Jean-Louis Trintignant, el galán que supo seducir desde la timidez y la profunda introspección
Tenía 91 años y su extensa trayectoria marcó a fuego las últimas seis décadas del mejor cine europeo; participó en algunas de las grandes obras de Bernardo Bertolucci, Costa Gavras, Dino Risi y Claude Lelouch
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La brillante sombra de Jean-Louis Trintignant atravesó en plenitud la mejor historia del cine europeo a lo largo de las últimas seis décadas. Uno de los más brillantes expresivos, humildes y sinceros actores franceses de toda la historia falleció este viernes, a los 91 años, en su casa de Uzés, localidad ubicada en la región de Gard, al sur de Francia, según informaron su esposa Marianne Hoepfner y su agente a la agencia AFP.
Detrás de la máscara del intérprete había en Trintignant, por sobre todo, una secreta y extraordinaria virtud. Sabía expresar por un lado con la más natural transparencia todas sus visiones sobre la vida de los artistas y los avatares del espectáculo, que en su caso se representaban a través de un rechazo muy visible a cualquier tentación relacionada con la fama.
Y por el otro, encarnar en más de 130 apariciones en el cine e innumerables funciones teatrales personajes que en muchos casos tomaban la consciente decisión de retraer cada una de sus emociones hasta esconderlas por completo. No en vano dijo desde estas páginas Fernando López que Trintignant llevaba las marcas de la vida talladas en la piel. En sus tempranas apariciones en el cine sabía jugar a la perfección al galán tímido, amable y siempre vulnerable.
Y en el final de su carrera engalanó con su distinción desafíos actorales mucho más complejos, figuras que podían expresar el cansancio, el enojo, la frustración y también la misantropía de quienes ya parecían estar de vuelta de todo. O preguntas inquietantes sobre la vida y la muerte. Siempre había en el rostro de Trintignant, sin importar que fuese juvenil o maduro, la huella de alguna pregunta existencial o una muestra sutil, jamás subrayada, de compleja introspección.
Trintignant fue un galán que no tenía ni la apostura de Alain Delon ni el descaro de Belmondo. Pero se convirtió en uno de los seductores más espléndidos que jamás entregó la pantalla francesa. Tal vez el personaje que perdurará por más tiempo en nuestra memoria es el del piloto automovilístico que se las ingenia para conquistar a Anouk Aimée en Un hombre y una mujer. Años más tarde regresaría para escribir un par de episodios más de aquella fábula romántica imaginada por Claude Lelouch. El último de ellos (estrenada en la Argentina en septiembre de 2021 como Los años más bellos de nuestra vida, a 55 años del film original) sacó por única vez a Trintignant del retiro que se había autoimpuesto pocos años antes. “Fue mágico. Jean-Louis tiene la voz más bella del mundo. Es lo único que le queda. No puede andar, apenas ve, por eso construí la película en torno a su voz”, dijo Lelouch cuando logró convencerlo de volver a actuar por última vez.
“Envejecer no es más que la suma de una serie de problemas. Pero al final fue bueno haber tenido una vida tan larga, porque pude conocer a mucha gente interesante”, confesó en una de sus últimas entrevistas. Había vuelto a ser el hombre tímido y frágil de sus primeras apariciones, pero todavía conservaba en medio de una visible debilidad física (sufría un cáncer y se desplazaba solo con la ayuda de un bastón) las huellas de su magnético y siempre extraño atractivo. El poder de seducción de Trintignant siempre estuvo asociado a atributos como el retraimiento, el misterio, el silencio y una dosis muy apreciable de sugestiva ambigüedad.
Jean-Louis Trintignant había nacido en Piolenc, al sur de Francia, el 11 de diciembre de 1930. Su padre era industrial y su tío, Maurice, fue el primer piloto francés en ganar un campeonato de Fórmula 1 y un gran amigo de Juan Manuel Fangio. De ese triunfo deportivo nació el interés del joven Jean-Louis por las carreras de autos, que viajaron de la realidad a la ficción a través de su personaje en Un hombre y una mujer, en la que filmó sus propias escenas de riesgo en la pista. Armó más tarde una escudería propia y hasta su vida corrió peligro durante un accidente que protagonizó en 1980 durante las 24 horas de Le Mans.
Empezó por voluntad familiar la carrera de abogado, pero decidió cambiarla por el sueño de un futuro artístico desde que a los 19 años quedó completamente deslumbrado frente a una puesta teatral de El avaro, de Moliére, a la que asistió para celebrar su cumpleaños. En ese momento se propuso seguir las clases del director de esa obra, Charles Dullin, y decidió instalarse con ese propósito en París, sobrellevando una timidez innata. Tuvo que esforzarse mucho en sus clases para corregir el fuerte acento que traía de su región y en 1951 apareció por primera vez en una obra teatral, que lo llevó a ganarse un nombre y a probar también suerte en el cine. Necesitaba pagar sus clases, que incluían también un curso de dirección.
