Murió Raquel Welch, uno de los grandes mitos eróticos del cine de todos los tiempos
La estrella tenía 82 años y falleció tras una breve enfermedad; fue muy recordado su paso por el Festival de Cine de Mar del Plata en 1996, que terminó en un escándalo
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Raquel Welch, la estrella de raíces latinas que se convirtió en uno de los más grandes mitos eróticos de la historia de Hollywood, murió a los 82 años después de padecer “una breve enfermedad”, según confirmaron sus representantes.
Había nacido en Chicago, el 5 de septiembre de 1940, como Jo Raquel Tejada, hija de un ingeniero aeronáutico boliviano radicado en Estados Unidos y una costurera norteamericana de estirpe británica que se declaraba descendiente directa de John Quincy Adams, el sexto presidente estadounidense.
La futura estrella de Hollywood tuvo una educación particularmente rígida en términos religiosos y morales, pero en un entorno familiar demasiado frío para su precoz sensibilidad. Alguna vez definió a su padre como un hombre de aspecto y comportamiento “aterrador”. Dijo en sus memorias que las muestras de afecto directamente no existían en ese hogar. “Nunca hubo ni abrazos ni expresiones amorosas entre mamá y papá. No recuerdo haberlos visto besarse o con las manos juntas”, escribió en su autobiografía.
Su familia se instaló en San Diego cuando la pequeña Raquel tenía apenas dos años. En ese entorno tan incómodo, sus padres la obligaron durante mucho tiempo a renegar de sus orígenes latinos, identidad que más tarde, ya famosa, reivindicó en plenitud. Siempre se enorgulleció de su nombre hispano, Raquel, y nunca quiso cambiarlo por el Rachel anglosajón. El apellido lo tomó de su primer esposo, con quien se casó a los 19 años.
A esa experiencia fugaz le siguieron otros tres matrimonios e innumerables romances con nombres famosos. Con la habilidad que siempre empleó para manejar su carrera, Welch jugaba todo el tiempo pícaramente entre la fantasía y la realidad para hablar de sus amantes, sobre todo en los últimos años, cuando ya estaba retirada del cine y los medios acudían a ella para conocer más de su legendaria vida amorosa.
Welch tuvo una carrera en la pantalla llena de altibajos, pero a pesar de la poca relevancia de la mayoría de sus películas logró afirmarse como un poderoso símbolo del erotismo cinematográfico del cine. Esa imagen apareció en el último tramo de la década de 1960, sobre todo desde su rutilante aparición con una bikini de piel en la película Un millón de años antes de Cristo, ambientada en tiempos prehistóricos, y alcanzó su apogeo a lo largo de los diez años siguientes, los más exitosos de toda su carrera. Fue en ese momento cuando el mundo del espectáculo dejó de señalarla con su nombre y la bautizó para siempre como “el cuerpo”.
Cultora de la vida sana, fue dejando progresivamente el cine para consagrarse a la promoción de conductas saludables, especialmente a través de populares videos de yoga y workout.
En 1996 tuvo una muy comentada visita a la Argentina como invitada estrella al Festival de Cine de Mar del Plata por invitación del entonces presidente del INCAA Julio Mahárbiz. El imponente escote con el que llegó a la ceremonia inaugural, de la que también participaron Gina Lollobrigida y Jacqueline Bisset, fue una de las notas más comentadas de ese encuentro. Pero después de regalar sonrisas a granel en la ceremonia de apertura decidió dejar la ciudad y el festival muy rápido, enojada porque los organizadores cambiaron varias veces el lugar que le tocaba ocupar en esa velada y también descuidaron varios de sus pedidos.
Welch fue un símbolo sexual construido y definido desde la pura insinuación. Nunca necesitó mostrar de más. No se le recuerda una sola aparición en el cine en el que se haya animado a un desnudo completo, ni siquiera parcial. Le alcanzaba con exhibir hábilmente sus espléndidas curvas en trajes diminutos como el que usó en su aparición consagratoria, aquella producción británica filmada en las Islas Canarias en 1966 con trama prehistórica y casi sin palabras. Nadie se fijaba en el modo en que aquella mujer de la época de las cavernas se enfrentaba, con una lanza precaria en las manos, a monstruos antediluvianos diseñados con precarios efectos visuales. Lo que despertaba la atención de todo aquel que veía Un millón de años antes de Cristo era su voluptuosa figura apenas cubierta con una bikini de piel. Si la película se convirtió desde allí en febril objeto de culto fue nada más que por esa presencia, hasta entonces desconocida. De hecho, los posters con la imagen icónica de Welch y su cuerpo perfecto en una pose insinuante lograron una difusión muchísimo más amplia que la película misma.
