Michael Moore: la pesadilla de Bush
Mañana se estrena "Fahrenheit 9/11", un film con el que el cineasta se convirtió en uno de los artistas más influyentes en los Estados Unidos
Miles de páginas en medios gráficos y de Internet, así como cientos de horas de radio y televisión, se han dedicado en los últimos dos meses a debatir el caso de "Fahrenheit 9/11" y la figura de su realizador, el inefable y siempre controvertido Michael Moore. Como ocurrió también este año con "La Pasión de Cristo", no hay analista cinematográfico ni opinador o columnista mínimamente reconocido de cualquier otro rubro que no haya caído en la tentación de dar su visión de la película y de su posible efecto en un año electoral. Héroe o villano, artista valiente o farsante/manipulador, víctima de la censura o líder mesiánico de un complot anti-Bush, Moore consiguió lo que siempre buscó: convertirse en un referente artístico, social y político, al punto de ser una de las figuras más temidas (incluso más que los líderes demócratas) por las huestes republicanas.
Showman experto en la autopromoción, el marketing mediático y el armado de controversias públicas, este hombre gordito, que con sus camperas chillonas y sus gorros de béisbol es casi el exponente prototípico del estadounidense medio, ha construido a partir de su sonrisa franca y de su discurso exaltado un personaje capaz de influir en cuestiones esenciales de la sociedad de su país. Así, en los últimos 60 días, Moore conmovió al mundo en todos los sentidos en que un cineasta y un largometraje pueden hacerlo:
- En lo artístico, se quedó con el prestigio que supone ganar la Palma de Oro a la mejor película en el mismísimo Festival de Cannes.
- En lo comercial, se vengó de todos los que lo abandonaron por temor a las represalias (empezando por la productora Icon, de Mel Gibson, y por el grupo Disney, que en un principio lo financiaron) y consiguió un enorme suceso comercial con una distribución independiente, casi artesanal. Hoy, su documental rodado con apenas 5 millones de dólares de presupuesto, acumula más de 80 millones de recaudación en apenas 17 días en cartel sólo en los cines norteamericanos, donde pronto superará la barrera de los 100 millones. Su arranque en Francia y en Gran Bretaña también fue arrasador, mientras que la Argentina, a partir de mañana, será el primer país de América latina en exhibir la película.
- En lo político, superó los boicots de activistas conservadores y de grupos económicos cercanos al presidente Bush, estrenó su "bomba artística lanzada contra la Casa Blanca" (definición de The Washington Post) y se convirtió en uno de los ejes ineludibles de la campaña electoral.
- En lo social, consiguió por primera vez llevar un documental de fuerte contenido ideológico a los multicines, habitualmente reservados al cine más superficial de entretenimiento y logró que el norteamericano medio, que generalmente sólo quiere evadirse con superproducciones de acción y consumir pochoclos y gaseosas, se atreviera a enfrentar durísimos testimonios sobre los abusos de las tropas aliadas en Irak o sobre el dolor de sus compatriotas heridos y de los familiares de los soldados caídos en combate. Mientras la audiencia de los documentales políticos no suele superar el pequeño círculo de activistas iniciados, se calcula que más de 20 millones de estadounidenses verán "Fahrenheit 9/11" en las salas y una cifra aún superior comprará o alquilará el VHS o el DVD tras su lanzamiento, pocos días antes de las elecciones de noviembre próximo.
La pregunta, inevitable, es: ¿se trata de un simple golpe de suerte, de la astucia de un oportunista? La respuesta es clara: Moore no es ningún novato ni mucho menos un improvisado, ya que tiene una carrera televisiva, literaria y cinematográfica que lo ha elevado de manera progresiva al sitio de enfant terrible que él siempre buscó.
