Moana 2, una secuela innecesaria que conserva el deslumbrante brillo visual de la película original
El regreso de la aguerrida muchacha del Pacífico Sur no tiene demasiado para ofrecer más allá del enorme talento de sus animadores, porque casi todo fue contado en la primera película y queda muy poco por agregar
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Moana 2 (Estados Unidos-Canadá/2024). Dirección: David Derrick Jr., Jason Hand y Dana Ledoux Miller. Guión: Jared Bush, Dana Ledoux Miller y Bek Smith. Música: Mark Mancina, con canciones originales de Abigail Barlow, Emily Bear y Opetaia Foa’i. Edición: Michael Louis Hill y Jeremy Milton. Con las voces originales de Auli’i Cravalho, Dwayne Johnson, Rose Matafeo, Temuera Morrison, Khalessi Lambert-Tsuda. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 100 minutos. Calificación: apta para todo público. Nuestra opinión: buena.
En febrero pasado, Disney sorprendió al anunciar que Moana 2 llegaría a los cines en el último tramo de este año. Nadie esperaba en ese momento un regreso a gran escala (largometraje y estreno en pantalla grande) de una de las creaciones más felices del universo Disney durante la década pasada. De hecho, la novedad se conoció cuando todo el mundo daba por hecha la continuidad de estas aventuras animadas en el Pacífico Sur, a través de una serie pensada directamente para el streaming.
La continuidad de todo gran éxito del cine animado creado con el más alto perfil (y todos los recursos imaginables) por las grandes usinas creativas de Hollywood es inevitable. Y cuando esa cuerda que viaja hasta el infinito y más allá empieza a agotarse, desde los estudios se invoca siempre el mismo justificativo. “Hacemos una más –dicen- porque surgió una nueva historia irresistible que no podemos dejar de contar”. Dicho argumento también apareció aquí, aunque con otra intencion. Había que disimular una realidad bastante endeble. Después de lo que se contó en la película original (Un mar de aventuras, estrenada en 2016) no había mucho más para decir.
Ese relato de origen, notable por donde se lo mire, terminaba con la afirmación del amor profundo de la protagonista por su tierra (una indeterminada isla del amplio mundo de la cultura polinesia que se extiende de Hawai a Fiji), su familia y sus ganas de responder al llamado de la aventura, del descubrimiento, de escapar al instinto natural de aislamiento de su pueblo. La película termina con Moana de vuelta tras el triunfo de una oceánica odisea. Logró devolverle el corazón a la diosa Te Fiti y controlar los impulsos del arrogante semidiós Maui, el de los tatuajes con vida propia.
¿Había mucho más para contar después de eso? Quizás quedarse en la isla y mostrar, con episodios dirigidos a los más chicos, la interacción entre nuestra heroína, su entorno y las simpáticas mascotas de este mundo, el cerdito Pua y el gallo Heihei. Todo eso aparece insinuado en esta secuela, pero detrás de un eje narrativo que no hace más que repetir (sin necesidad) la idea fuerza original.
La excusa de este segundo capítulo es un hallazgo: Moana descubre por azar vestigios de una vieja maldición que amenaza el orden y la identidad de todo su ecosistema. Hay un antiguo personaje mítico detrás de esta anomalía y para restaurar el orden no le queda otra que emprender una larga y peligrosa travesía. En el medio de ella, por impulso o necesidad, los destinos de la chica y del mastodóntico Maui volverán a unirse.
¿Qué ocurre en el medio? Nada que sorprenda demasiado o, en todo caso, que mejore la experiencia original, algo que empieza a añorarse mientras avanza el viaje. La aventura nunca parece tener un destino claro. En su primera aparición, entendimos perfectamente que el gran enemigo de Moana era su propio temor a desafiar el mandato paterno. La victoria llega cuando la chica reconoce su esencia aventurera y el deseo de abrirse al mundo.
Aquí, en cambio, se insinúa la presencia de un villano que nunca se decide a aparecer (aunque habrá que esperar hasta las escenas post-créditos para entender algunas cosas al respecto), escondido detrás de la exagerada e innecesaria estridencia de un show de efectos visuales (luces, relámpagos, flashes, destellos, resplandores) que se agotan en sí mismos. En vez de avanzar hacia un destino comprensible, Moana y sus amigos parecen moverse en círculos, no muy lejos del punto de partida.
Moana 2 es un relato impersonal, ejecutado por diestros profesionales de la animación (hay tres directores debutantes) que están muy lejos de la inventiva y la lucidez de Ron Clements y John Musker, los autores originales. Pero mantiene una virtud indiscutible: la recreación de este mundo colorido de islas exuberantes, mares cristalinos y playas de arenas blancas es espléndida. Y cada uno de los personajes, desde el diseño y el movimiento, conserva la vital energía de aquella feliz primera aparición.
El disfrute, por lo tanto, está mucho más conectado con la presentación visual que con una trama que se sigue con mucha más indiferencia que atención. Hay varios puntos desaprovechados empezando por Pua y Heihei, dos personajes de enorme potencial cómico forzados a repetir los mismos chistes de la película original. También la música suena menos inspirada: nadie saldrá del cine recordando o tarareando alguna de las canciones originales. Lo único que despierta alguna curiosidad es la presencia en la banda sonora de algunos ritmos propios del Pacífico Sur, interpretados por el samoano Opetaia Foa’i.
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