Mi amigo robot, una joya animada sobre el amor y el tiempo que emociona a todas las edades
El film animado del español Pablo Berger es uno de los candidatos al premio de la Academia; cuenta la historia de la relación de un perro y un robot sin diálogos y con una sutileza infinita
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Mi amigo robot (España/2023) Dirección: Pablo Berger. Guion: Pablo Berger sobre la novela gráfica de Sara Varon. Edición: Fernando Franco. Música: Alfonso de Villalonga. Calificación: apta para todo público. Distribuidora: Cinetopia. Duración: 103 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Las apariencias engañan, pero en el caso de Mi amigo robot, no tanto. Es una película infantil, por cierto, en la medida en que su sensibilidad, su acercamiento lúdico a problemas profundos, su diseño, su ritmo y su fantasía se asemejan a cómo un niño inventa un cuento. Es decir, “infantil” en el más noble sentido del término: que los espectadores recuperen por un rato aquel estado de fascinación constante. De hecho, los chicos muy chicos -le consta a este crítico- la entienden y disfrutan. Pero el film del español Pablo Berger (especialista en la farsa fantástica desde Blancanieves y Abracadabra) es otra cosa: la historia de un matrimonio que comienza y termina, y qué se hace -en cierto sentido, literalmente- con los pedazos de una pareja.
Narrada sin diálogos -algo que suma a la comprensión total de su trama por parte de cualquier persona, edad aparte-, cuenta cómo Dog, un perro que vive en la Manhattan de los primeros ochenta, dolido por la soledad, compra y ensambla un robot que se convertirá en mucho más que su amigo. Ambos se complementan y la vida gana color y música cuando están juntos. Un accidente trivial obliga a Dog a dejar al robot varios meses en una playa. Como pasa con ciertos matrimonios donde el amor no alcanza para sobrellevar desastres, cada uno tratará de sobrellevar ese tiempo como pueda: Dog pensando alternativas y tratando de sobrevivir incluso con nuevas relaciones; Robot soñando y relacionándose con el mundo desde su forzada quietud. La última media hora muestra cómo se termina un duelo, se recogen los pedazos, se reconstruye cada uno y aprende -con nuevos amigos- a seguir adelante sin olvidar las felicidades pasadas. No hay spoiler aquí.
El diseño claro, cercano a la historieta europea, el ritmo cómico más cercano a Jacques Tati (Dog es muy Hulot) que a la comedia estadounidense, los pequeños detalles y gags dentro de planos generales, el ambiente colorido donde la oscuridad se representa con tonos puros, juegan a veces al contraste y a veces al complemento de las emociones de estos personajes. No faltan la crueldad y el drama, pero están tratados con sordina, como fatalidades del mundo a las que todos nos enfrentamos.
Si el desenlace es absolutamente satisfactorio, también es complejo: un adulto lo vivirá con un nudo en la garganta; un niño, con la naturalidad de descubrir que, después de todo, vivimos en el tiempo y el tiempo cura las tristezas y fija las felicidades. La apariencia infantil engaña; las sutilezas adultas, también. La fantasía aparece con una naturalidad poco frecuente, un dato específico y creíble en ese paisaje donde, salvo por dos robots y un hombre de nieve, todos los personajes son animales, y a la hora de pensar en la mentada “integración”, las diferencias de especies no impiden relaciones de cualquier tipo: hábil y sutil mecanismo surgido de la mejor tradición del cartoon clásico. El equilibrio perfecto de forma y fondo transforman a Mi amigo robot en esa rara avis: un film realmente para todo público.
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