Metro-Goldwyn-Mayer, que vivió su esplendor entre la década de 1930 y la Segunda Guerra Mundial y fue la cuna de grandes musicales y clásicos inolvidables, hoy busca su destino en manos de Amazon
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La vida de Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) empezó hace 100 años. Y a pesar de todo, este nombre propio del cine clásico, que llegó a ser líder y emblema indiscutido de la industria de Hollywood en su época de oro, sigue su marcha. No se resigna a ocupar un lugar relevante después de quedar en las últimas décadas rezagado y degradado frente a sus pares, a merced de los avatares del mundo financiero.
En medio de esa exposición, el estudio estuvo más de una vez al borde de la desaparición. Pero sigue vivo y presente en la vida cotidiana de quienes siguen desde un cine en contacto con los grandes nombres de Hollywood. La imagen del león rugiente de la Metro, sin ir más lejos, es lo primero que verán quienes se acerquen a alguna sala de nuestro país a partir del próximo jueves 25 para ver Desafiantes (Challengers), la nueva película de Luca Guadagnino, con Zendaya, Josh O’Connor y Mike Feist.
Ante un presente tan inestable, tal vez haya sido la historia lo único que mantuvo con vida a MGM desde su creación en 1924. Y quizás ese poder simbólico (además de unas cuantas razones bien concretas) fue lo que llevó a Amazon a decidir su compra. Lo que el gigante del comercio electrónico ahora tiene en sus manos es un fragmento esencial e intransferible del patrimonio de Hollywood a lo largo de casi un siglo, que continúa hasta hoy conservando su clásica identificación. El histórico e imperecedero cuadro con el rugido del león y el anillo hecho de rollos de película (con sus clásicas perforaciones) en el que se destaca la leyenda “Ars Gratia Artis”. El arte por el arte mismo. El arte por excelencia.
La Metro era el estudio que tenía “más estrellas que en el cielo”, frase acuñada por un publicista del estudio que pasó a ser realidad y quedó inscripta para siempre en la memoria de Hollywood. Así lo demostró en 1949, cuando MGM reunió a todas sus figuras en una comida escenificada de manera imponente para celebrar sus primeros 25 años. Cada una llegaba al lugar y era anunciada como en los antiguos bailes de etiqueta. El desfile de nombres resulta imponente. Visto con la mirada de hoy, todo parece envuelto en un aura de leyenda.
Hace un siglo exacto empezó a escribirse la historia de la Metro. En 1924, tres productoras de películas acordaron amalgamarse bajo una sola conducción. El 17 de abril de ese año quedó formalmente sellada la unión entre la Metro Picture Corporation (fundada en 1915), la Goldwyn Picture Corporation (creada en 1917) y Louis B. Mayer Pictures (nacida en 1918). Todo bajo el control financiero de Loew’s, Inc., propietaria de una amplia cadena de cines y manejada por otro poderoso hombre del Hollywood de entonces, Nicholas Schenck.
En ese acto nacieron “los mayores estudios de cine que el mundo jamás haya conocido”, según las crónicas de la época. Y comenzó al mismo tiempo la historia de “un reino turbulento con sus propias normas y su propia mitología”, en palabras de Patrick Stewart, anfitrión de un documental de seis horas sobre la historia de MGM que Turner Pictures produjo y estrenó en video en 1992 con el título de When the Lion Roars (Cuando ruge el león)
En las siguientes décadas, la Metro fue el nombre que el mundo más identificó con el esplendor de Hollywood en su época dorada. No tuvo rival entre sus pares sobre todo en el período que se extiende desde 1930 hasta fines de la Segunda Guerra Mundial. Y en la década del 50 logró mantener ese predicamento gracias a sus insuperables películas musicales. Aunque por entonces ya empezaban a asomar los primeros indicios de un ocaso que se haría cada vez más pronunciado. Empezaba el tiempo caracterizado en el documental When the Lion Roars con el título de una gran película de 1968, El león en invierno.