Con una sonrisa recordaba siempre aquella experiencia. “El primer día de rodaje -contó una vez- me acerqué al director Don Chaffey y le dije con toda seriedad: ‘Escucha Don, estuve estudiando el guion y me puse a pensar...’ Chaffey se volvió hacia mí con asombro y me dijo: ‘¿Estabas pensando? Claro que no...’”. Lo cierto es que Welch se consagró definitivamente con una película cuya campaña de marketing se apoyaba en una frase irresistible: “La primera bikini de la humanidad”. Aquella Raquel Welch prehistórica y sexy dejó impresa una de las imágenes más características de la cultura pop de su tiempo.
“De un solo golpe todo en mi vida cambió y todo sobre mi verdadero yo desapareció”, admitiría más tarde en su autobiografía, que lleva el sugerente título de Beyond the Cleavage (Más allá del escote). Le molestaba sobre todo haber entrado “en la conciencia pública como una presencia física, sin voz”. Y se sentía como si hubiese tropezado con una trampa explosiva: “Me convertí en la fantasía de todos los hombres”.
Con el tiempo aprendió a manejar con una envidiable habilidad esa condición. Nunca renunció, ni siquiera en sus años maduros, a su imagen de mujer sexy. Pero siempre supo tomar distancia de los aspectos más incómodos y potencialmente escandalosos de la atracción que inevitablemente despertaba en los hombres. Se las ingenió para mostrar que podía valerse de un cuerpo privilegiado como el suyo como la mejor herramienta para alcanzar una vida saludable. Y recurría a su propia existencia y su longeva belleza como ejemplo para convencer a las demás de que había que seguir ese camino.
Para llegar a ese objetivo, Welch tuvo que vencer unas cuantas batallas contra la falta de autoestima, su enemiga más temprana. “No me gustaba mi cabello (muy fino como el de mi madre), ni mis ojos (demasiado hundidos y almendrados), ni mi nariz (que no era lo suficientemente linda ni mi boca (demasiado ancha)”, confesaría una vez. Algunos de estos rasgos, sobre todo esos bellísimos ojos color almendra, se convertirían con el tiempo en rasgos ejemplares de su belleza.
Así y todo, consiguió ganar una sucesión de concursos de belleza en California después de atravesar la adolescencia. Primero fue “Miss Photogenic”. Después Miss La Jolla, Miss San Diego y Maid of California. Ganó una beca para estudiar teatro en San Diego, pero dejó de interesarle cuando consiguió un trabajo como meteoróloga en un canal de televisión local. Quedó embarazada a los 19 años después de casarse con James Welch, su novio de la secundaria, y dejó el empleo para criar a sus dos hijos. Primero tuvo a Damon y dos años después nació una niña, Tahnee.
Sin pensarlo, se separó y se instaló con sus dos hijos en Los Ángeles, donde recuperó el gusto por la actuación. Pero vivía con lo justo (ni siquiera tenía auto) gracias a pequeños papeles en series de televisión como Hechizada y El virginiano. Con el tiempo contaría que estuvo muy cerca de conseguir el papel de Mary Ann en La isla de Gilligan y transformarse en chica Bond. Había hecho una prueba para aparecer en Operación trueno, la cuarta película de 007 con Sean Connery, pero no pudo lograrlo.
Con todo, el mismo año de su consagración como la estrella sexy surgida en la pantalla desde la prehistoria con un bikini de piel, Welch fue la gran figura femenina de Viaje fantástico, de Richard Fleischer, verdadero clásico de la ciencia ficción de su época (1966). Ella era parte del grupo científico que se empequeñecía para llevar adelante una travesía asombrosa por el interior del cuerpo humano. La película ganó dos Oscar (efectos visuales y dirección de arte), pero todos la recuerdan por el traje de látex blanco bien ceñido al cuerpo que lucía Welch. Volvería a la fiesta de la Academia de Hollywood muchos años después, pero solo como presentadora.
Era la primera película que protagonizaba por contrato para los estudios 20th Century Fox. Aceptó transformar su apellido de casada en parte del nombre artístico que tendría de allí en más. Si se llamaba Welch, le dijeron, evitaría los riesgos de encasillamiento en personajes latinos. Pero se negó a cambiarse el nombre. Pretendían que en vez de Raquel fuera Debbie. No quiso saber nada. Después de Viaje fantástico y sus aventuras prehistóricas inmortalizadas en un póster, Welch filmó con Frank Sinatra el policial La dama en cemento (”Frank tenía tanto carisma que se te caía la baba. Le encantaba hacer diabluras y se tomaba sus bromas muy en serio”), el western Los bandoleros, junto a James Stewart y Dean Martin, a quien definió como “el tipo más relajado que conocí en mi vida”, y una curiosa sátira sobre los siete pecados capitales dirigida por Stanley Donen, Un Fausto moderno. “No tenía allí muchas líneas. Todo lo que hice fue pasearme ante la cámara con un bikini de encaje rojo”, recordó. Allí Raquel encarnaba, como era de esperar, a la lujuria.