Golpe tras golpe
Su primer gran golpe fue en 1989 con "Roger & Me", largometraje en el que denunciaba al por entonces gerente de la General Motors por el cierre de la fábrica ubicada en su pueblo natal de Flint, Michigan, que provocó el despido de 30.000 trabajadores y un brutal empobrecimiento de la zona. Todavía mayores resultaron sus logros y sus repercusiones con "La gran pregunta" (1997), sobre los abusos de las multinacionales que obligó a Nike a terminar con el trabajo infantil en Indonesia. Luego llegó el éxito mundial (premio en Cannes y Oscar incluidos) con "Bowling for Columbine", implacable acercamiento a la violencia, el armamentismo y el intervencionismo estadounidense.
En la televisión, Moore tuvo un exitoso paso por las cadenas NBC y Fox como productor, guionista, director y conductor del ciclo "TV Nation" (ganador del premio Emmy). Sus mordaces retratos sobre las contradicciones de la "modélica" democracia norteamericana se trasladaron en 1999 y 2000 a la señal de cable Bravo con "The Awful Truth", una notable serie de investigaciones (una combinación perfecta entre "Punto.doc" y "CQC") que aquí se vio en Film & Arts con el título de "La cruel verdad". Su popularidad se extiende también al mercado editorial, donde libros como "¿Qué han hecho con mi país?" o "Estúpidos hombres blancos" encabezaron durante meses las listas de obras más vendidas en buena parte de las capitales del mundo.
En el caso de "Fahrenheit 9/11", podrá discutirse la mayor o menor jerarquía y rigor de algunos documentos presentados, pero también es irrefutable el hecho de que nadie se había animado hasta ahora a mostrar imágenes tan extremas y significativas como las que aparecen durante las dos horas de metraje. Los debates ideológicos, estéticos e incluso morales de cada una de las decisiones artísticas de Moore serán inevitables y muy disímiles a partir de las posturas políticas de quien los protagonice. Pero nadie podrá quitarle el mérito de haber sido el primero en mostrar a su pueblo testimonios que incluso las grandes cadenas de televisión (auto) censuraron.
En diálogo con LA NACION, durante una entrevista concedida en el hotel Majestic-Barrière durante el último Festival de Cannes -al que llegó con una comitiva de 26 personas-, Moore indicó que "hay mentiras que son imperdonables. Las principales cadenas de TV, como la CNN, Fox, CBS, ABC o NBC, gastaron cientos de millones de dólares para cubrir con un gran equipo de enviados especiales y con un fuerte respaldo tecnológico el día a día de la guerra en Irak, pero no mostraron absolutamente nada de lo que allí realmente ocurría. Los vejámenes a los que los soldados norteamericanos sometieron a los iraquíes se produjeron a plena luz del día y fueron filmados por camarógrafos free-lance, en su mayoría de ONG extranjeras. Tampoco es difícil conseguir imágenes de las víctimas de un bombardeo indiscriminado sobre un área civil, se trata simplemente de tener la decisión política de mostrarlo. Pero bajo la excusa de un supuesto patriotismo, los periodistas se convirtieron en meros voceros de los jefes militares. Por suerte, la misma mentira que en el caso de Vietnam tardó muchos años en salir a la luz, aquí se conoció muy rápido.
-Usted obtuvo esas imágenes de abusos a los iraquíes mucho antes de que se conocieran las revelaciones sobre los excesos en la cárcel de Abu Ghraib. ¿Por qué no hizo una denuncia pública en vez de guardar las imágenes para su película?
-Yo tuve esas imágenes en mi poder durante más de dos meses, así que sabía perfectamente qué es lo que estaba pasando en Irak. Pero, más allá de algún diario un poco más crítico como The New York Times, en mi país imperaba hasta hace poco tiempo una gran autocensura y cerrazón informativa. Por lo tanto, no tenía ninguna garantía de que esas imágenes salieran al aire. Además, yo no soy un periodista sino un artista, y puedo mostrar los testimonios que obtengo de la manera que mejor me parezca. Creo que fue una decisión sabia guardar todos los documentos que ofrece "Fahrenheit 9/11" para que la película tuviera la potencia que finalmente consigue.
