Murió Ray Liotta, un actor enérgico, intenso y magnético, reconocido de inmediato por el público como uno de sus preferidos
El intérprete de Buenos muchachos, El campo de los sueños y Hannibal falleció a los 67 años mientras dormía en República Dominicana, donde se encontraba filmando una película
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Tanta energía entregada en cada nueva aparición y tanto apasionamiento puesto al servicio de cada nuevo personaje dejaron finalmente su huella. La repentina noticia de la muerte de Ray Liotta, que falleció a los 67 años en República Dominicana, activó en la memoria colectiva de inmediato el recuerdo muy presente de un rostro familiar, inconfundible. Tuvo un solo papel estelar que resultó inolvidable, el del gángster arrepentido que cuenta su historia en Buenos muchachos, uno de los retratos más profundos que el cine haya hecho sobre el mundo criminal y la psicología de quienes lo habitan, pero el reconocimiento hacia su figura va mucho más allá de esa colosal aparición, seguramente la mejor de toda su carrera.
Liotta hizo todo lo posible para que cada una de sus presencias, hasta la más pequeña, no pasara inadvertida. Tal vez por eso su inesperada muerte provocó tanta congoja. Era un veterano de mil rodajes, pero a la edad en que muchos de sus colegas parecen estar de vuelta de todo él estaba viviendo una suerte de resurgimiento actoral, con nuevas oportunidades de lucimiento y convocatorias constantes a nuevos proyectos de cine y televisión. De hecho, tendrá varias apariciones póstumas, como la de Black Bird, la serie policial que llegará a Apple TV+ a principios de julio, y Cocaine Bear, la nueva película como directora de la actriz Elizabeth Banks. También figurará en esa lista Dangerous Waters, el largometraje que estaba filmando en República Dominicana al momento de su muerte. La representante del actor, sin dar más detalles, informó que el deceso se produjo durante el sueño.
¿Por qué resulta tan fuerte la presencia de Liotta en nuestra memoria de espectadores? Porque el actor que acaba de dejarnos nunca dejó de transmitir, hasta con sus personajes de comportamiento más benévolo, una expresión de intensidad desbordante, exaltada, poderosa. Parecía moverse con mucha más comodidad del otro lado, en el universo de los villanos, a los que vestía con gestos casi salvajes, siempre amenazantes, a punto de estallar en un golpe u otro tipo de desahogo. Pero al mismo tiempo podía ser tierno, comprensivo y sensible, y hasta vestir en algunos casos a sus personajes de cierta elegancia.
Con el tiempo, además, su rostro fue adquiriendo otros matices. A comienzos de su carrera podía ser visto como un galán dispuesto siempre a atravesar el lado oscuro, pero con el transcurso de los años las características marcas de su cara se fueron haciendo cada vez más visibles. Aquel joven pintón de ojos claros que mezclaba a la perfección en sus gestos la herencia de una fascinante mezcla étnica (padre italiano, madre con raíces irlandesas y escocesas) fue adoptando en la madurez una pose cada vez más dura y áspera, tanto en la expresión como en la voz. Las cirugías faciales a las que se sometió no lo favorecieron, pero siempre conservó el poderoso magnetismo de su mirada.
Liotta siempre usó a su favor todos esos atributos naturales. “Tener granos y marcas en la cara fue una condición que me ayudó a conseguir ciertos papeles importantes -dijo una vez-. Muchos villanos parecen tener problemas con su piel. Y la verdad es que si alguien tiene un aspecto algo raro, quizás al mismo tiempo tenga más probabilidades de disimularlo y mostrarse como un modelo de belleza”.
Había nacido como Raymond Allen Liotta en Newark (Nueva Jersey) el 18 de diciembre de 1954. Después de estudiar en una pequeña ciudad suburbana de esa región se mudó a Miami, en cuya universidad empezó a estudiar actuación. Con la definitiva vocación ya asumida, decidió mudarse a Nueva York para iniciar allí, con una mezcla de trabajo intenso y buena fortuna, una carrera como actor de reparto en series de televisión. El paso decisivo de la primera etapa de su trayectoria tuvo que ver con su debut en el cine gracias a un papel que de inmediato llamó la tención, el de Ray Sinclair, el exmarido de Melanie Griffith en Something Wild. El comportamiento intenso y siempre desbordado, con estallidos de violencia, de ese personaje empezó a modelar la identidad de los personajes con los que siempre llegó a identificarse.
