El mundo de El conjuro, encabezado por los Warren, investigadores paranormales interpretados por Vera Farmiga y Patrick Wilson, ya tiene nueve películas, todas disponibles en streaming y en salas, donde La monja 2 es la más vista en nuestro país
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No deja de ser sorprendente -y es necesario una metanota o multinota para contarlo en toda su extensión- que las películas se piensen hoy como posibles desarrolladores de universos fílmicos ¿Culpa de Marvel? Quizás, pero es lo de menos: en el arte somos todos bilardistas y lo que importa es el resultado. Así que empecemos por evaluar uno con enorme éxito por estos días, el Universo de El conjuro, saga, serie o biblioteca fílmica de terror que ha generado enormes números con La monja 2, actualmente lo más visto en el planeta cine: casi cien millones de dólares globales en menos de una semana; más de treinta en los EE.UU. y cerca de medio millón de entradas vendidas en nuestro país el fin de semana de estreno.
Vamos por partes. El mundo de El conjuro fue creado por James Wan. Wan es una de las mejores noticias que tuvo el fantástico en las últimas décadas. Fue el iniciador de la saga de asesinatos (suponemos que influidos por el Cubo Mágico o el Senkul, peinamos canas) El juego del miedo, que inventó a un gran villano en Jigsaw. Luego tenemos la serie La noche del demonio, que ha visto su ¿última? entrega (siempre hay que agregar un “?” cuando se trata de estos temas), bastante taquillera, este año.
Realizó una película de acción de la saga Rápido y furioso y una de superhéroes a la que le fue bastante bien, Aquaman (y también su continuación, Aquaman y el reino perdido, que llega a las salas el 19 de diciembre). Es, se ve, alguien ligado a la fantasía. Pero es también alguien con una serie de ideas fílmicas notables que lo lleva a un lugar raro respecto del cine de hoy. En todas estas series -y en películas no ligadas a otras, como la muy buena Maligno- se notan tres elementos. El primero, la aparición del pecado (a veces ajeno) como motor de la trama. El segundo, la insistencia en el amor y la familia como armas. Y el tercero, la invención visual desatada que va más allá del golpe de efecto. Dada su predilección por el triunfo (pasajero o no) de los buenos, Wan está más cerca del cuento de hadas (perverso, si quieren) que del terror. Pero no se lo digan a nadie. Sobre todo, no se lo digan a nadie porque la mayoría de sus películas del género causan terror y no son una mera galería de sustos. Es decir, nos importan los personajes. Y esta es la clave del universo El conjuro. A continuación, las coordenadas para recorrerlo.
El primer film, es decir El conjuro (2013) se centra en el matrimonio de Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson, actor fetiche de Wan, y Vera Farmiga), personajes reales que saltaron a la fama como investigadores paranormales (católicos, esto es importante) con un par de casos, notablemente el de la casa embrujada de Amityville, caso llevado a la pantalla más de una vez e incluso con su propia serie de películas bastante alejadas de lo que podría haber sucedido. Sin dudas, tanto el inicio de la serie como su secuela El conjuro 2, son lo mejor de todo este universo. Porque más allá de inspirarse en otras películas (hay mucho de El exorcista en las dos) se concentra tanto en la relación familiar y amorosa del matrimonio, totalmente queribles, como en el retrato social: en la primera, una posesión diabólica ocurre entre trabajadores de un pueblito que están a punto de perder una gran ocasión para salir de la mala; en la segunda, el ataque es a los hijos de una mujer separada, con problemas económicos, en un barrio bajo de Londres. La debilidad social y económica es un atractor para la presencia diabólica. De la segunda película tenemos al demonio con forma de monja Valak, que algo malo ha hecho en el pasado. El tercer film de El conjuro, basado en el caso real de un asesino que dijo actuar bajo una posesión (y que solo cumplió cinco de los 20 años a los que fue condenado) es mucho menor: Wan no está en la silla de dirección.
El primer spin-off es Annabelle. Dato: los Warren tienen en su hogar una especie de “museo” con artefactos alguna vez poseídos por diferentes encarnaciones del Mal. La idea de Wan y del productor Peter Safran fue que cada uno de esos elementos sirviera para explorar diferentes subgéneros del horror. Annabelle es el de la muñeca poseída (de hecho, El conjuro 2 comienza con un ataque de la susodicha, pues entre los dos episodios había sucedido la primera Annabelle). Otra vez hay un Mal de origen y de las tres películas -2014, 2017 y 2019- son mejores la segunda, que narra el origen del artefacto, y la tercera. Aquí la influencia es, directamente, Chucky.