El crecimiento extraordinario de MGM que siguió a su creación como estudio se debió a la impronta conjunta de dos figuras que dejaron su sello en la historia de Hollywood: Louis B. Mayer e Irving Thalberg. Cuando se constituyó MGM, Mayer fue designado vicepresidente ejecutivo, algo así como un CEO de estos días. Su conducción personalizada quedó a la vista durante el siguiente cuarto de siglo. Thalberg, elegido vicepresidente de producción con apenas 25 años, fue el mayor prodigio de toda la historia del cine estadounidense. Se convirtió en el artífice y el responsable de todas las instancias de producción de las películas del estudio, tarea que ya había mostrado anteriormente en Universal, donde se ganó el título de “joven maravilla” (Boy Wonder).
Thalberg era único en su tipo. Mayer lo había convocado en 1923 cuando trabajaba en los estudios Universal y un año después resultó el verdadero autor de la alianza que aquel 17 de abril de 1924 alumbró en Hollywood un nuevo gran nombre, capaz de llegar más lejos que ningún otro en el ejercicio simultáneo bajo una misma conducción de los tres pilares de la industria del entretenimiento: producción, distribución y exhibición. Thalberg tenía en ese momento 24 años.
Ninguna otra persona en la industria del cine de entonces reunía todos sus atributos: talento para administrar recursos, una capacidad sin igual para organizar las tareas de producción con la máxima eficiencia y una notable intuición para desarrollar ideas y transformarlas en historias narradas a través del cine. Con el tiempo, la figura de Thalberg se convertiría en el modelo de F. Scott Fitzgerald para el personaje central de El último magnate (1976), de Elia Kazan.
Pero el productor estrella de MGM tenía un problema insalvable: su endeble salud. Enfrentó desde su nacimiento problemas físicos de todo tipo, sobre todo en el corazón, y los médicos en un momento le aseguraron a su familia que no iba a sobrevivir más allá de los 30 años. El diagnóstico llevó a Thalberg a acelerar todavía más el camino laboral que lo llevaría a concretar su vocación y convertirse en uno de los grandes protagonistas de la industria del cine de su tiempo.
Con el tiempo, el círculo empezó a cerrarse de la peor manera, porque el método de trabajo de Thalberg no hacía más que complicar un cuadro de salud cada vez más frágil. Se hizo cargo personalmente de exigentes producciones durante los doce años que dedicó a MGM. Esas producciones respondían a un plan ambicioso y sin precedentes que había fijado el estudio para sostener su poderío. MGM tenía que hacer una película por semana. Murió a los 37 años, dejando de manera póstuma su último trabajo: La buena tierra (1937).
El estudio quedó en manos exclusivas de Mayer, decidido a profundizar con un manejo personalista los objetivos que se había fijado desde un comienzo para llevar a MGM a la cumbre del poder en el Hollywood de un siglo atrás. La primera muestra de ese temperamento era la expansión física y geográfica del estudio, que en su momento de apogeo llegó a ocupar 18 hectáreas en Culver City, una de las poblaciones que integran hoy el condado de Los Angeles. Ese imponente espacio contaba, además de los estudios, con su propio departamento de policía y de bomberos y un hospital.
En ese lugar, Mayer se ocupaba de tomar las grandes decisiones y ponerle el broche a cada película, así como de sumar un elenco sin parangón de estrellas comprometidas bajo contrato a dedicarse con exclusividad al estudio. Ese plantel estable, manejado por Mayer con mano de hierro (puede certificarlo la historia de Judy Garland y de Mickey Rooney, dos de las figuras más populares, vinculadas al estudio casi desde la infancia) fue decisivo para que MGM se convirtiera en el estudio más poderoso de su tiempo. En ese Hollywood regido por el star system, siempre tenía más estrellas que los demás.
