Michael Keaton: el eterno retorno de un actor que cambió de identidad y vuelve a calzarse el traje de superhéroe
A los 71 años, el protagonista de Beetlejuice aceptó ponerse nuevamente en la piel del encapotado para una muy esperada participación en el film Flash, de Andy Muschietti
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“¿Y conseguiste lo que querías de esta vida, pese a todo?”. Poeta, escritor de cuentos y ensayista, con esa frase del Late Fragment decidió grabar su tumba Raymond Carver. Ese poema crepuscular es lo primero que se puede leer en Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia), la película de Alejandro G. Iñárritu que en 2015 ganó el Oscar a mejor película y resucitó la carrera de Michael Keaton. La historia es la de un hombre (mejor dicho: un actor) que se siente atrapado, encasillado, en el rol de un superhéroe que interpretó varias veces para el cine. Tiene que soportar entrevistas con periodistas que solo le preguntan por frivolidades: secuelas, taquilla, cuestiones de su vida íntima, o intentan hacer analogías con aires de erudición comparando al cine de superhéroes con tragedias griegas. Podría ser la historia del protagonista de Birdman, detrás y delante de la pantalla.
Michael John Douglas nació en 1951, en Estados Unidos. A los 18 años decidió que quería hacer su carrera como actor y empezó a forjar su camino en la comedia. Pero se encontró con su primer obstáculo: ya existía un actor reconocido que se llamaba Michael Douglas. Para evitar conflictos con el sindicato de actores, se cambió el nombre a Michael Keaton. Negó, como le atribuyeron ciertos rumores, haber elegido ese apellido en honor a dos leyendas del cine como Buster o Diane. Según él, abrió la guía telefónica en la letra K y, en el primer apellido que vio, dejó de buscar.
En 1982 le llegó coprotagonizó su primera comedia, Servicio de noche, una película de enredos donde unos adolescentes quieren iniciar un negocio de prostitución en una morgue. Keaton empezó con un sucedo moderado que le sirvió para empezar a forjar su camino en Hollywood. Señor Mamá, Johnny Dangerously y otros títulos más lo ayudaron a solidificar su imagen como comediante.
Un cómico en las retorcidas fantasías de Tim Burton
Sacando Servicio de noche, dirigida en ese momento por el todavía novato Ron Howard, el primer llamado para colaborar con un director de renombre a Keaton se le presentó con La rosa púrpura del Cairo, el clásico de Woody Allen. Keaton filmó sus escenas junto a Mia Farrow, pero a último momento Allen decidió que el actor tenía un aspecto “demasiado moderno” y lo reemplazó por Jeff Daniels.
David Cronenberg intentó convocar al actor de comedias románticas y juveniles para darle el protagonismo en La mosca, la remake de horror sobre cuerpos putrefactos. Keaton rechazó la oferta. También le dijo que no a un cineasta excéntrico, no reconocido, que cultivaba una estética entre la melancolía dark y la sensibilidad gótica: Tim Burton. Keaton admitía no entender el guion que le había presentado Burton; se trataba de una pareja de fantasmas celebrando nupcias, a la vez auxiliada y atormentada por un ser ordinario y grotesco. El título era tan incomprensible como el argumento: Beetlejuice.
Luego de ver La gran aventura de Pee-Wee, la película anterior de Burton, Keaton aceptó la propuesta. El actor se involucró de lleno en el proceso creativo, aportando sus propias ideas para el maquillaje de su personaje, un cadáver ambulante maniático que tiene un humor macabro. “Desde una perspectiva artística no sé cómo se puede hacer algo mejor que esta película. Es original, única. Si piensan en el proceso de tomar algo de la mente de una persona para trasladarlo a la pantalla grande, es incomparable”, explica Keaton, que elige a Beetlejuice como su película favorita de todas las que hizo. El film fue un éxito en 1987. pero no se podía comparar con el fenómeno que se acercaba.
El Batman que nadie quería
Aunque el regreso de Keaton como Batman en Flash fue recibido con ovaciones y fanáticos gritando de emoción en YouTube, cuando se anunció en 1989 que iba a protagonizar al vigilante encapotado, la reacción del público fue muy distinta.
Los fanáticos del hombre murciélago decían que Keaton no tenía el físico necesario para ser el superhéroe. Citaban, además, su pasado como actor cómico para desacreditar de antemano la visión oscura y gótica que proponía Burton. Ni siquiera Michael Ulsan, uno de los productores de la película, creía en Keaton: estaba convencido que ese error de casting les iba a costar perder la taquilla. Pero el estreno de Batman fue un éxito. A nivel mundial, quedó segunda en recaudación, detrás de Indiana Jones y el templo de la perdición. Con Jack Nicholson, Kim Bassinger y la inolvidable melodía de Danny Elfman, la nueva versión de Batman relegaba la visión camp y colorida de la versión de Adam West.
