Mickey Rooney: el pequeño gigante del Hollywood dorado
Muchos años antes de que los superhéroes se adueñaran de la pantalla grande y las taquillas globales, el cine tuvo una estrella gigante que apenas alcanzaba el metro sesenta de altura: un intérprete que debutó en las tablas a los 15 meses demostrando un excepcional talento para la actuación, el canto y el baile.
Mickey Rooney falleció ayer, a los 93 años, en su casa al norte de Hollywood, la ciudad que lo adoptó y lo volvió inmensamente popular y rico cuando todavía era un niño. A los 19 años, gracias a la serie de films en los que interpretaba a Andy Hardy, el perfecto chico norteamericano, Rooney era el rey de la industria del cine y ganaba la fortuna de 150 mil dólares por semana, suma que MGM le pagaba porque su nombre era garantía de venta de entradas.
Al igual que sus compañeras de elenco Judy Garland –aparecieron juntos en Hijos de la farándula y Los hombres no lloran, entre otros– y Elizabeth Taylor, con la que compartió el clásico Fuego de juventud , Rooney tuvo una vida personal que contrastaba con su imagen en pantalla.
A los 22 años, con el mundo –o al menos Hollywood– a sus pies, Rooney interpretaba al inocente Andy Hardy y cuanto papel similar apareciera en el horizonte de la pantalla, pero fuera de ella inauguraba su vida como marido serial (tuvo ocho matrimonios, como su amiga y colega Elizabeth Taylor) al casarse con Ava Gardner. La unión duró poco, pero no afectó su carrera como ídolo posadolescente. Sitial que sí comenzaría a tambalear cuando, luego de pasar dos años en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial (entreteniendo a las tropas aliadas), regresó al mundo del cine con la intención de jugar papeles de adulto.
La transición, que había sido difícil para estrellas femeninas como Taylor, Garland y Shirley Temple, probó ser igual de complicada para el actor, al que todos veían como el vivaz hijo del juez Hardy y que carecía de la estampa de galán de otros actores de la gran pantalla. Después de la gloria de los años 30 y 40, y al terminar su contrato con MGM, intentó establecerse como intérprete maduro, aunque salvo por el film de guerra El temerario y el valiente, que le consiguió su tercera nominación al Oscar –ganó dos, uno como actor juvenil en 1939 y otro honorario en 1983–, sus películas no lograron el éxito al que estaba acostumbrado desde la cuna.
Los sinsabores profesionales también complicaron su vida personal. La cadena de divorcios y su admitida pasión por las apuestas en las carreras de caballos (mundo que conoció en la pantalla gracias a sus papeles como entrenador en la mencionada Fuego de juventud y El corcel negro) lo llevaron a la bancarrota y a reiniciar su carrera como actor secundario en cine y en variados proyectos de TV.
Así, apareció como intérprete de reparto en los films de la década del sesenta Réquiem para un luchador, junto a Anthony Quinn; El mundo está loco, loco, loco, loco, de Stanley Kramer, y en Desayuno en Tiffany-Muñequita de lujo, donde se transformó en el señor Yunioshi, una versión caricaturesca del vecino japonés del personaje de Audrey Hepburn que, años después del estreno de la película, es considerado un retrato racista de la criatura creada por Truman Capote.
Sin dejar de trabajar incansablemente tanto en la pantalla grande como en la chica, Rooney protagonizó algunas series más bien olvidables e hizo apariciones especiales en films como Una noche en el museo y Los Muppets, películas dirigidas al público familiar.
Hijos, nietos y hasta bisnietos de quienes recuerdan el tiempo en que Rooney era la pequeña gran estrella de Hollywood.
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