Además de Garland y Rooney integraron esa nómina desde el principio nombres como Joan Crawford, Clark Gable, Lionel Barrymore, Marie Dressler, Jean Harlow, Norma Shearer (esposa de Thalberg), Marion Davies, Spencer Tracy y sobre todo Greta Garbo, la diva que supo salir airosa del tránsito del cine mudo al sonoro. Garbo fue el mayor ejemplo de fidelidad estelar hacia el estudio que la tenía contratada. Nunca dejó MGM durante los quince años en los que trabajó en Hollywood, entre 1926 y 1941. No todos los astros del cine mudo tuvieron esa suerte. Muchos vieron terminar sus carreras casi de un día para el otro como John Gilbert, el galán por excelencia del cine mudo (su único rival en la pantalla era Rodolfo Valentino) y de Garbo en sus comienzos. Las dificultades para adaptar su voz a lo que el público esperaba de él y un enfrentamiento personal cada vez más duro con Mayer derrumbaron a Gilbert, que murió en 1936 de un ataque al corazón.
Tras la muerte de Thalberg el estudio fue manejado durante los siguientes 20 años con mano de hierro por Mayer, bajo cuya conducción el estudio extendió su presencia dominante en Hollywood. Nacido como Lazar Meir en las afueras de Kiev en 1885, era hijo de un chatarrero que emigró a América del Norte, estableciéndose primero en Canadá y luego en los Estados Unidos. Al quebrar la empresa familiar comenzó a trabajar como boletero en un cine de Nueva York.
Allí empezó su carrera hacia el poder absoluto. Cuando lo alcanzó, Mayer estaba convencido de que “era el dueño de las almas de sus estrellas así como de sus imágenes en movimiento durante los siete años de contrato que firmaban con él”, según escribió el gran crítico y ensayista británico David Thomson, uno de los autores que mejor analizó su personalidad.
Citando a su hija Irene, Thomson decía que Mayer “a veces confundía su figura con la de Dios” y que a veces en el estudio era considerado un impostor. “El mejor actor que jamás pasara por la Metro Goldwyn Mayer”, comentaban en voz baja. Pero al mismo tiempo tenía un costado sensible y auténtico (“lloraba lágrimas reales porque estaba inspirado por sus propios sueños”) que contrastaba con los aspectos más duros de un temperamento que podía ser inequívocamente “cruel y violento”. Amo y señor de todas sus películas, podía encumbrar a ciertas figuras y arruinar al mismo las carreras de quienes pretendían mantener algún espíritu independiente, como ocurrió con Buster Keaton. Los hermanos Marx tuvieron más suerte en ese terreno, ya que su carrera (que algunos consideraban terminada) revivió gracias a las películas que Groucho, Harpo y Chico hicieron para MGM. De hecho, llegaron a aparecer una vez rugiendo en lugar del león.
Mayer necesitaba que la vida pública y la privada de sus estrellas se alinearan por completo. La tarea estuvo a cargo del histórico jefe de publicidad del estudio, Howard Strickling, encargado de adaptar todas las crónicas e informes periodísticos de la época a la construcción de la imagen perfecta de los astros y las estrellas de la Metro. “Se concertaban o destruían romances, se provocaban fugas y hasta se inducían abortos en Tijuana”, escribió con elocuente malicia Kenneth Anger en el segundo tomo de su clásico Hollywood Babilonia.
William Haines, una de las primeras estrellas en aparecer dentro del firmamento de MGM, es el mejor ejemplo de aplicación de ese código tan estricto. En su prolífica carrera dentro del estudio (llegó a hacer media docena de películas por año) se transformó en prototipo del galán arrogante y desprejuiciado hasta que conocía a una chica que conseguía frustrar todos sus sueños.
Esa imagen viril tambaleó con los primeros rumores de que Haines era homosexual, como realmente ocurría. De inmediato, el riguroso Strickling le inventó un romance con Pola Negri, gran diva de la época. Todo se derrumbó cuando Haines fue arrestado en una sede de la Asociación Cristiana de Jóvenes de Los Angeles por la Brigada del Vicio que funcionaba dentro de la policía local. Estaba allí junto a un marinero de la Armada estadounidense, diez años menor. Mayer despidió de inmediato al actor y se aseguró de que ningún otro estudio de Hollywood lo contratara. No fue el único caso.
