Murió Jacques Perrin, el galán francés que conmovió al mundo en Cinema Paradiso
Figura del cine francés en múltiples facetas (intérprete, productor, director), falleció a los 80 años después de una carrera muy exitosa que pasó de la ficción a los documentales sobre la naturaleza
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Es imposible no conmoverse cada vez que volvemos a ver la escena final de Cinema Paradiso (1988), aquella en la que el maduro Salvatore Di Vita recupera la memoria emocionada de su infancia cuando se reencuentra frente a una pantalla grande con el recuerdo del viejo proyectorista que marcaría su destino. El actor que encarnaba en la película de Giuseppe Tornatore a ese Totó adulto con estampa de galán es Jacques Perrin, un prócer del cine francés que acaba de morir a los 80 años, en su París natal.
A Perrin no le faltó nada por hacer en el cine. Brilló como actor en casi 70 películas que lo convirtieron en uno de los grandes rostros de la pantalla europea desde fines de los años 50 hasta entrada la década del 90 y amplió sus horizontes artísticos primero como productor y luego como experto documentalista, comprometido en temas dedicados a la ecología y a la divulgación de hechos extraordinarios surgidos de la naturaleza.
Hijo de un destacado director de la Comedia Francesa, Perrin (nacido como Jacques André Simonet, el 13 de julio de 1941) asumió la vocación familiar casi desde la cuna y empezó a ejercerla como actor infantil. Tenía 20 años cuando el mundo descubrió por primera vez en la pantalla a ese muchacho de cabello rubio y delicadas facciones, capaz al mismo tiempo de esconder algún secreto y cierta oscuridad en una expresión que podía fácilmente convertirse en melancólica o reconcentrada. Era el joven galán que transmitía toda la intensidad del amor juvenil junto a Claudia Cardinale en La muchacha de la valija, laureada película de Valerio Zurlini que además significó para Perrin el comienzo de un largo y feliz vínculo con el cine italiano.
Volvería pronto a Italia de nuevo a las órdenes de Zurlini en Dos hermanos, dos destinos, y de otros realizadores de nombre como Mauro Bolognini, Florestano Vancini y Silvio Amadio. Fue italiana también (Un uomo a metá, de Vittorio de Seta), la producción que le dio su primer gran premio, la Copa Volpi al mejor actor en el festival de Venecia de 1966, compartida con la española La busca.
En Francia no tardó en imponer su apostura y una gran personalidad artística desde que apareció, actuando y cantando, en la formidable Las señoritas de Rochefort, de Jacques Demy, junto a Catherine Deneuve, dupla con la que reencontraría en Piel de asno. Podía lucirse en el drama romántico, en el film de época y también en el relato de mayor compromiso político, una tendencia muy fuerte de esos tiempos. Esta última faceta la encaró junto a Costa-Gavras, uno de sus directores predilectos. Actuó en Crimen en el coche cama y Donde sobra un hombre antes de personificar a un fotógrafo en Z, cumbre del cine testimonial de la época.
En esa película, Perrin descubrió que podía lucirse también como productor y acompañó desde allí de nuevo a su amigo Costa-Gavras en Estado de sitio y Sección especial, además de otros títulos destacados como Negro y blanco en color y El desierto de los tártaros (otra vez con Zurlini como director y en el papel principal). Hasta que de a poco empezó a obsesionarse con una nueva idea: en sus propias palabras, “mostrar la diversidad de la naturaleza, celebrarla y sensibilizar a la gente respecto de su protección”.
Así llegaron Microcosmos (con la lupa puesta en el mundo de los insectos), Tocando el cielo (fascinante observación del fenómeno de la migración de las aves en todo el planeta) y Océanos, uno de los documentales más ambiciosos y logrados sobre la vida en las profundidades, realizado exactamente medio siglo después de la icónica El mundo del silencio, primera obra cumbre de Jacques Cousteau.
Más tarde, entre 2004 y 2008, Perrin produjo dos películas dirigidas por su sobrino Christophe Barratier, Los coristas y La canción de París. La primera fue la última aparición como actor que conocimos en la Argentina. El prólogo de la película es casi un homenaje a Cinema Paradiso, porque interpreta a un hombre que recibe la noticia de la muerte del hombre que supo formarlo cuando era un chico y le dio las herramientas que le permitieron triunfar en la vida. En ese gesto se define la vida de Perrin, una personalidad ganadora en todas las facetas del cine, que en sus mejores creaciones siempre logró emocionarnos.
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