En 1969 apareció junto a Ringo Starr en otra rareza, Un beatle en el paraíso (The Magic Christian), como la conductora, látigo en mano, de un barco de esclavas que remaban en topless. Y ese mismo año desató un pequeño gran escándalo para su tiempo cuando en otro western filmado en Almería (España) y titulado 100 rifles, Welch filmó la primera escena de sexo interracial de la historia de Hollywood junto a Jim Brown. Al año siguiente protagonizó junto a la legendaria Mae West la extrañísima comedia Myra Breckinridge, en la que Welsh encarna a una transexual que tras una operación de cambio de sexo luce un cuerpo escultural. No tardó en chocar con la octogenaria West, pionera entre los símbolos sexuales de Hollywood, sobre todo por cuestiones de vestuario. No se hablaban en el set. Guillermo Cabrera Infante contó que, por pura perversidad, West la llamaba “exótica Rachel” en alusión al personaje bíblico. Todavía se cuentan anécdotas de todo tipo sobre el rodaje de la película, su estruendoso fracaso comercial y su posterior transformación en verdadero objeto de culto.
La fama de Welch y su presencia magnética se fueron extendiendo gracias a la habilidad de la propia actriz para vender su imagen con la ayuda de Patrick Curtis, una ex estrella infantil que se convirtió en exitoso empresario, pero la alianza se rompió a principios de los años 70 y forzó a Raquel a arreglárselas cada vez más por sí sola. Sobre todo después de un complicado litigio que empezó cuando Welch fue despedida del rodaje de la película Cannery Row (se argumentó que llegaba tarde a los ensayos) y llevó el caso a los tribunales. Terminó ganando una demanda por daños y perjuicios por 10 millones de dólares, pero se ganó la desconfianza y la enemistad de los estudios. Su único papel destacado en el cine de ese tiempo fue la personificación de Constance de Bonacieux, la bella amante del mosquetero D’Artagnan en La venganza de Milady (1973), de Richard Lester.
Hollywood le cerraba las puertas mientras se abrían otras, como las de la televisión. Raquel tuvo su propio show, apareció en algunos telefilms y encontró de a poco un excelente filón para reinventarse en los años 80 a través de los videos sobre dietas, cuidado físico y belleza en los que brindaba consejos y cumplía distintas rutinas. Con el tiempo también empezó a hacer de sí misma, una estrella que contaba con picardía y habilidad sus historias secretas con hombres famosos. “Nunca he presumido de amantes famosos -dijo una vez-, pese a haber conocido a algunos de los hombres más deseados del planeta. Pero no voy por ahí contando mis intimidades con Elvis Presley, Bob Dylan o Marcello Mastroianni. Sus secretos están bien guardados conmigo”.
También se dio el gusto de protagonizar un par de musicales estelares. Primero reemplazó a Lauren Bacall en una temporada de La mujer del año, y luego hizo durante un tiempo el papel principal de Víctor Victoria. Carlos Perciavalle contó una vez que Susana Giménez aceptó interpretar el papel de la versión local de La mujer del año (uno de los más grandes éxitos de toda su carrera) cuando supo que Welch lo hizo en Broadway.
“Nunca me estiré la cara ni me aumenté los pechos. Solo una vez pasé por el quirófano para hacerme una rinoplastia. Estoy en contra de que las chicas se operen cada vez más jóvenes. Desde que cumplí los 40 nunca he mentido sobre mi edad. He envejecido bien gracias al yoga y a la dieta”, confesó una vez mientras disfrutaba de un dorado, tranquilo y solitario retiro en su casa de Beverly Hills. Hasta el final se mantuvo de muy buena forma. Jamás esquivó a los fotógrafos y se sentía orgullosa por mantener la lozanía en el cuerpo y el rostro.
“El sexo está sobrevalorado -reconoció en otra oportunidad-. Es más el ruido que las nueces. Si soy sincera, no lo echo de menos. Una ventaja de envejecer es que dejas de ser un objeto sexual. Eres más auténtica”. Raquel Welch terminó sus días como se lo había propuesto, lejos de la imagen de estrella sexy que le impuso el mundo del entretenimiento, pero sin renegar jamás de los atributos que le dio la naturaleza y de los que sacó todo el provecho posible para vivir como estrella la mayor parte de su larga vida.
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