De a poco, ese perfil lo llevó a dejar atrás la estampa de galán que había marcado algunas de sus tempranas apariciones en telenovelas clásicas de la programación diurna de la TV estadounidense a comienzos de los años 80. “Jamás voy a ser como Brad Pitt. No tengo esa clase de atractivo. En el momento en que él se junta con alguna rubia preciosa, yo ya me quedé afuera. Y no lo digo como un juicio de valor, es parte del juego de este trabajo”, confesó en una oportunidad.
Así llegaron sus papeles más consagratorios. Primero encarnando a la versión fantasmagórica del famoso beisbolista Shoeless Joe Jackson que se le aparece a Kevin Costner en la magistral El campo de los sueños (1989) y después, un año más tarde, como Henry Hill, el gángster arrepentido que cuenta su vida criminal en Buenos muchachos, una de las películas más importantes de toda la carrera de Martin Scorsese. “No hay tantas películas que perduren y tengan ese poder de atracción y permanencia entre el público. Es algo muy poco común. Todo el tiempo se me acercan niños y adolescentes para preguntarme por Buenos muchachos. ¡Y me encanta!”, diría muchos años después.
Liotta nunca perdió el lugar de reconocimiento e identificación popular que caracteriza a las estrellas admiradas por el público. Pero los altibajos de su carrera no se correspondieron con las expectativas que se vislumbraban hacia el futuro en su caso a partir de Buenos muchachos. Lo que iba a ser el comienzo de una larga etapa en lo más alto se transformó en una situación excepcional. En esa larga etapa hubo unas cuantas malas elecciones y papeles olvidables, mezclados con alguna aparición muy destacada (fue brillante su aporte a Tierra de policías, de James Mangold).
Logró reivindicarse a partir de 2000 con algunas presencias muy destacadas. Sobre todo la que tuvo en Hannibal, secuela de El silencio de los inocentes, en la que protagonizó una escena memorable junto a Anthony Hopkins, que lo sometía a una sesión tan refinada como espeluznante de canibalismo. Quien haya visto a Liotta en esa película con la cabeza abierta nunca lo olvidará. “Todo parecía estar en su lugar en ese momento -recordaría tiempo después-. Conseguí el papel en Hannibal gracias que Ridley Scott y yo íbamos al mismo gimnasio”.
Después llegarían Blow, profesión de riesgo; Narc, calles peligrosas, Mátalos suavemente e Inmigrantes ilegales, apariciones que definirían su identidad de actor especializado en relatos policiales y de suspenso, ideales para aprovechar su intensa personalidad como actor. El gesto amenazante y la risa sardónica que siempre lo caracterizó también encontrarían la oportunidad de lucirse en el mundo de la comedia (Rebeldes con causa, Los Muppets 2).
Más tarde regresó a sus orígenes televisivos con un personaje muy elogiado en Shades of Blues, junto a Jennifer Lopez, punto de partida de una etapa de relanzamiento que le permitió elegir mejores roles y afirmarse en su lugar de confiable y sólido actor secundario. Así lo vimos, por ejemplo, con una vuelta de tuerca de ya su clásico estilo enérgico y potente luciéndose como el abogado del personaje de Adam Driver en Historia de un matrimonio. Y un poco más cerca, exigiéndose al máximo en un doble y decisivo papel en Los santos de la mafia, la precuela de la serie Los Soprano.
“Actuar es como un juego de niños -dijo cuando empezaba a encontrar el lugar que estaba buscando después de muchas vacilaciones-. Uno no tiene que torturarse todo el tiempo pensando que todo pasa por aplicar cierto método o dejarse llevar por la locura”. El actor que llenaba de ímpetu la personalidad de cada uno de sus personajes parecía haber encontrado en los últimos años todo el equilibrio que le había faltado. Se sentía feliz alternando sus apariciones en el cine y las producciones pensadas para el streaming.
“Estas series de 13 episodios que están haciéndose últimamente son muy gratificantes para un actor. Porque, por un lado, como se trabaja solo cinco meses al año en ellas uno tiene siete meses, si quiere, para hacer una película. Es como hacer un trabajo normal”, comentó hace algún tiempo. En eso estaba Ray Liotta, en medio de uno de los momentos más tranquilos y felices de su larga carrera, cuando llegó para sorpresa de todos el momento del adiós definitivo.
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