-¿Cómo cree que se tomarán en su país los testimonios de los soldados heridos que se sienten engañados en los hospitales Walter Reed y Blanchfield Army Community, y el caso de Lila Lipscomb, madre de un muchacho asesinado en el frente que pasa del patriotismo probélico a la queja y al dolor absolutos?
-Prácticamente nadie pudo acceder hasta ahora a esos hospitales, donde los soldados permanecen acallados, casi como si estuvieran confinados, secuestrados en una cárcel. Ellos han perdido una pierna, un brazo y la cordura. Están todo el tiempo drogados con morfina para soportar el dolor. Nadie se ocupa de su situación y cuando los pude entrevistar se quebraron, contaron su sensación de haber sido usados para una guerra basada en la mentira, que no era la suya, y de ahora estar abandonados a su suerte. La historia de Lila Lipscomb, una vecina de Flint, es la de una típica exponente del nacionalismo patriótico que apoya a la administración Bush y se burla de los activistas antibélicos hasta que su hijo muere en el frente y, tras ser tratada con total frialdad y desinterés por las autoridades, siente en carne propia el sinsentido de una guerra como ésta. Su caso es muy interesante, porque sintetiza de alguna manera el sentir de buena parte de la sociedad norteamericana desinformada y manipulada por una muy inteligente y sofisticada campaña de publicidad instrumentada por Bush y sus asesores. Pero los soldados muertos en Irak ya son más de 1000 y los heridos varios miles más. Son cifras tan contundentes que ningún experto en marketing puede disfrazar o encubrir.
¿Obra de arte o panfleto?
-Muchos analistas criticaron en estos días la manipulación que usted hace de ciertos datos y la utilización de informaciones que ya habían sido difundidas previamente por otros medios. ¿Qué piensa de esos cuestionamientos?
-A mí me suelen pegar desde la derecha casi por deporte. Pero me duelen más los dichos de Jean-Luc Godard (N. de la R.: lo calificó de "más ignorante que Bush"), ya que ni siquiera se tomó el trabajo de ver la película, mientras yo crecí difundiendo sus películas y sus ideas en mi ciudad. Todos mis testimonios están avalados por imágenes o por documentos que aparecen en cámara. Es obvio que yo intento demostrar lo mal que Bush ha manejado su gobierno y la guerra, y por lo tanto hay una intención de influir en el espectador. No pretendo ser objetivo ni ecuánime. Mi película tiene objetivos políticos concretos, como lograr que se produzca un cambio cualitativo y cuantitativo que permita terminar con este régimen en las elecciones de noviembre.
-O sea que usted hizo un panfleto antes que una obra de arte...
-Yo hice una obra de arte que puede ser vista por ciertos sectores como panfletaria o demagógica. Si quisiera hacer sólo un panfleto, entonces sería mejor que me presentara como candidato. Mire: yo tengo una sensibilidad de clase media baja, de clase trabajadora, populista. Yo hago películas para la gente común, no para los políticos o los intelectuales que se regodean con sofisticados ensayos que después lee una minoría de iniciados. La izquierda se ha quedado en la declamación, en la denuncia hueca, ha perdido por completo la capacidad de seducir al pueblo. Tampoco le queda ni un atisbo de sentido del humor. Yo apelo al humor porque le hablo al hombre que va con su esposa un sábado a la tarde a un shopping y elige dedicarme dos horas a mí y no a "Shrek 2". Contra eso compito y ese es mi primer objetivo. Mi misión es entretenerlos, justificar los 10 dólares que pagan por la entrada. Luego, si además consigo conmoverlos, sacarlos de su letargo y que a la salida corran a registrarse para votar en las elecciones y así cambiar el penoso estado de las cosas, entonces habré conseguido un objetivo todavía más importante y de mayor compromiso y alcance social. Con sólo influir en una pequeña parte del 50 por ciento de la población que no vota se puede generar un cimbronazo suficiente como para que Bush tenga que abandonar el poder.