Aunque los cines se llenaron para ver la primera película, el propio director no quedó satisfecho. Admitió que la película le parecía “aburrida” y que era más “un fenómeno cultural que una gran película”. Con Keaton de nuevo como el enmascarado, esta vez enfrentando a la Gatúbela de Michelle Pfeiffer y al Pingüino de Danny DeVito, y con más libertad creativa para Burton, la secuela, Batman regresa, no tuvo el mismo éxito que la primera. Burton y Keaton finalmente se alejaron de los nuevos proyectos.
Birdman: la vida como una sombra pasajera
“Una cosa es una cosa, no lo que se dice de esa cosa”, es la frase de Susan Sontag que está justo en el espejo del camarín de Rigan, el protagonista de Birdman. Los espejos tienen un rol simbólico central en la historia que Alejandro G. Iñárritú pensó junto a los argentinos Nicolás Giacobone y Armando Bo Jr. Michael Keaton es Riggan Thompson. Un actor que busca el prestigio perdido en la ciudad de las luces, en Broadway, en el corazón de Times Square, tratando de hacer una adaptación teatral de la obra de Raymond Carver, ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?, pero termina poniéndose en ridículo la mayoría de las veces frente a la audiencia, frente a sus colegas, su hija y su exesposa, dos mujeres que le hacen notar lo egoísta que es.
El humor negro con el que Birdman representa el drama existencialista de un actor de Hollywood que confunde el prestigio con la fama puso a Keaton de nuevo en el centro de la escena. Habían pasado dos años del estreno de Los vengadores y el cine de superhéroes empezaba a ocupar (y llenar) todas las pantallas de cine en el mundo entero.
Birdman fue una de las primeras películas críticas contra la voracidad con la que Hollywood deglute fenómenos culturales, con Spider-Man y Transformers danzando sobre el escenario en secuencias oníricas. La película ganó el Oscar, Keaton tuvo su primera nominación como actor protagónico (perdió contra Eddie Redmayne, por La teoría del todo) y hasta enamoró a personalidades más allá del mundo del cine, como el escritor Haruki Murakami, que la calificó como “la mejor película de 2014″. Aunque Keaton, en 1997, hizo un rol secundario Jackie Brown, la película de Quentin Tarantino (que fue revalorizada años después), no protagonizaba ningún éxito crítico y comercial desde Batman. Con Birdman volvía a estar en el centro de la escena.
Apenas un año después del estreno del film, Keaton volvía a protagonizar una película alabada por la crítica: En primera plana. La investigación periodística sobre los casos de pedofilia encubiertos por el Vaticano puso al actor, de nuevo, en otra película ganadora del Oscar.
Murciélagos, pájaros y buitres: de nuevo al cine de superhéroes
Pero no todos estuvieron contentos con Birdman. Robert Downey Jr. se mostró molesto tanto con la mención que hace él Birdman, como con las declaraciones del director, que calificó al cine de superhéroes como “genocidio cultural”. “Una persona cuya lengua materna es el español y puede articular una frase como ‘genocidio cultural’, habla de lo brillante que es”, dijo Downey Jr. sobre los comentarios de Iñárritu. Dentro de la pantalla, Downey Jr. se enfrentaría, años después, con Michael Keaton, en una historia de superhéroes.
“Sé que la gente no va a creer esto, pero nunca vi ninguna de esas películas (de superhéroes), de Marvel u otras, completas. No digo esto para parecer sofisticado. Miro muy pocas cosas. Tengo otras cosas para hacer”, decía Keaton cuando le preguntaban por su regreso al cine de cómics. Otra vez en el rol de un plumífero encapotado: el Buitre, el enemigo del Hombre Araña de Tom Holland. En Spider-Man: de regreso a casa, el Buitre de Keaton es un villano que resiente el éxito de Iron Man, el hombre de hierro de Robert Downey Jr.
El fundador, la película biográfica sobre el creador de McDonald’s que protagonizó Michael Keaton, fue un fracaso comercial en 2016. Difícil saber si esa fue una de las decisiones que motivó, un año después, el regreso de Keaton al cine de cómics.
“¿Qué estoy haciendo mal? ¿Por qué siempre le ruego a la gente que me ame? Solo quería ser lo que vos querías que fuera. Ahora paso todos los días intentando ser alguien que no soy”, actúa Riggan (en calzoncillos, fuera del escenario) en una de las presentaciones más accidentadas que ocurren en Birdman. ¿Qué es lo que busca Riggan? ¿Fama, admiración, sentirse relevante, ayudar al arte? ¿Convertirse en tendencia para sumar seguidores en la época de Twitter y las redes sociales? ¿Llegar a la tapa de los diarios? Cuando Birdman comienza con la cita de Raymond Carver, la frase del Late Fragment se va desvaneciendo hasta que, por un segundo, solo pueden leerse cuatro letras en la pantalla: A-M-O-R.
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