Bafici 2017: "Soy de otra época y quiero seguir viviendo de la misma forma", dice Nanni Moretti, estrella del festival
El gran director italiano llegó por primera vez a Buenos Aires como invitado de honor del encuentro cinéfilo, que revisa toda su filmografía
Nanni Moretti está cansado. Las huellas del jet lag aparecen en las líneas del rostro y en la carraspera inconfundible de su voz, más profunda de lo habitual. En medio de una respuesta desliza sin disimulo una queja. "Ho molto sonno" (tengo mucho sueño), declara sin vueltas. No sorprende, a la vez, que esa condición de hombre de otro tiempo de la que se jactará en el final de la charla con LA NACION también quede a la vista en algunos reclamos precisos durante el comienzo de su primera visita a Buenos Aires como invitado de honor del Bafici 2017. Le molestan mucho las informalidades, que no se cumplan los horarios pactados con los organizadores, que en el lugar asignado para el encuentro con los medios no disponga de una botella de agua. Cuando aparece el preciado líquido, lo celebra como si Italia hubiese convertido un gol en la final del Mundial. Pero el grito tiene más de reproche irónico que de alegría. Al mismo tiempo, Moretti es extremadamente cortés, respetuoso y atento con su interlocutor. Cuida cada respuesta, procura ser reflexivo y si no tiene nada que decir lo deja bien claro con alguna respuesta escueta. Ayer compartió un diálogo público con Javier Porta Fouz, director del Bafici, y hoy se proyectarán dos de sus grandes obras filmadas en tiempos muy diferentes. Palombella rossa (1989), a las 19.45, en el Gaumont, y La habitación del hijo (2001), a las 17, en el Malba (el resto de la programación puede verse aquí). Cuenta que hace poco participó de la presentación de la copia restaurada de Palombella rossa en Italia. "Quedé muy impresionado. Es que no me parece que haya pasado tanto tiempo desde que hice esa película", confiesa en un rincón del hotel de Recoleta en el que se aloja.
-¿Cómo reacciona cuando algún fan de sus películas se le acerca y quiere compartir con usted frases, momentos, citas o referencias de algún personaje?
-Suele pasarme. Los muchachos se acercan, me sonríen y repiten de memoria algunos diálogos. Lo agradezco, pero en verdad no lo entiendo. A veces no me doy cuenta de que están citando alguna de mis obras porque no las recuerdo como ellos.
-¿Se reconoce como un artista influyente?
-No lo sé. Hace poco estuve en un debate con motivo de la aparición de una copia restaurada de Palombella rossa en Italia y varios se me acercaron para decirme: "Mientras crecí mis padres me alimentaron a pan y Moretti". No estoy seguro de haber ejercido influencia en los directores, pero estoy seguro de que algo de lo que hice quedó en la memoria de muchos espectadores.
-Esas personas le dijeron que su cine fue como un alimento. ¿Cómo lo definiría?
-Como una torta con muchos ingredientes y varias capas. Una película no es una operación aritmética. Cada uno la ve, la lee y la absorbe como quiere.
-¿De qué manera cree que sus películas lograron resistir el paso del tiempo?
-Lo que pasó con ellas de ayer a hoy, si perduraron o no, deben decirlo los demás. No me corresponde hacerlo. En lo que a mí respecta, luego de 40 años de carrera no soy la misma persona. He cambiado, como le ocurre a cualquiera. Pero también mis personajes han cambiado, porque no soy el mismo de aquel tiempo. Ojo, me refiero a lo poco que puede cambiar una persona entre los tres y los 90 años. Más que un crecimiento profesional como cineasta, si se observa algún cambio o, mejor dicho, alguna evolución en mis películas, es porque cambié yo mismo. Primero viene lo humano y después lo profesional. Eso poco que he cambiado me llevó a modificar el perfil de los personajes que escribo, dirijo e interpreto.
-Podría decirse entonces que su filmografía es el relato de su propia vida.
-Podría verse así. Pero no al detalle, por supuesto.
-¿Se animaría a definirse como artista?
-Diría que mi obra fílmica consiste en narrar varios capítulos sucesivos de una sola y única novela, incluso en aquellas ocasiones en las que mis películas no son estrictamente autobiográficas. Cada una de ellas cuenta los sentimientos que tuve en cada momento de mi vida a partir de la relación con la sociedad y con mis semejantes. Al mismo tiempo, como espectador y director, estoy muy conectado con la experiencia del cine de autor de los años 60 en Italia y en Europa. Los primeros films de Bellocchio, Bertolucci, Pasolini, Ferreri, Olmi, los Taviani, el free cinema inglés, Polanski, Skolimowski. Esos años fueron muy fértiles y fecundos. Estoy muy conectado con ese cine de autor.
-Muchos de ellos, como usted, siguen activos. ¿Continúa identificado con esa tradición o hay algo actual que lo atraiga de igual modo?
-Creo que hay lugar para todos. Para los clásicos y los nuevos directores. En Italia aparecieron directores muy interesantes, como Alicia Rohrwacher y Leonardo Di Costanzo. Pero lo importante es que aparezcan también nuevos guionistas y productores. El director no es el único artífice de una película.
-¿Hay algún momento o escena de sus películas que podría sintetizar su obra?
-No lo sé. No quiero hacer preferencias ni equivocarme eligiendo una película en detrimento de las otras. Hay un hilo visible entre todas. Lo importante es definir un camino y seguirlo con perseverancia. Mejor todavía si se hace junto al público que sigue mis películas año tras año, década tras década.
-¿Hubiese sido distinto hacer Habemus Papam después de la elección de un pontífice argentino?
-La película fue hecha algunos años antes de la renuncia del papa Ratzinger. El discurso final de Michel Piccoli como el cardenal Melville permite recordar aquella dimisión de Benedicto XVI y también algunos discursos de Francisco. Por lo tanto, sin quererlo, he hecho una mixtura entre ambos papas. Uno que renuncia y otro que llega con una fuerte voluntad de cambio. Melville expresa las dos cosas.
-Viviendo en Italia, ¿cree que esa voluntad de cambio se expresa en los hechos?
-Creo que sí. En el interior del Vaticano hay mucha resistencia de algunas personas de mentalidad conservadora. Pero en mi opinión Francisco es un hombre decidido, de gran fuerza y con gran coraje.
-¿Cuál es su vínculo con las redes sociales?
-Nulo. Me reconozco como una persona tecnológicamente ignorante. Soy de otra época y quiero seguir viviendo de la misma forma. Como lo hacía antes.
-Hoy la televisión convoca a muchos autores prestigiosos del cine. ¿Lo atrae esa posibilidad?
-¿Por qué no? La única diferencia con el cine pasa por los tiempos. En TV todo es más frenético, sobre todo en lo que respecta a los tiempos de rodaje. Yo soy una persona más bien lenta, que se toma todo su tiempo para filmar. La televisión me interesa, pero maneja tiempos demasiado veloces para lo que estoy acostumbrado.
-Mirando hacia atrás, en medio de un reconocimiento completo a su obra, ¿cómo se ve? ¿Conserva ese fuego sagrado que tiene todo director que empieza su carrera?
-Respecto de 40 años atrás siguen intactas de mi parte las ganas de contar historias a través del cine. Y también la curiosidad de ver las películas de otros. Si no me engaño a mí mismo, mantengo como director y como espectador la misma actitud de cuatro décadas atrás.
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