Murió el director de cine Mario Camus, el gran retratista del alma española en la pantalla
Dirigió dos de las más grandes películas hispanas de toda la historia, La colmena y Los santos inocentes. El realizador argentino Adolfo Aristarain lo reconoció como su único gran maestro
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Mario Camus fue el artista que mejor retrató el alma de España en el cine. Uno de los más grandes directores de la historia de la pantalla hispana falleció a los 86 años en Santander, su ciudad natal, tras sobrellevar una larga enfermedad. Su obra puede resumirse en la frase que le dedicó el escritor Antonio Gala a dos series de TV dirigidas por Camus que expresaron esa identidad. “Vamos a comprobar lo hondas y afincadas que han de ser las raíces de lo español para mantener unidos a tipos, gentes, climas, lenguas, razas, paisajes y actitudes tan distintas”, dcecía Gala a propósito de Si las piedras hablaran y Paisaje con figuras, historias televisivas en episodios estrenadas en la década de 1970.
Faltaba una década para la llegada de las dos obras cumbre de la carrera de Camus, La colmena (1982) y Los santos inocentes (1984). Sus grandes marcas de autor aparecen allí: grandes historias de cuna literaria (escritas por Camilo José Cela y Miguel Delibes, respectivamente) y protagonizadas por personas sencillas que pasan por la vida sin demasiada fortuna. “La estética del perdedor es la más interesante de todas”, solía decir Camus sobre sus personajes predilectos, de los que se valía para narrar historias cotidianas y realistas que buscan la complicidad y la identificación con quienes las ven.
Camus siempre creyó en la importancia del cine de autor, pero ajeno a cualquier tipo de hermetismo o experimentación. Confiaba en el poder de una narración fluida, sólida y robusta que pudiese volcar en imágenes el sentido profundo de un gran libro. Se apoyaba para explicarlo en palabras del poeta Carlos Rodríguez: “La vida tiene aspecto de fábula. Es algo legendario, no sólo historia y datos concretos”.
Camus nació el 20 de abril de 1935 y dejó la carrera de Derecho para estudiar cine. Fue uno de los grandes realizadores formados en la Escuela Oficial de Cinematografía que bajo la conducción de José María García Escudero impulsó un cambio extraordinario en la manera de concebir, enseñar, mirar y entender el cine en España. De allí nació una corriente conocida en la península como “Nuevo Cine Español”, representada en grandes nombres de la misma generación de Camus: José Luis Borau, Miguel Picazo, Carlos Saura, Francisco Regueiro, Manuel Summers, Antonio Mercero y sobre todo Basilio Martín Patino, que contagió con su espíritu cinéfilo a Camus, uno de sus compañeros del colegio mayor en el que ambos se instalaron a su llegada a Madrid.
Empezó escribiendo el guión de Los golfos (1959), de Carlos Saura, quien en 1965 le devolvería el favor como co-autor de Muere una mujer, una de las primeras películas de Camus, que había debutado como realizador en 1963 con dos títulos estrenados ese año: Los farsantes y Young Sanchez. Esta última película, basada en un libro de Ignacio Aldecoa, fue la primera muestra del camino que desde allí abrió Camus en el cine, con una larga sucesión de creaciones que tenían como punto de partida las obras de grandes autores de la literatura española.
Por sus manos volvió a pasar Aldecoa (Con el viento solano, Los pájaros de Baden Baden) y después llegaron García Lorca (La casa de Bernarda Alba), Benito Pérez Galdós (la formidable serie Fortunata y Jacinta, disponible en la plataforma de Televisión Española) y hasta Lope de Vega y Calderón de la Barca (La leyenda del alcalde de Zalamea). Sin contar las citadas (y antológicas) adaptaciones de Delibes y Cela ya mencionadas.
