Murió Michel Piccoli, el actor que celebró el cine europeo
El actor francés Michel Piccoli, uno de los más populares y prolíficos del cine europeo, murió el martes pasado a los 94 años, según informó hoy su familia. Según un comunicado difundido por la agencia de noticias AFP, que transmitió su amigo Gilles Jacob, expresidente del Festival de Cannes, el actor "falleció el 12 de mayo en los brazos de su esposa, Ludivine, y de sus hijos menores, Inord y Missia, a causa de un accidente cerebrovascular".
Piccoli fue uno de los mejores y más sólidos pilares de la historia del cine, uno de los más grandes referentes de cualquier balance que se haga del arte del siglo XX y parte del XXI. Actor francés nacido en París pero con antepasados italianos; en realidad, como actor absoluto, lo francés nunca le quitó su capacidad de ser europeo en un sentido más amplio. Y de lo italiano hay algo muy importante, crucial, en cómo se percibía Piccoli, algo tan insoslayable que hasta figura en las citas destacadas en la base de datos más conocida sobre cine: Piccoli prefería definirse como actor según la expresión italiana "io faccio l’attore". Eso suele traducirse al castellano sin más como "soy actor", al inglés como "I’m an actor" y al francés como "je suis un acteur", pueden comprobarlo en los traductores automáticos.
Pero no, no es así, o no debería: "io faccio l’attore" es otra cosa, es "yo hago de actor". Yo hago de actor, eso le gustaba a Piccoli: hacer de alguien que hace de. El juego sobre el juego. Y el juego y la farsa que Piccoli valoraba no tienen por qué no ser algo serio. El mejor juego es el que se juega en serio, incluso para hacer reír. La farsa y quienes la frecuentan, conscientes del ridículo, pueden manejarlo como nadie. Quizás por esta doble distancia, Piccoli podía ser tan fulminantemente prodigioso, representar tanto la solvencia en el cine, entrar en zonas directamente impensadas o incluso prohibitivas para otros actores, ejemplos gigantes sobran, pero vamos a detalles menos visibles y más audibles: Piccoli podía dudar como nadie al empezar algunas palabras con una mínima sílaba entredicha y repetida, podía tener su propio estilo fonético –sofisticado y terrenal a la vez, siempre alejado de amaneramientos– e imprimirlo como un sello en las palabras, apropiárselas y devolverlas generosamente en los diálogos (es muy recomendable escucharlo leyendo a Baudelaire en discos, o en plataformas de este siglo).
La carrera de Piccoli fue tan pero tan extraordinaria, de tanta riqueza que cualquier resumen dejará de lado películas absolutamente imprescindibles, así de sencillo, y este también lo hará. Su primer protagónico fue nada menos que en una de las mejores películas de la historia del cine, una que se presentaba a sí misma como "la historia del cine". El desprecio era en realidad una historia de un modo de cine, una suerte de elegía esquiva que Jean-Luc Godard pensaba a partir de la novela de Alberto Moravia, una historia que jugaban como actores Fritz Lang, Brigitte Bardot, Jack Palance y Michel Piccoli. Piccoli era Paul, guionista de esa película imposible –basada en La odisea– que filmaba Lang, y pareja de Camille (Bardot).
El diálogo inicial de El desprecio incluía un plano rotundo, paradigmático, inmediatamente legendario, del trasero de Bardot. Y Piccoli estaba ahí, y también estuvo como protagonista de París-Tombuctú, película con afiche de trasero y que sería la última de Luis García Berlanga. Es que Piccoli actuó con los grandes, como tantos otros actores, pero casi nadie (quizás nadie) actuó con tantos de los más grandes.
Otro Luis con el que trabajó –y más de una vez– Piccoli fue Luis Buñuel, con el que hizo siete películas, incluidas Belle de jour, El discreto encanto de la burguesía y la última del aragonés, Ese oscuro objeto del deseo. Jugar a ser actor, pero en serio, qué mejor plan para un actor de Buñuel y para el propio Buñuel. Piccoli hizo también la secuela de Belle de jour en 2006, Belle toujours, dirigida por Manoel de Oliveira, con quien también hizo más películas. Nombramos a un director francés, dos españoles y un portugués. Y apenas hemos empezado a hablar de la carrera de este actor absoluto, nunca absolutista, porque jamás aplastó una película (eso que Jack Nicholson puede hacer si no se lo controla) ni jamás opacó a sus compañeros y compañeras. Otra de las películas insoslayables de la historia del cine que tiene a Piccoli en sus filas es una de esas que revela como pocas un juego farsesco –sin por eso ser indolente– en equipo, bajo la dirección del milanés Marco Ferreri: Piccoli junto a su amigo Marcello Mastroianni, Ugo Tognazzi (cuyo libro El glotón debería ser más reconocido), Philippe Noiret y Andréa Ferréol. La gran comilona es la mejor película sobre comida –y no era exclusivamente sobre comida– de toda la historia del cine. Y hubo más películas de Ferreri con Piccoli porque, claro, cómo no seguir haciendo películas con el gran Michel si era así de único.
Piccoli fue el pintor que tuvo a Emmanuelle Béart como modelo de desnudo en las cuatro magníficas horas de La belle noiseuse de Jacques Rivette. Y fue el gran amigo de Romy Schneider, con la que actuó en muchas películas, varias de las cuales fueron dirigidas por Claude Sautet, ese director francés injustamente no tan famoso como otros y que mejoraría la vida de muchos espectadores si lo conocieran. Y Piccoli fue también el Papa, el del Vaticano, en Habemus Papa de Nanni Moretti. Y fue mucho más, pero no fue todo porque una de las claves para ser el actor absoluto es jugar a lo que se sabe y a lo que se puede. Y Piccoli pudo ser el Señor Cine, Monsieur Cinéma, en Les cent et une nuits de Simon Cinéma de Agnès Varda. Qué grande, qué enorme que era el cine.
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