad esencial de la política estadounidense (la convención de la que surgirá un candidato presidencial), y que por definición debería resultar siempre transparente y pacífico, puede convertirse en un polvorín. ¿Cómo se llegó a eso?
Ese pequeño gran momento aparece al comienzo de El juicio de los 7 de Chicago (The Trial of the Chicago 7), uno de los estrenos de Netflix más esperados del año (estará disponible en la plataforma a partir del viernes 16) por más de una razón. En primer lugar, se trata de la segunda película como director de Aaron Sorkin, el notable guionista creador de The West Wing y The Newsroom, y autor de películas como Cuestión de honor, La red social, Jobs y Apuesta maestra, que es además su ópera prima.
Desde sus extensos y filosos guiones, caracterizados todo el tiempo por gente que habla mucho y lo hace siempre en movimiento, Sorkin se ganó un lugar de privilegio y de reconocimiento general como un experto en diseccionar a través del cine y la televisión algunos de los grandes interrogantes de la política estadounidense. Desde ese lugar también se dedica con esmero y una pasión que suele (según confiesa) llevarlo al agotamiento a preguntarse quiénes en definitiva son los héroes y quiénes los villanos en el gigantesco drama en el que se justamente convirtió la vida política de Estados Unidos.
La obsesión de Sorkin parece haber encontrado como nunca un vehículo expresivo en su nueva película, si consideramos que las vísperas de la crucial elección que encaminará al republicano Donald Trump hacia un segundo mandato o terminará devolviéndole el poder a los demócratas a través de su candidato Joe Biden funcionan como el momento ideal para presentar la historia a punto de ser estrenada por Netflix.
Aquella convención de fines de agosto de 1968 se vivió bajo una atmósfera al rojo vivo que no tardó en estallar a través de la violencia y una serie de inéditos enfrentamientos en las calles de Chicago entre manifestantes y policías, uno de los cuales quedó inmortalizado como la "batalla del parque Grant", mientras los demócratas nominaban al vicepresidente de Lyndon Johnson Hubert Humphrey para enfrentar al republicano Richard Nixon.
Detrás de las protestas se habían acumulado sobradas razones de peso: el rechazo al reclutamiento forzoso de los jóvenes estadounidenses para combatir en Vietnam, la lucha por los derechos civiles a partir de situaciones de segregación racial que en algunos estados alcanzaron extremos inconcebibles, los sucesivos asesinatos (con una diferencia entre ambos de apenas dos meses) de Martin Luther King y Robert Kennedy.
Siete de los más activos promotores de las protestas terminaron bajo proceso, acusados de incitación a la violencia y al vandalismo. El juicio resultó tan resonante como los hechos que lo precipitaron, marchas y manifestaciones de protesta de las que participaron organizaciones como los activistas universitarios de izquierda Students for a Democratic Society, los hippies del Youth International Party, los pacifistas de Mobe (Mobilization to End the War in Vietnam) y los Panteras Negras, el grupo radicalizado de los activistas de raza negra.
Algunos de sus representantes son los protagonistas de la película. Eddie Redmayne encarrna a Tom Hayden, líder estudiantil y futuro congresista y esposo de Jane Fonda; Sacha Baron Cohen y Jeremy Strong (el Kendall Roy de Succession) son, respectivamente, Abbie Hoffman y Jeremy Rubin, conductores del movimiento hippie; John Carroll Lynch representa a los pacifistas anti-Vietnam, y Yahya Abdul-Mateen II (Watchmen, The Get Down) interpreta a Bobby Seale, cofundador del Partido de los Panteras Negras.
En ese complejo, delicado y apasionante cuadro político y social eligió plantarse Sorkin para llevar adelante su nueva película. Un proyecto que tiene hoy asombrosas conexiones con la actualidad, pero cuyo origen se remonta a 2006. Ese año se filmó Juego de poder, una sátira política escrita por Sorkin, dirigida por Mike Nichols e interpretada por Tom Hanks y Julia Roberts sobre la vida del representante demócrata Charlie Wilson, que utilizó las influencias de su banca en el Congreso para desviar en los años 80 unos 1000 millones de dólares y entregarlos a los rebeldes afganos que combatían la invasión soviética en Afganistán.
Luego del estreno, Sorkin se reunió con Steven Spielberg, quien le comentó su intención de hacer una película sobre el juicio de los 7 de Chicago para DreamWorks y quería sumarlo. Sorkin le dijo que sí con dos actitudes muy propias de los personajes de sus obras: tomó una decisión audaz y fue para adelante sin calcular efectos o consecuencias. "Cuando salí de la casa de Steven llamé a mi padre para que me cuente qué había pasado, porque no sabía nada de esos hechos. Dije que sí porque era Spielberg y él me dijo que en la historia había un juicio, así que pensé que eso era suficiente", reconoció en una conferencia virtual que ofreció durante el reciente Festival de San Sebastián.