En tiempos de Thalberg, MGM contaba con recursos financieros ilimitados para llevar adelante producciones colosales como la primera versión de Ben Hur (1925), de Fred Niblo, en la que llegaron a participar 150.000 extras y fue la experiencia inicial del Technicolor en la historia del cine mundial. Otros títulos destacados fueron The Big Parade (1925), Anna Christie (primera película sonora de Greta Garbo en 1930), Gran Hotel (1932), Cena a las ocho (1933), La viuda alegre (1934), ¡Viva Villa! (1934), David Copperfield (1935), la primera versión de Motín a bordo (1935), La dama de las camelias (1936) y La buena tierra (1937).
Con Mayer al comando surgieron de MGM producciones como Lo que el viento se llevó (a cargo de David O. Selznick) y El mago de Oz, ambas en 1939; Pecadora equivocada (The Philadelphia Story, 1940), Ninotchka (1939), Rosa de abolengo (1942) y Madame Curie (1943), así como exitosísimas películas narradas en serie como las aventuras de Tarzán (con el descubrimiento de Johnny Weismüller) y las historias del juez Andy Hardy (Lewis Stone) y su hijo (Mickey Rooney).
El poderío del estudio quedó a la vista desde el control, en el más amplio sentido del término, de la vida de sus estrellas. En algunos casos hasta llegó a inventarles un nombre. El ejemplo más conocido es el de Hedy Kiesler, la actriz austríaca que al llegar a Hollywood aceptó que la Metro tomara la decisión en transformarla en Hedy Lamarr. Cuentan que la decisión fue tomada en persona por Mayer, gran admirador de la actriz Barbara La Marr (1896-1926), una destacada figura del estudio en la época muda, para mantener vivo ese apellido.
La otra cara de ese control tan estricto quedó por primera vez a la vista cuando Judy Garland falleció en 1969. En ese momento aparecieron las primeras revelaciones sobre el calvario que la actriz sufrió desde que se sumó a la Metro a los 13 años. Cuentan que el propio Mayer se encargó de la audición y quedó impresionado como pocas veces por el talento artístico y las dotes vocales de la precoz estrella. Para rendir más, el estudio forzó a Garland a consumir ciertas drogas y fármacos que no tardarían en convertirse en una adicción. Judy, la biopic que le dio a Renée Zellweger en 2020 el Oscar a la mejor actriz por su personificación de Garland, expone sin vueltas el caso con detalles muy precisos.
A los 16 años, Garland protagonizó el gran papel de su vida en El mago de Oz, uno de los títulos que más y mejor identificaron a MGM en toda su historia. Su famoso personaje, Dorothy, era mucho menor que ella y Mayer, desde el principio de esa producción, quería a toda costa para el papel a Shirley Temple, la gran estrella infantil de la época que para ese momento tenía 9 años, la edad requerida para hacer honor al relato.
Pero Temple estaba en ese momento bajo contrato con 20th Century Fox y Darryl Zanuck, el hombre fuerte del ese estudio, se negó a cederla e intercambiarla (como era habitual en esos tiempos) por otras figuras. Mayer le ofrecía a Fox durante ese tiempo los servicios de Clark Gable, su gran figura masculina, bautizado en 1937 como el “rey de Hollywood”, y Jean Harlow. Pero el inesperado fallecimiento de Harlow y de Thalberg fortalecieron la persistente negativa de Zanuck. MGM recurrió entonces a Garland, que empezaba cada jornada de rodaje con una visita al departamento de vestuario para que le disimularan o escondieran a la fuerza el busto y así dar una imagen mucho más infantil.
Cinco años después, en 1944, otro gran éxito de Garland, el extraordinario musical de Vincente Minnelli La rueda de la fortuna (Meet Me in St. Louis), dejó el recuerdo de otro episodio relacionado con la vida de los actores infantiles de La Metro. La otra gran figura de la película era Margaret O’Brien, que en ese momento tenía siete años. Durante el rodaje una escena le exigía llorar, pero al parecer las lágrimas nunca salían de su rostro. Para resolver el problema, Minnelli le contó a la niña en plena filmación que muy cerca de allí un pequeño perro enfermo iba a ser sacrificado porque sufría mucho y no había manera de curarlo. “El perro está a punto de morir”, agregó mientras O’Brien estallaba en llanto. Silenciosamente ordenó a sus asistentes que pusieran en movimiento las cámaras. La escena se filmó en una sola toma. Años después, en su autobiografía, Minnelli recordaría admirado cómo la niña aceptó rodar la escena en ese estado y reconoció que quedó muy mal por su conducta “dañina y poco saludable” hacia la menor.