Con un extraordinario dominio de todas las herramientas técnicas y artísticas de una filmación, Camus también se animó al cine comercial. Fue artífice de una de las películas de Sara Montiel (Esa mujer) y dirigió en tres oportunidades a Raphael en títulos que llevaron al cine sus grandes éxitos musicales: Cuando tú no estás, Al ponerse el sol y Digan lo que digan.
En 1967, mientras filmaba Al ponerse el sol, conoció a un joven asistente de dirección argentino de 23 años al que no tardó en acercarse, porque intuía que entre ambos había grandes coincidencias. “Adolfo Aristarain era el tercer ayudante de dirección y en realidad estaba allí porque era el único que sabía inglés y le ayudaba al protagonista con las canciones. Pero como el primer ayudante era un hombre pusilánime y el segundo comenzó a enfermarse sospechosamente seguido, el tercero pasó a ser el que más estaba en el set y fue mi asistente. Más tarde iniciamos una bonita etapa de colaboración”, dijo Camus en 2002 durante un homenaje que se le hizo al cine de Aristarain en el Festival de Huelva.
Aristarain siempre consideró a Camus como su único gran maestro. El amor por los libros y una mirada parecida a la hora de narrar los llevó a compartir proyectos e intercambiar cada vez más ideas. Camus volvió a convocarlo cuando filmó en la Argentina Digan lo que digan en 1968 y el vínculo continuaría en la década siguiente a través de la serie Los camioneros, uno de los primeros éxitos televisivos de Camus.
“Mario es el amigo junto al que es posible cooperar en todos los planos. Lo considero mi único maestro, aparte de un consejero excepcional. Fue él, por ejemplo, quien me previno del riesgo que implicaba exponer tantos elementos personales en Martín (Hache). Bueno, me hizo esa advertencia cuando faltaba poco para el estreno, así que el remedio era imposible”, contó una vez Aristarain, quien escribió junto a Camus el guión de su última gran película, Roma (2004).
Hubo más argentinos muy cerca de Camus. Uno de sus grandes amigos fue Alberto de Mendoza, a quien dirigió en Volver a vivir (1968), junto con Raf Vallone y Lea Massari. Y Federico Luppi fue el gran protagonista de La vieja música (1985). A propósito de nombres, todos los grandes intérpretes del cine español contemporáneo supieron lucirse en las películas de Camus, que además de todo fue un excepcional director de actores.
Francisco Rabal (el inolvidable Azerías) y Alfredo Landa compartieron en Los santos inocentes el premio actoral en el Festival de Cannes. La colmena (ganadora del Oso de Oro en Berlín) contó con un verdadero seleccionado de figuras, las más grandes del cine hispano (José Luis López Vázquez, José Sazatornil, José Sacristán, Concha Velasco, Victoria Abril, Ana Belén). Y la propia Belén brilló como nunca en Fortunata y Jacinta.
El drama profundo, el policial, la comedia romántica, el cine musical, la obra testimonial, series clásicas de enorme popularidad (la excelente Curro Jiménez) y hasta un spaghetti western como La cólera del viento, con Terence Hill y Lea Massari. Nada se escapaba de las sabias manos y el consumado talento de un director que tenía de sobra oficio y sensibilidad en iguales dosis. Sus últimas obras volvían a retratar a España, esta vez desde la oscuridad, el dolor, las heridas difíciles de restañar y los fantasmas del terrorismo (Sombras de una batalla, La playa de los galgos). Alguien dijo de Camus que supo ver casi todo después de haber leído también todo.
“Una historia buena –dijo una vez- debe tener una relación muy directa con las cosas que ocurren alrededor de uno, con lo que pasa en el mundo hoy. Debe tener unos buenos personajes a niveles inteligentes, que no sean títeres, y debe tener una trama que permita conmover al espectador con cosas que ocurren ahora o en un pasado muy inmediato que pertenecen a nuestra historia”. Una filmografía ejemplar, que merece ser revisada o descubierta, según el caso, lo corrobora. En ese sentido, es una pena que La colmena y Los santos inocentes no estén disponibles hoy en las plataformas de streaming.
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