En 1956 tuvo su primer papel estelar como el tímido esposo de Brigitte Bardot en Y Dios creó a la mujer, de Roger Vadim. Su popularidad tuvo tanto que ver con esa aparición como por el romance que mantuvo con la irresistible actriz, del que empezó a hablar toda Francia. El propio Vadim ya se presentaba como padrino del futuro hijo de la famosa pareja. Pero Trintignant fue convocado al servicio militar y enviado a Argelia, por lo que se mantuvo durante tres años en completo silencio, distante de la atención mediática. Esa experiencia marcaría más tarde una personalidad que siempre procuró alejarse del ruido mediático y preservar su vida fuera de las pantallas y los escenarios.
El estrellato definitivo le llegó con Un hombre y una mujer, y a partir de allí su presencia se hizo constante en algunas de las producciones francesas y europeas decisivas de las siguientes décadas. El público argentino se acostumbró a disfrutar de las apariciones de Trintignant en el cine en tiempos en los que los estrenos franceses e italianos renovaban de manera constante la cartelera de las salas de arte de la avenida Corrientes. Fue el exigente juez de Z (la película política de Costa-Gavras que le dio el premio a la interpretación en Cannes); el joven católico que mantenía apasionantes charlas sobre moral y fidelidad matrimonial con Francoise Fabian en Mi noche con Maud, de Eric Rohmer; el amigo y compañero de viaje del inolvidable fanfarrón encarnado por Vittorio Gassman en Il Sorpasso, de Dino Risi; el magistrado retirado de Red, la última película de la trilogía de los colores de Krzysztof Kieslowski. Hasta se animó a representar al héroe más misterioso y enigmático de toda la historia del spaghetti western, el protagonista mudo de El gran silencio, de Sergio Corbucci.
Dejó también el sello de su presencia en obras de grandes directores europeos: Bernardo Bertolucci (El conformista), Ettore Scola (La terraza), Alain Robbe-Grillet (El hombre que miente), Valerio Zurlini (El desierto de los tártaros, Verano violento), Luigi Comencini (La mujer del domingo, La noche de Varennes), Francois Truffaut (Confidencialmente tuya), Jacques Audiard (Mira a los hombres caer), Patrice Chereau (Los que me aman tomarán el tren) y muchos más.
En los albores del siglo XXI, tras concluir el rodaje de este film, Trintignant empezó a sentir que no tenía mucho más para aportar en el cine y decidió volver a su primer y viejo amor teatral. De la mano de su segunda esposa, Nadine, recuperó el entusiasmo por las tablas con un espectáculo sobre textos de Apollinaire, que continuó con muchas otras apariciones, entre ellas la representación de Potestad, una de las obras del dramaturgo argentino Eduardo Pavlovsky. Antes de casarse con Nadine, Trintignant tuvo un primer y breve matrimonio con la actriz Stephane Audran y se unió a su última esposa, Marianne Hoepfner, en 2000.
En ese regreso a la escena aprovecharía desde allí una y otra vez los matices de su bella y aterciopelada voz, otro de sus grandes atributos, para desarrollar con distintas variaciones obras en las que leía textos de grandes autores y poetas (Louis Aragon, Prevert, Boris Vian) acompañado por el acordeón de Daniel Mille. La última muestra de esa larga colaboración llegó en 2018 con un espectáculo (luego registrado en un álbum discográfico) en el que la música de Astor Piazzolla acompañaba las lecturas de Trintignant.
Nunca dejó de actuar, pero su presencia en el cine se hizo cada vez más esporádica. “Yo siempre fui una persona extremadamente tímida y ser famoso nunca me interesó. Podía ser divertido la primera vez, pero después no me aportó nada. ¿Por qué será que nos dan premios? Ya estamos bien pagados por el público. Sería mejor que le dieran el Oscar o el César a las personas que tienen trabajos que no son divertidos”, dijo una vez.
En ese tiempo de madurez empezó a ocuparse cada vez más de los viñedos que tenía en la finca que había adquirido en Uzés, la pequeña localidad de la región de la Provenza en la que pasó sus últimas décadas. Llegó a ganar premios con uno de sus vinos, un muy apreciado Côte du Rhône. Mientras tanto, volvió al cine de la mejor manera a sus 82 años en Amour, de Michael Haneke, como el anciano que debe atender a su esposa después de que ella sufriera un ACV. Esa actuación tan comentada le dio un César, el último de los muchísimos premios que recibió a lo largo de su extensa carrera. “Ese personaje me conmovió muchísimo. Como él, estoy en el final de mi vida, y como él pienso mucho en el suicidio”, señaló en ese momento.
También debe haber pensado muchísimo en la trágica muerte de su primera hija, la actriz Marie Trintignant, asesinada en 2003 por el cantante de rock Bertrand Cantat. Antes había sufrido, en 1970, el prematuro fallecimiento de su segunda hija, Pauline, a los 9 meses, mientras estaba filmando junto a Nadine una película en Roma. Desde allí, el gran actor que acaba de dejarnos nunca ocultó en su rostro todo ese dolor.
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