El fin de la Segunda Guerra Mundial abrió un período de extraordinario crecimiento en los Estados Unidos y un camino descendente para MGM, que hasta ese momento aprovechaba para sus películas las ventajas del control de una red de cines manejadas por la corporación de Marcus Loew. Pero la Suprema Corte dictó una ley antimonopólica que obligó a separar ambos negocios. La producción fue por un lado y la exhibición por otro. Así comenzó a perder parte del dinero que recibía de Loew’s para financiar sus futuros proyectos.
Fueron además los últimos años de dominio de Mayer, que de a poco fue resignando su influencia para dejar el estudio en manos de Dore Schary, su jefe de producción, quien logró mantener en lo más alto a MGM gracias sobre todo a su compromiso e identificación con los más grandes musicales que dio en su historia el cine de Hollywood. Detrás del nuevo hombre fuerte del estudio estaba la astuta mano de Schenck, un verdadero poder en las sombras.
Schary convocó a los mejores especialistas en cada rubro, empezando por el formidable director artístico Cedric Gibbons, responsable de casi todos los fastuosos sets de los films musicales del estudio, y a través de ellos mantuvo la identidad de MGM en películas inolvidables producidas por Arthur Freed, escritas por Betty Comden y Adolph Green y dirigidas por Vincente Minnelli, Charles Walters y Stanley Donen, entre otros.
Así llegaron entre muchas otras Leven anclas (1945), Intermezzo lírico (1948), El pirata (1948), Un día en Nueva York (1949), Un americano en París (1951), Cantando bajo la lluvia (1954), Siete novias para siete hermanos (1954), Invitación al baile (1956) y muchas otras más, con figuras extraordinarias como Fred Astaire, Gene Kelly, Judy Garland, Frank Sinatra, Ann Miller, Cyd Charisse, Debbie Reynolds, Donald O’Connor, Leslie Caron, Maurice Chevalier y Oscar Levant, además de las proezas danzantes que hacía bajo el agua Esther Williams.
Paralelamente, el estudio comenzó a desarrollar otras vetas paralelas: una, ligada a producciones más intimistas, como el drama Cautivos del mal (1952) y el policial Mientras la ciudad duerme (1950); otra, conectada con el espíritu de las viejas superproducciones. Así Ben-Hur tuvo su segunda versión (la más importante) en 1959 y aparecieron otras ambiciosas películas inspiradas en temas bíblicos y épicos como Quo Vadis? e Ivanhoe, ambas de 1952. El poderío sin parangón que en ese momento exhibía MGM en la industria de Hollywood quedó más que nunca a la vista en el caso de Quo Vadis?, que incluyó un rodaje en los estudios romanos de Cinecittá con la participación de 30.000 extras (entre ellos una joven de 15 años llamada Sophia Loren) y escenas rodadas en 55 sets, con un récord de 32.000 piezas de vestuario.
Para llenar de realismo las escenas de combate entre gladiadores y leones, la producción de Quo Vadis? recurrió a todos los circos de la zona y consiguió un total de 63 ejemplares. Al director Mervyn Le Roy se le ocurrió colocar en la arena, frente a esos grandes felinos, figuras con contornos humanos, vestirlas con la ropa de los personajes y llenar el interior de carne cruda. De esa manera se lograba el efecto de que los leones efectivamente parecían devorar a seres humanos vivos frente a las cámaras. El resto se resolvía con falsos leones atacando a los actores en escenas registradas en primer plano.
