Murió Sidney Poitier, la primera estrella negra de Hollywood y un pionero en la lucha por la diversidad
En 1963 se convirtió en el primer actor afroamericano de la historia en ganar un Oscar, por Una voz en las sombras; también fue director y permanente activista en las acciones por los derechos civiles
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Detrás de todas las acciones en favor de la diversidad y la inclusión de minorías étnicas y raciales en el cine de Hollywood siempre estuvo presente la figura pionera de Sidney Poitier, que murió este viernes, a los 94 años. La noticia del fallecimiento de la primera auténtica estrella de origen afroamericano que tuvo la pantalla grande llegó desde el Ministerio de Relaciones Exteriores de Bahamas, el archipiélago del Caribe en el que Poitier pasó su infancia.
Esa primera etapa de su vida estuvo completamente marcada por la pobreza. Su familia trataba de ganarse el pan cosechando tomates y el pequeño Sidney debió dejar muy temprano la escuela (sólo tuvo educación formal hasta los 13 años) para sumarse al trabajo. Cuando llegó a la adolescencia regresó a Miami, su ciudad natal (allí nació el 20 de febrero de 1994), y tuvo varios trabajos ocasionales previos a su incorporación al Ejército.
La primera llamada artística la recibió en Nueva York, cuando decidió sumarse como estudiante al American Negro Theater, un grupo teatral comunitario desde el cual hizo su debut en Broadway, en 1946. Allí también nació una amistad de toda la vida con su contemporáneo Harry Belafonte, con quien se graduó al mismo tiempo. Arribó al cine en 1950 y su primer papel fue toda una revelación. En El odio es ciego, de Joseph L. Mankiewicz, interpretó allí a un médico residente enfrentado a un racista convencido (Richard Widmark) que llega al hospital tras recibir un disparo. La vida del personaje blanco dependerá de las manos del médico negro, toda una señal de los tiempos que llegarían más tarde. A Poitier le tocaría desde ese momento levantar desde el cine la bandera de las reivindicaciones de su raza, marginada y segregada también en ese mundo.
Sin esa tarea precursora el cine no tendría hoy entre sus figuras más populares nombres tan reconocidos como Denzel Washington, Will Smith, Samuel L. Jackson, Morgan Freeman y muchos más. Todos ellos le reconocerán siempre a Poitier haber inaugurado un camino que en los comienzos se le hizo muy arduo. No es difícil notarlo: en cualquiera de las grandes figuras afroamericanas del cine de hoy aparecen rastros, detalles e indicios de ese carisma inconfundible que identificaba cada aparición de Poitier en la pantalla.
“Sidney siempre fue una persona responsable, profesional, bien preparado, puntual, accesible y de mente muy abierta. Como actor siempre se mostró atento a todas las necesidades de la obra, con un comportamiento muy equilibrado”, recuerda Peter Bogdanovich en el capítulo dedicado a Poitier de su libro de conversaciones con grandes actores estadounidenses, Who The Hell’s in It. El director fallecido en la víspera llegó a dirigirlo en 1984, cuando le tocó filmar la secuela para televisión de uno de sus grandes éxitos cinematográficos, Al maestro con cariño.
Bogdanovich subraya también allí otra de las grandes características de Poitier, su extraordinaria apostura física: “Lo que siempre pensé durante el rodaje fue lo enormemente atractivo que era. Tenía 71 años, pero con la apariencia de un hombre de 50. Cuando tenía que correr a través de un pasillo parecía una persona con la mitad de su edad real”. Solo alguien con una gran disciplina mental y física pudo afrontar los retos y desafíos de una carrera en la que parecía en un momento solo contra el mundo. Atribuía su fortaleza a una dieta muy cuidadosa (por lo general vegetariana) y a las clases de yoga que tomaba con regularidad.
El camino de Poitier hacia el estrellato fue rápido y lleno de momentos muy elocuentes. Tuvo un papel clave en una historia sobre los años previos a la llegada del apartheid sudafricano en Los desheredados (1951), encarnó a un estudiante rebelde en Semilla de maldad (1955) y llegó a ser el hijo ilegítimo de Clark Gable (todo un modelo del cine estadounidense tradicional) en Mi pecado fue nacer (1957).