El proyecto quedó en la nada, aunque DreamWorks siempre conservó los derechos, y desde ese momento pasó por varias manos. Paul Greengrass y Ben Stiller se interesaron sucesivamente en hacer la película y Sorkin pensó varias veces (lo dijo en público, además) en convertir esa historia en una pieza teatral. Hasta que ocurrieron dos cosas. Primero, Spielberg se convenció después de ver Apuesta maestra de que Sorkin podía dirigirla. Segundo, Trump se convirtió en presidente.
"La película volvió a ser relevante porque la policía comenzó a golpear de nuevo a los manifestantes que estaban en contra de algunas de sus políticas. Pero en ese momento no tenía idea de la importancia que tendría la muerte de George Floyd y de otros activistas", agregó Sorkin en esa charla organizada en San Sebastián.
Además de los incontrastables vínculos entre aquéllos episodios y la realidad que vive hoy Estados Unidos en otra instancia preelectoral, el otro imán de la historia para Sorkin era la posibilidad de volver a recrear en palabras y en imágenes su escenario predilecto, el de un juicio. El drama judicial, esa instancia sobre la que reflexiona desde que escribió la extraordinaria Cuestión de honor (A Few Good Men) en 1992.
Sin decirlo expresamente, Sorkin sugirió que ese regreso a su "zona de confort" le permitió sobrellevar un desafío que nunca había afrontado hasta ahora: filmar escenas de acción y reflejar en movimiento la agitación de una serie de protestas que salieron rápidamente de control. "En un momento de Cuestión de honor Tom Cruise conduce su auto, se detiene en un quiosco, compra un ejemplar de Sports Illustrated, regresa al auto y se aleja. Esa fue mi única escena de acción hasta ahora. Me gusta comprimir el tiempo y el espacio. Cuando traes a casa un nuevo cachorro, te dicen que deberías conseguir una caja que sea lo suficientemente grande para que pueda darse la vuelta. Les da una sensación de seguridad. si tienen demasiado espacio, se asustan. Cuando escribo, soy así. Por eso me gustan las películas de los tribunales. No hace falta salir", reconoció en una entrevista con el mensuario Esquire.
La llegada de esta película parece anticipar también el regreso de otro de los temas favoritos de Sorkin, la tensión entre lo que la política debería ser y aquello que la política al fin y al cabo es en la realidad. Los hechos ocurridos en Chicago en 1968 se salieron completamente del molde, estallaron en medio de un caos y provocaron un juicio de seis meses durante los cuales, según propia confesión del guionista y director, quedó demostrado que ni el juez encargado del proceso (Julius Hoffman, personificado en la película por Frank Langella) ni algunos de los acusados lograban mantener todo el tiempo su razonabilidad.
Del otro lado está la política deseable, la que siempre encarnó el presidente ideal concebido por Sorkin en The West Wing. Se llama Jed Bartlett y fue personificado por Martin Sheen en una de las grandes series políticas de toda la historia, que está a punto de celebrar su regreso por una noche con propósitos benéficos en medio de la pandemia. Con Sorkin como uno de los productores ejecutivos, el acontecimiento ya fue grabado bajo todos los protocolos sanitarios y será emitido esta noche por la plataforma HBO Max en los Estados Unidos.
Allí, todo el elenco principal de la serie, con Sheen a la cabeza, retomará por un rato esa identidad con la compañía de políticos de verdad: el ex presidente Bill Clinton y la ex primera dama Michelle Obama. El destinatario de este regreso es la ONG When We All Vote, que tiene como objetivo elevar el interés y la participación de los estadounidenses en el ejercicio del voto para las elecciones presidenciales. Obama se unió a Tom Hanks, Lin-Manuel Miranda, Janélle Monae y otros famosos para la creación de esta entidad en 2018.
Este año no hubo incidentes en la Convención Demócrata. Pero Estados Unidos atravesó el último tiempo en un estado de extrema tensión, con permanente presencia de manifestantes en la calle, tensión racial en varias ciudades, víctimas de la violencia como George Floyd y una situación de creciente beligerancia verbal que quedó a la vista en el primer debate televisado Trump-Biden.
En ese contexto llega El juicio de los 7 de Chicago y Sorkin se prepara para las inevitables repercusiones políticas de su nueva película. No está dispuesto a evitarlas. También él aguarda con expectativa las cruciales elecciones presidenciales del martes 3 de noviembre. "Si no fuera por estas elecciones –confesó hace poco–, no podría levantarme por la mañana".
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