En los años 60 no alcanzaron algunos títulos de gran esplendor y atractivo entre distintos públicos (Doctor Zhivago, Doce del patíbulo, 2001: odisea del espacio) para sostener la fortaleza de MGM entre sus pares, que también enfrentaban la crisis con pesimismo. El viejo sistema de estudios comenzaba a derrumbarse y el león rugiente empezaba a hacer menos ruido que nunca.
El primer paso de un incontrolable descenso se produjo en 1970 cuando el estudio fue adquirido por el magnate Kirk Kerkorian, uno de los artífices de la gran transformación inmobiliaria de Las Vegas. De hecho, su primera inversión fue la compra del terreno en el que luego se levantaría el gigantesco hotel y casino Caesars Palace.
De la mano de Kerkorian, MGM dejó de ser a los ojos del mundo uno de los grandes estudios de cine que hacía las mejores películas de Hollywood. Ahora no era otra cosa que una gigantesca señal en la cima de uno de los hoteles más imponentes de Las Vegas, el MGM Grand, sede de grandes veladas boxísticas.
¿Qué quedó de aquel pasado glorioso? Una gigantesca subasta que tuvo lugar en ese mismo año, 1970. Todo salió a remate, hasta la carroza triunfante conducida por Charlton Heston como Ben-Hur. Un millón y medio de dólares obtuvo Kerkorian al desprenderse de la historia entera del estudio. Alguien llegó a pagar 15.000 dólares por los zapatos color carmín que lucía Judy Garland en El mago de Oz.
De allí en adelante, MGM se fue achicando más y más. Hasta dejó de distribuir sus propias películas en 1973. Paradójicamente, mientras reducía hasta las últimas instancias su papel como usina creadora de películas, la marca MGM empezó a crecer como signo identificatorio de otra clase de proyectos ligados al mundo inmobiliario. Logró un poco de aire en 1981 cuando se asoció con United Artists (UA), otro legendario sello hollywoodense que le sumó su propio catálogo, en el que se destacan por encima de todo las películas de James Bond. Conservar ese patrimonio fue clave para que Amazon decidiera mucho después adquirir el estudio y la marca.
Pero en 1986, MGM/UA quedó al borde de la desaparición como marca cuando otro magnate, Ted Turner, la compró por 1500 millones de dólares. Tan convencido no estaba, porque rápidamente se desprendió de la marca, que quedó en poder de la productora televisiva Lorimar. Pero conservó el archivo de películas clásicas producidas por MGM, que hoy está en manos de Warner Media. Eso explica que en el catálogo adquirido por Amazon no estén todas las películas del estudio en sus tiempos de esplendor. Cantando bajo la lluvia y El mago de Oz, por ejemplo, estarán disponibles a fines de junio en la plataforma Max.
Amazon, el flamante dueño de MGM, aprovechará en cambio el archivo remanente de los tiempos de United Artists y los títulos que el estudio logró producir y distribuir en sus tiempos menos brillantes. El brillo de la marca se fue apagando con sucesivas transferencias de patrimonio a distintos dueños corporativos y financieros (de nuevo Kerkorian, el holding franco-italiano Pathé, el banco Credit Lyonnais) que no podían resolver el dilema económico del estudio. Para 1992, MGM perdía un millón de dólares por día.
En 2010, la Metro tocó fondo: entró en convocatoria de acreedores, se declaró insolvente y logró así reestructurar su pesada deuda. Hasta que luego de varias fallidas operaciones de rescate y planes de recuperación, algunos bastante plausibles, apareció Amazon con una oferta imposible de resistir. El gigante del comercio electrónico pagó 8450 millones de dólares para sumar reconocimiento y prestigio histórico a su acercamiento cada vez más fuerte al mundo del cine, iniciado a través de una serie de producciones con sello propio (Amazon Studios).
En este momento, por más que la clásica imagen identificatoria con el león rugiente conserve en el espectador las resonancias inmediatas de una memoria cinematográfica muy fuerte, MGM aparece en la actualidad como una presencia secundaria en el actual tablero de Hollywood. En otro tiempo podía mirar desde arriba a sus pares. Hoy la ecuación se invierte: Warner, Disney, Universal, Paramount y hasta Columbia (transformada en Sony Pictures) tienen mucha más influencia en la determinación de las estrategias de la industria. Fox quedó en el camino, absorbida por el gigantesco poder de Disney.