Su primera nominación al Oscar le llegó al año siguiente gracias a Fuga en cadenas, una película que aludía como pocas en su tiempo a los problemas raciales de la sociedad estadounidense. La imagen de Poitier y de Tony Curtis marcó esa época de Hollywood y todavía ejerce una poderosa atracción. Los vemos huir de la cárcel esposados y, por lo tanto, obligados a permanecer como fugitivos en esa condición, unidos a la fuerza. Era la primera vez en la historia de la Academia de Hollywood que un actor no blanco alcanzaba una nominación.
El premio no tardó en llegar. Lo obtuvo como actor protagónico en 1963 por Una voz en las sombras (Lilies of the Field), exitoso cierre de una etapa de varias apariciones destacadas, entre ellas el papel central de la adaptación al cine del musical Porgy and Bess, de George Gershwin, dirigida por Otto Preminger. En esa película, Poitier y Dorothy Dandridge (otra gran estrella afroamericana de trágico y prematuro final) son doblados por otras voces en los tramos cantados.
Pero lo mejor estaría por llegar poco después. Tres de los mejores personajes de toda la carrera de Poitier en el cine aparecieron en 1967: el docente londinense que se gana el afecto de sus estudiantes en Al maestro con cariño; el policía que choca todo el tiempo con un colega racista en Al calor de la noche, y, sobre todo, el joven pretendiente que logra cambiar los prejuicios de la familia de su novia blanca en ¿Sabes quién viene a cenar?, la última película que filmó Spencer Tracy. En la década siguiente, la vida real de Poitier seguiría a esa ficción: se casó con la actriz canadiense Joanna Shimkus (la gran protagonista femenina de Los aventureros y Alias Ho), con quien tuvo dos hijos. Antes había tenido cuatro más, fruto de su primer matrimonio. En ese tiempo también publicó una autobiografía, The Life.
Por propia voluntad o por razones circunstanciales, Poitier no quiso mantener ese ritmo de trabajo actoral ni perseverar en papeles que insistían en reflejar su compromiso activo y constante en favor de los derechos civiles. Prefirió dedicarse a la dirección e inclinarse en este terreno hacia la comedia con Richard Pryor y Bill Cosby como protagonistas de sus películas. Tuvo un fugaz regreso al cine a fines de la década del 80, con apariciones casi míticas en algunos populares thrillers de este tiempo: Héroes por azar, Espías sin rostro y El chacal.
También encontró espacio en las películas para TV en esa etapa final de su carrera. La más destacada fue Mandela y De Klerk (1997), en la que personifica al líder sudafricano cuando le toca acordar los términos del final del apartheid con el último presidente blanco de Sudáfrica, personificado allí por Michael Caine.
Pero la mayor recompensa de su carrera le llegó en 2002, cuando ya estaba casi retirado de la pantalla, consagrado más que nada a tareas filantrópicas y diplomáticas (llegó a ser embajador honorario de las Bahamas en Japón), aunque siempre cerca de la comunidad de Hollywood que siempre lo trató como un héroe.
Ese año recibió un Oscar honorario a la trayectoria en la misma noche en la que Denzel Washington y Halle Berry ganaron el premio como mejor actor y mejor actriz protagónica. Fue una ceremonia histórica. Ninguna otra figura afroamericana había recibido el Oscar en los 39 años previos. Washington hizo honor a ese legado al recibir el premio. “Siempre te perseguiré, Sidney. Siempre estaré detrás de tus pasos”, dijo frente a la mirada emocionada de su mentor.
La imagen de Poitier en ese momento es la que quedará para siempre grabada en la historia. En palabras de Bogdanovich, es la estampa de un hombre calmo, digno y estoico, plenamente satisfecho del deber cumplido y orgulloso de cada paso realizado en la vida. Y algo más: quien entra desde hoy en la historia es una figura que representa mucho más en la historia del cine que la simple suma de sus apariciones en la pantalla
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