La monja tiene dos episodios y recuerda en clave iglesia a la serie El grito, de Takashi Shimizu. El primero, que resultó la película más exitosa de todo el universo Warren hasta la fecha, es de 2018. Transcurre en 1952 (es decir, es la primera historia en sentido cronológico) y la aparición del demonio-monja Valak es lo que lleva a que los Warren investiguen el caso de El conjuro 2 (Valak ha dado señales de la muerte de Ed Warren, y para evitarlo hay que ir a Londres, pero contar más es quitarle sal al asunto). El segundo, actualmente en cartel y con todos los indicios de ser más exitoso que el primero, gira nuevamente alrededor de la Hermana Irene, la monja interpretada por Taissa Farmiga (sí, hermana de Vera: todo queda en familia), sucede cuatro años más tarde y gira alrededor del encuentro de cierta reliquia de cierta santa, algo que Valak quiere y busca por los peores medios posibles en un internado en Francia.
Hasta aquí hay ocho películas, a la que hay que agregar La maldición de La Llorona (2019), que retoma el mito latinoamericano. En este caso hablamos no de posesiones directamente sino de películas de fantasmas, otro subgénero. Fue la menos exitosa de todas estas subseries y no ha tenido (pero quién sabe) secuelas. El lazo con los Warren es la presencia del padre Pérez que interpreta Tony Amendola (de la serie Annabelle) y que la entidad malvada finalmente ha de ir a parar a la muñeca.
Estas nueve películas siguen hasta ahora el plan original de que todo subgénero horrorizante tenga su presencia en el mundo Warren. Hubo un plan para hacer un slasher con el Samurái que aparece en una de las vitrinas del museo de espantos, por ejemplo. Y en varias de estas películas aparecen los Warren (en la tercera Annabelle, en el final de La monja, etcétera) para ligar todos los cuentos, que difieren en tono pero no en cuanto a ciertas marcas: en todos los casos, el amor matrimonial, filial o amistoso es el que interpone la última barrera contra las entidades malignas. En todos los casos, hay un “pecado original” que causa una maldición. Y en todas, es más que notable la presencia de trabajadores sociales, curas, orfanatos, y personas que ejercen el bien público sin buscar rédito económico. También en todos los casos se muestra un ambiente social donde la debilidad emocional de los personajes es la que provee la oportunidad a la maldad para encarnarse y actuar. Es decir, el tema principal de estas películas es la redención por amor. Aquí no hay sinrazón y todo tiene la lógica de la lucha entre el Bien y el Mal, ambos con mayúsculas. No es el universo del horror visceral de David Cronenberg, ni el del maniqueísmo pesimista de John Carpenter. El de El conjuro es un mundo donde las cosas horrorosas y los espantos, por muy crueles que sean, no pueden con el amor sincero y el sacrificio desinteresado. Más allá de la vestimenta religiosa, se trata de una pelea moral.
Por supuesto: estamos en la era de los superhéroes (aunque este año andan, literalmente, de capa caída) y ese subgénero, evolución tecnológica del cowboy, el aventurero exótico, el soldado de fortuna y el detective privado, ha permeado todo lo demás que hace el cine popular de gran entretenimiento. Así, la religión se trata menos como algo proselitista que como un superpoder que se equilibra con los supervillanos venidos del Más Allá. Es la manifestación visual del cariño entre las personas, transformado en algo visible gracias a los efectos especiales que el género justifica. Es una movida inteligente. También lo es el hecho de que ninguna de estas películas es de las que uno le dice a los chicos que no pueden ver: carecen de perversiones adultas, aunque abunden en sustos. Los crímenes del pasado, las muertes (el suicidio original de la primera El conjuro, por ejemplo) están filmados y tratados más con tristeza que con horror. Y si bien hay sangre -imprescindible- y muerte, no es más cruel que una batalla de El señor de los anillos.
Una de las razones por las que este universo sea exitoso más allá del género al que pertenece es que está diseñado para todo público posible, incluso niños mayores de diez años y, sobre todo, adolescentes. Hay algo romántico -en el sentido más amplio del término- que fluye en cada uno de estos episodios que los vuelve muy atractivos. Hoy, el género del terror es un campo de experimentación dentro de la industria porque tiene fanáticos fieles que sostienen una producción de presupuesto medio (o bajo). Pero El conjuro está diseñada para catalizar no solo a ese público sino al que, no afín al género (o no cinéfilo), quiere comprar un susto una vez cada tanto.
Dónde ver las películas
- El conjuro, disponible en HBO Max
- El conjuro 2, disponible en HBO Max y Movistar Play
- El conjuro 3: el diablo me obligó a hacerlo, disponible en Amazon Prime Video
- Annabelle y Annabelle 2, disponibles en HBO Max y Movistar Play
- Annabelle vuelve a casa, disponible en Amazon Prime Video
- La monja, disponible en Amazon Prime Video y HBO Max
- La monja 2, disponible en salas de cine
- La maldición de La Llorona, disponible en Amazon Prime Video
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