Hasta que apareció Amazon. Desde el vamos, en todo el diseño estratégico que llevó a la adquisición del histórico estudio, los ojos del nuevo dueño se posaron en el archivo de 4000 películas y 17.000 horas de TV que de a poco, todavía de manera poco sistemática y exhaustiva, se va sumando al catálogo disponible en la plataforma de streaming Amazon Prime Video. Por lo pronto, allí aparece disponible por primera vez online la filmografía integral de James Bond, con un total de 25 películas. De todo ese patrimonio fílmico, lo que pareció interesar más desde el comienzo de toda la operación es el potencial que ofrecen algunos títulos como potenciales factores de futuras continuidades. Ya lo adelantaron algunos ejecutivos influyentes de Amazon: pensaron en MGM a partir de lo que puede dar como creador de “grandes franquicias para el siglo XIX”.
Habrá que tomar debida nota pensando hacia adelante de algunos nombres y marcas muy reconocibles: James Bond, Rocky-Creed, la Pantera Rosa, Legalmente rubia, Robocop, Tomb Raider. Historias que ya tuvieron varias apariciones exitosas en la pantalla y podrían seguir sus respectivos caminos adoptando múltiples formatos. ¿Series? ¿Nuevas películas? ¿Spin-offs? ¿Historias interactivas? También en los próximos capítulos de la historia de la industria del entretenimiento se hablará mucho de la nueva vida de MGM.
Dónde ver las películas de MGM
- Mata Hari (1931), de George Fitzmaurice. Con Greta Garbo, Ramon Novarro, Lionel Barrymore. Disponible en Qubit TV.
- Motín a bordo (Mutiny in the Bounty, 1935), de Frank Lloyd. Con Clark Gable, Charles Laughton, Franchot Tone. Disponible en Qubit TV
- Lo que el viento se llevó (Gone With the Wind, 1939), de Victor Fleming. Con Clark Gable, Vivien Leigh, Leslie Howard, Olivia de Havilland. Disponible en Max.
- Ninotchka (1939), de Ernst Lubitsch, con Greta Garbo y Melvyn Douglas. Disponible en Max.
- El mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), de Victor Fleming. Con Judy Garland, Ray Bolger, Jack Haley, Brent Lahr, Frank Morgan. Disponible en Max y Qubit TV.
- Intermezzo lírico (Easter Parade, 1948), de Charles Walters. Con Fred Astaire, Judy Garland, Ann Miller, Peter Lawford. Disponible en Qubit TV.
- La hija de Neptuno (Neptune’s Daughter, 1949), de Edward Buzzell. Con Esther Williams, Red Skelton, Ricardo Montalbán. Disponible en Qubit TV.
- El padre de la novia (Father of the Bride, 1950), de Vincente Minnelli. Con Spencer Tracy, Elizabeth Taylor, Joan Bennett. Disponible en Qubit TV.
- Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the Rain, 1952), de Gene Kelly y Stanley Donen. Con Gene Kelly, Debbie Reynolds, Donald O’Connor. Disponible en Max y Qubit TV.
- El gato sobre el tejado de zinc caliente (Cat on a Hot Thin Roof, 1958), de Richard Brooks. Con Paul Newman, Elizabeth Taylor. Disponible en Qubit TV.
- Intriga internacional (North by Northwest, 1959), de Alfred Hitchcock. Con Cary Grant, Eva Marie Saint, James Mason, Martin Landau. Disponible en Max y Qubit TV.
- Ben-Hur (1959), de William Wyler. Con Charlton Heston, Jack Hawkins, Stephen Boyd, Haya Harareet. Disponible en Max.
- Doctor Zhivago (1965), de David Lean. Con Omar Sharif, Julie Christie, Alec Guinness, Rod Steiger, Geraldine Chaplin. Disponible en Qubit TV.
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